martes, 29 de julio de 2008

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MODESTO VÁZQUEZ, S.J., MISIONERO EN CHINA


En 1935 viaja en barco por el río Azul desde el puerto de Shanghai y llega a Anking, capital de 150.000 residentes por entonces, situada en la provincia de Ajuei. Lo primero que divisa es la gran pagoda de Zhenfeng de 84 metros de altura, templo de Satanás según él, pero según reconoce, también faro para los navegantes del río.

Dedica tres años a aprender el chino y cómo escribirlo –“pintando alas de mosca”-- e inicia su labor de apostolado dando clases de religión e inspeccionando a los alumnos del Colegio de la Misión.

En 1937 empieza la guerra chino-japonesa. Los chinos odian la invasión, pero tampoco ofrecen gran resistencia salvo en Nanking donde los japoneses aniquilan a trescientas mil de los seiscientos mil residentes, incluyendo los noventa mil soldados que se rindieron; en Nanking, además, se celebró la mayor cacería femenina que se recuerda: los japoneses obligaron a los hombres a violar a sus hijas, los hijos a sus madres, los hermanos a sus hermanas y al resto de la familia debía presenciar las escenas; después les llevaban a las afueras de la ciudad donde debían cavar las tumbas sobre las que serían ajusticiados.
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Mientras estas cosas suceden, la Misión de Anking sirve de hospital a los heridos y de refugio a los aterrorizados habitantes de la ciudad que no han huido, pero conocen lo ocurrido en la capital nacionalista. Sorprendentemente, la Misión es respetada por los japoneses cuyos oficiales incluso prohiben la entrada en ella a sus propios soldados.

El Padre Modesto Vázquez ejerce de alcalde de la Misión. El desempeño del cargo le origina más responsabilidades y trabajos que poder real.

El 31 de mayo de 1941 se ordena sacerdote en Shanghái; no le dejan regresar a la Misión de Anking. Desempeña tareas sacerdotales, poniendo de relieve su fervor hacia su santo milagrero, San Francisco Javier. Son tiempos de apostolado, aventuras y anécdotas; aprende, por ejemplo, que cuando los chinos te mandan sentar en un lugar donde no hay silla.... te están invitando a que te marches.

En septiembre de 1942 llega a Pekín donde enferma por primera vez sufriendo de colitis complicada con paludismo y se le origina una úlcera de 10 centímetros próxima a perforarse en el intestino grueso. En Pekín se informa del procedimiento que los japoneses utilizan para deshacerse de los mendigos; cuando les encuentran trazan con tiza un cuadrado a su alrededor en el suelo y les dicen que no pueden salir de él; cuando llega la ambulancia se les pone una vacuna preventiva contra las enfermedades y mueren. También le asombra el espectáculo de los no pocos chinos que han decidido ahorcarse y cuelgan de las ramas de los árboles de la gran ciudad.

En el 1943 regresa a la Misión de Anking. Debido a sus achaques de salud le encargan la prefectura de los cursos preparatorios del bachillerato. Los japoneses abandonan la ciudad vencidos por los nacionalistas chinos. El Colegio de la Misión marcha bien; las clases de religión son libres; de los 500 alumnos la mitad son budistas; 60 cristianos, 20 mahometanos y otros 80 entre taoístas, con y sin religión.

El gobierno nacionalista no termina de consolidarse y, a mediados de 1949, los seguidores de Mao sitian Anking y la conquistan. Los soldados tratan bien a la gente de la Misión, pero los problemas llegan con los empleados del gobierno, sus normas y los protocolos de la inspección. El Padre Modesto es ahora prefecto de la Escuela Primaria que tiene 400 niños; se exige a la Misión que no haga proselitismo; evitar que los niños abracen el catolicismo.

El 6 de enero de 1950 se denuncia a la policía que el Padre Modesto ha pegado a un niño y le ha roto la cabeza. El padre del supuesto agredido confiesa delante de los profesores que es un burda mentira, pero no sirve de nada porque el aparato está en marcha y el crimen difundido en los periódicos de Anking, de la provincia y de otras en rótulos grandes, recogiéndose firmas de condena. El Padre Modesto se las verá ante 6.000 acusadores
[i]. Del juzgado va a la cárcel donde un individuo le dice que ha faltado y tiene que reconocer su falta como medida para salvarse. Como no hubo falta, no piensa reconocerla. Se enfrenta a 20 jueces asistiendo entre 600 o 700 personas al juicio popular. Finalmente desiste en su actitud y acepta las 30 penas que le imponen por su crimen; promete ser persona formal y le dejan libre bajo la tutela de un fiador.

Pero el acoso no cesa y se lanzan piedras contra la Misión al grito “¡Abajo los imperialistas! Que se marchen a España...”. El 24 de marzo de 1950 vuelve a la cárcel junto al Padre Sastre, quien será liberado. El Padre Modesto quedará solo en la cárcel recordando la vieja copla: “De sesenta minutos consta la hora, - unas veces es larga – y otras es corta” A veces le visitan compañeros y le socorren las Religiosas Hijas de Jesús enviando libros, comida y algún dinero hasta que las autoridades lo impiden.

