lunes, 30 de marzo de 2009


DIPLOMACIAS



Hemos tenido al Sr. Rodríguez Zapatero y a la Sra. Chacón Piqueras emplumados por la Inquisición, ¿qué escribo?, la Oposición. Acusados –figuradamente-- de actuar como Maestros en el gremio de la política exterior y de la diplomacia siendo Aprendices y, más concretamente, de no haber sabido amalgamar forma y fondo en el asunto de sacar nuestras tropas de un país, Kosovo, inexistente para nosotros, han dejado caer sobre ellos chuzos de punta y toda clase de exabruptos, y andan en dimes y diretes empapados de mala bilis a la espera de Godot, quiero decir de Obama.

Se dice que un diplomático es un sujeto que piensa dos veces antes de no decir nada y esta regla de oro fue conculcada sin la mínima previsión, aunque nunca por quienes ejercen en el Palacio de Santa Cruz, quienes no oían, ni sabían, ni fisgaban, ni –dicen- se les tenía en cuenta.

De verdad, ¿ha sido para tanto? ¿O son cosillas comparables a otras que acontecieron en el lado oscuro de nuestra historia?

Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca --de la que formó parte Francisco Suárez-- crearon el Derecho Internacional en el siglo XVI, mientras el italiano de origen Alberico Gentili dio planta a la figura del agente diplomático y creó el llamado derecho diplomático. En el s. XVI nuestros diplomáticos acertaban casi siempre porque tenían las espaldas cubiertas por los Tercios -- aun cuando ni unos ni otros actuaran conforme al derecho diplomático en ocasiones, pese a cuadros como La rendición de Breda  retratando los buenos modales de nuestros capitanes victoriosos.

Convendría recordar que entre holandeses y neerlandeses se recuerda al Duque de Alba como al  coco horrible de los niños que se portan mal y Fernando Celaya recuerda en su blog Lumen Dei: “existe un bar llamado “Le Roy d’Espagne” en la Grand Place de Bruselas -probablemente la plaza más bella del mundo-, de cuyo techo cuelgan nuestros antigüos soldados”...

Ya sin la protección de los Tercios, los diplomáticos españoles de la primera mitad del XVIII, estaban “carentes además de alguna preparación profesional[i] y, al parecer, cobraban tarde y mal. Palacio Atard citaba  la situación padecía por el Conde Liria en San Petersburgo: “Mi pobreza ha llegado al colmo; mi secretario y yo no hemos recibido sueldo alguno desde hace dieciocho meses y ya no tenemos ni para pagar a la lavandera”.


En el s. XIX se produce el milagro de que se nombre embajador a un militar y diplomático sobrado de dinero. El XIIº Duque de Osuna fue enviado en misión Extraordinaria a Rusia para reanudar las relaciones con ese país, rotas desde que los rusos apoyaron a los carlistas tras morir Fernando VII. Pero lo destacable de su misión diplomática no se recuerda un ápice, pero sí que llevó como secretario a Juan Valera, diplomático y autor de Pepita Jiménez. Confundiendo lo público y lo privado, Valera enviaba cartas a su amigo Leopoldo Augusto Cueto relatando cumplidamente las hombradas de su jefe en la corte de los zares –entre otras muchas, llevar flores y naranjos de Valencia a una fiesta de invierno o tirar al río Neva una vajilla de oro que sirvió para una comida—cartas que, al ser publicadas, se convertían en la comidilla de la Corte y del Palacio de Santa Cruz dejando del Duque un retrato que sólo parcialmente se avenía con la realidad.

Valera fue también embajador en Washington, ciudad donde cumplió los sesenta años. Con esa finura diplomática tan suya describió a los norteamericanos como “canalla que no tiene ni más Dios ni más moral que el dólar” y dijo de sus mujeres que eran marisabidillas. Pues resulta que la joven hija de Thomas Bayard, el Secretario de Estado, se enamoró perdidamente de él y su pasión llegó a tal paroxismo que la joven Katherine se suicidó en la antesala de nuestra embajada cuando supo que don Juan regresaba a España.

Más o menos por aquellos años tuvimos conflicto con Alemania por la posesión de nuestras islas del Indico descubiertas por Álvaro de Mendaña en 1567
[ii]. La vida política se convulsionó; hubo manifestaciones, ¡incluso infantiles!, petardadas y prensa al barullo. El general Salamanca se arrancó las medallas del uniforme en gesto teatral y dijo que las recuperaría en el campo de batalla. Menos mal que la posible guerra con Bismarck fue evitada por Cánovas en una decisión que se resume en esta perla: “Tal vez mi orgullo es tan ciego que mientras nuestra palabra y nuestra acción no puedan emplearse eficazmente, prefiero y preferiré siempre, hasta con exceso, la abstención y el silencio”. Resultaba más conveniente que,  
puesto que no había dinero, el papado mediara en el litigio que enviar soldados y barcos a una guerra lejana. Sin embargo,  Sagasta   vendió las mentadas islas  cuatro años después por 25 millones de pesetas  y cedió Guam a USA... Paso un tupido velo sobre la vergüenza de 1898.

Los éxitos de nuestra diplomacia en el s. XX tuvieron el carácter épico-fantástico del franquismo, comenzando por la charla con Hitler en Hendaya y siguiendo por la quimera del amigo-arabismo. Por conveniencias políticas, se hizo circular por Marruecos el cuento de que Franco se había había hecho musulmán y que se fiaba más de los moros que de los españoles. El ministro Martín Artajo visitó el mundo árabe en abril de 1952 y su aparición produjo milagros como el de la lluvia... En España empleábamos el gasógeno para la movilidad; por lo tanto parecía  magnífico que los árabes nos regalaran gasolina... aunque mi padre comentó que la suficiente para los mecheros...

Si para Cervantes el diplomático es un figura muy necesaria en toda república bien ordenada, alguien preguntó qué es ser diplomático en el portal de Yahoo y eligió como mejor respuesta la siguiente: La diplomacia es una conducta y mecánica racional políticamente correcta que significa el techo y agotamiento de nuestros recursos y posibilidades, y la aceptación de las formalidades en reemplazo de valores esenciales. Para fumarse dos puros con la frasecita.

Los países europeos y americanos tienen, como nosotros, parciales de política 
diplomática exterior tan maravillosos como penosos, pero lo de Kosovo, ¿no será porque no hay dinero y ...? Por esta y otras cavilaciones me pregunto en serio, ¿fue para tanto?

NOTAS.:[i] Comenta Vicente Palacio Atard en “Una ignorada misión diplomática a Rusia en 1741” (en el Homenaje académico a D. Emilio García Gómez con motivo de sus bodas de Oro como Académico de la Historia)[ii] Ver en Google el capítulo de José María Sanz García “Un geopolítico ante el conflicto de las Carolinas (1985)”








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