domingo, 9 de diciembre de 2012



JEROME K. JEROME
Tres hombres en una barca 
(Por no hablar del perro)

Debió darle un aire o sufrió un ataque de patriotismo; tenía cincuenta y seis años cuando Jerome se empeñó en alistarse como combatiente en la Iª Guerra Mundial. El rechazo del ejército británico no le achicó y se ofreció a los franceses como conductor voluntario de ambulancias motorizadas. Le aceptaron y las condujo en las proximidades de Verdún alcanzando, parece, el grado de capitán. Sin embargo, la experiencia bélica y la muerte de una hijastra en 1921 abatieron su entusiasmo vitalista y seis años después, estando  de vacaciones con su mujer e hijo, falleció a causa de una hemorragia cerebral.

Jerome Klapka Jerome (1859 - 1927) quedó huérfano de padre y madre a la edad de quince años. Para sobrevivir, recogía el carbón  que dejaban las máquinas a ambos lados de las vías del tren. Después se mal empleó en las oficinas de un ferrocarril. Pretendió salir de su miseria convirtiéndose en actor de teatro. Hastiado de las candilejas entró en el mundo del periodismo sin éxito. Se hizo maestro y después de tanto ir de aquí para allá, se acomodó  de  oficinista en un despacho de abogados.

En 1885 publicó las memorias de sus años de farándula que repercutieron en un pequeño éxito al apreciarse el humor de sus páginas. En 1888 se casó con Ettie nueve días después de que ella se divorciara de su primer marido.  Celebraron  la luna de miel recorriendo el Támesis en un pequeño vapor. Este viaje y los numerosos realizados con sus grandes amigos, George Wingrave y Karl  Hentschel, le proporcionan la idea de escribir Tres hombres en una barca (Por no hablar del perro)[i] o Three Men in a Boat (To Say Nothing of the Dog).

La novela relata la aventura de Jerome junto a un fox-terrier de nombre Montmorency --utilizado para remarcar el humor de determinadas escenas-- y dos personajes más, George y Harris, caricaturas de los amigos del autor citados anteriormente. Reunidos los tres varones en petit comité determinan que padecen un exceso de trabajo y deciden tomarse una pequeña vacación recorriendo el Támesis río arriba, desde Kingston a Oxford en una  barca de cuatro remos. Se trataba del recreo favorito de muchísimos ingleses pasada la mitad del siglo XIX; en 1888 --año en que la novela se redacta-- había 8.000 embarcaciones registradas para navegar por el Támesis, aumentando al año siguiente en un cincuenta por cien.

El libro se ideó como guía turística, pero se convirtió en una novela que abrevaba en dos fuentes principales: la historia inglesa --evocada a veces  con fantasía— de los lugares que visitan los protagonistas (por ejemplo, la isla donde se supone que Juan sin Tierra firmó la Carta Magna o el lugar donde se batalló con vikingos o daneses) y las historias, rumores y chistes locales que se cultivaban en las  conversaciones de los remeros o entre las gentes que vivían a orillas del Támesis, y que Jerome encaja en la narración o atribuye a los protagonistas. 

Se dice que el humor británico es fino, pero te provoca la risa después, por ejemplo,  el tiempo que tarda la pluma de una alondra en caer al suelo desde la rama del árbol donde posa, otros la aplazan a una jornada, sin perjuicio de quienes la posponen a tres…

Jerome fue un escritor de la época victoriana tardía y su escritura jocosa fue criticada como vulgar y calificada como ajena a cualquier  temática social. Sin embargo, Jerome era un escritor posterior a Dickens y tan moderno como sus amigos H.G. Wells, Bernad Shaw o Sir Arthur Conan Doyle. Adicto al gracejo directo escribía con ligereza apuntando fino. Al lector le resulta fácil extraer conclusiones leyendo sus obras. 

La ironía adornaba cuanto escribía fuesen ensayos, dramas, novelas y  en sus revistas.  Sus analogías e hipérboles sobresalían para hacer una  crítica soterrada de la sociedad victoriana que vivió. Su tempo narrativo se distanciaba del típico del siglo XIX; de otra forma no habría podido ensamblar multitud de historias como, por ejemplo, hace en la novela que comentamos.

Los protagonistas de Tres hombres en una barca parecen de época, pero resultan universales. Siendo vagos, perezosos, nada mañosos y hasta cínicos, se proyectan como antiheroes, un tipo de protagonista igualmente moderno.

El humor británico cultiva la ironía más que el sarcasmo, el relato gris más que el verde o el marrón que tanto gusta en nuestro país. Podemos leer Tres hombres en una barca sonriendo de principio a fin, por ejemplo,  cuando los protagonistas  pretenden depositar en el bote más equipaje del posible o cuando montan su tienda en medio de un temporal; ver al tío Podger pretendiendo  colgar un cuadro, cuando se narra el viaje en tren de un queso maloliente, o se cuenta  la historia de una trucha metida en una caja de cristal cuya pesca se atribuyen varios pescadores…

Reímos cuando aparece el viejo encargado de un cementerio obsesionado con enseñar tumbas y cráneos,  al describirse la obsesiva  busca de un abrelatas para abrir una lata de piña… o cuando Harris dice que está exhausto porque ha batallado con un cisne, bien que avanzado el relato, el número de cisnes llega a treinta y dos, todo para disimular su ebriedad, y nos desternillamos cuando los personajes están a punto de ahogarse posando para una fotografía.

El humor de Jerome es parecido al que brilla desde Chesterton a Bernad Shaw, o en  películas tan deliciosas como El quinteto de la muerte (The Ladykillers). En Tres hombres en una barca hay páginas de evocación trágica como las relativas a la muchacha suicida, pero las emociones y las risas superan de tal modo que casi se nos escabulle la desproporción que existe en la estructura de la novela: el autor dedica un tercio del libro a  meter los personajes  en la barca, dos  a relatar las aventuras del viaje, pero despacha  el regreso de los personajes  en alrededor de diez páginas.

Los libros de ficción que zurcen historias resisten el paso del tiempo magníficamente. La novela de Jerome tuvo tal éxito  que vendió más de doscientos mil ejemplares en Inglaterra entre 1889 y 1909, alcanzando el millón en los Estados Unidos –mayormente en ediciones pirata que no reportaron un céntimo al autor-, y se convirtió en libro de texto para aprender inglés en los colegios de Alemania,  la India, Pakistán, y en Rusia. Su popularidad llega hasta  hoy.  En el año 2003,  The Guardian y la revista Esquire situaron la novela entre las mejores y más divertidas de todos los tiempos.

Mientras la novela se ha editado ininterrumpidamente en numerosos países,   en España resulta bastante ignorada aunque se puede hallar en  La Casa del Libro y leerse en inglés gratuitamente en la Web del Project Gutemberg en estas mismas páginas de Google.

Tres hombres en una barca (Por no hablar del perro) se llevó al cine  tres veces en Inglaterra y se hizo una versión libre en Alemania. La BBC y la televisión rusa realizaron versiones musicales. También llegó a los audiolibros.  Los lectores que accedan a You Tube disfrutarán de algunas de las versiones en vídeo, aunque ninguna experiencia mejor que la de leer la novela.
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[i] Jerome K. Jerome, Tres hombres en una barca, Colección Rumbos, Traducción de Miguel Sáenz de Heredia revisada por Juan M. San Miguel autor del prólogo y de las notas, Miñón S.A., Valladolid, 1986
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