Un ejemplar del Quijote le ayuda a pasar el tiempo. Lo lee dos veces y cincuenta más lo hubiera leído si no tuviera más libros. Un día se le presentan dos adoctrinadores --que se autoconsideran literatos-- para decirle que está leyendo un libro prohibido. Comentan que: “el libro del Quijote debía ser abolido; es en todo contrario al régimen comunista. El señor Don Quijote de la Mancha, español, ataca a la autoridad y tiene teorías completamente contrarias al régimen comunista”. Como prueba aducen la liberación de los galeotes y otros sucesos que de ningún modo se encuentran en el libro de Cervantes. El Padre Modesto apostilla: “Creían que Don Quijote era un señor que andaba todavía por España desfaciendo entuertos. Quizás tenían miedo a que continuase su excursión por la China”.

Concluye su aislamiento cuando se le hace compartir la celda con más presos; mas, cada quince días, le cambian de lugar o le cambian los compañeros para que no se familiarice con ellos. Cosas de la vida, se encuentra con uno de los jueces de su primer juicio popular en una de las rotaciones. El número de compañeros de celda pasa de dos a tres, hasta llegar a diez; cuando acaece esto último el espacio para dormir “no pasaba de diez centímetro. Dormíamos cinco de un lado y otros cinco del otro, metiéndonos unos en otros en forma de cuña, como sardinas en banasta”, todo ello sin restar la presencia de piojos, mosquitos y ratones.

Un carcelero se asombra de que pase el día en la celda sin trabajar y se le obliga a acarrear ladrillos formando parte del grupo de los presos inválidos. Vestido de sotana, pues no tiene otro traje, resulta el hazmerreír de todos. Su hernia, ya tremenda, está a punto de estrangularse y le trasladan de celda. Comparte la nueva con un tísico que tiene frecuentes vómitos de sangre. Ambos se tragan “a diario una taza de guindillas para poder comer un poco de arroz”. La comida se la sirven en una vasija común de la que tienen que ir sacándola con los palillos, existiendo el riesgo del contagio.

El Padre Modesto había estudiado medicina general y oftalmología en el Instituto Medico de Bruselas y se le obliga a ayudar en el dispensario sin dejar de estar preso. Se maravilla de los médicos a los que auxilia. Alguno no tiene carrera ni más título que el de practicante. Por el hecho de escribir el nombre de las medicinas extranjeras en inglés creen saber el idioma. A un enfermo del corazón le recetan diez aspirinas. Confunden la difteria con la malaria. La medicina salva-lo-todo son las inyecciones de aceite alcanforado. Otro problema es cuando los médicos son de una provincia y los presos de otra y los que hablan mandarín no se entienden con los que hablan cantonés, etc. El Padre juzga al médico al que ayuda principalmente: “De medicina interna me confesó no saber nada; y de cirugía interna tampoco. De cirugía externa sabía algo”. Pero le estiman y le proponen que se haga comunista para que se quede de médico con ellos. Lo cierto es que ni él ni los otros médicos pueden hacer mucho; tres o cuatro presos se mueren cada día y, cuando se teme una epidemia, se permite salir libres a no pocos moribundos. También los suicidios aliviaban los males de algunos.

Mao ordena una campaña intensa contra las ratas. Se cree que eliminándolas se ahorrarán los granos de arroz que comen al día y las disponibilidades del cereal aumentarán en millones de toneladas. Naturalmente las ratas abundan en la cárcel del Padre Modesto y se celebra una reunión de varias horas para discutir los métodos de eliminación. El Padre sugiere que lo más práctico sería hacerse con unos gatos, pero la caza se realizará por métodos variados.

En Shanghái, 16 de septiembre de 1952, el Padre Eliseo Escanciano escribe sobre el Padre Modesto “está en los huesos, muy débil de cabeza por el estado de debilidad general”. En realidad su estado es peor que lamentable. El 7 de enero de 1953 le comunican que se va a ir. El 10 de enero lo pasa en la cárcel de Shanghai. A medida que va de cárcel en cárcel los registros mengüan sus pertenencias, algunas bajo el pretexto de impedir que se suicide. Viaja finalmente en tren hacia la libertad custodiado por militares que le tratan bien.

Los jesuitas habían sido expulsado de China en 1949. El Padre Modesto sobrevivió en sus cárceles más de tres años. El jueves 15 de enero de 1953 llega a la frontera inglesa. El Padre Peña le recibe junto a oficiales ingleses. Disfruta de su primera comida seria en años: dos emparedados y dos vasos de cerveza. El 28 de enero llega a Hong Kong y se admira de la belleza de la ciudad. A las 8 de la mañana del día 30 de enero sobrevuela Roma. El viaje a China le llevó 25 días por mar en 1935; el de vuelta 32 horas de vuelo. No verá cumplido su deseo de hablar con el Papa y el 4 de febrero regresará a España.

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Al poco de llegar a Madrid comió en mi casa. El Padre Modesto era primo carnal de mi padre, don Gaspar Martínez Vázquez El tío era bajo, enjuto y casi transparente; tenía un semblante recio y, en el decir y en el trato, la naturalidad infantil, quizás del prolongado trato con los niños; pesaba 42 kilos. Durante la comida habló de cosas que he resumido y luego amplió en su libro. También recuerdo que llegados al postre prefirió un plátano y en vez de cortarlo por el rabo lo hizo por la base mientras decía: “Así se hace en China”.

El tío Modesto se esfumó de nuestra vidas, aunque no de nuestros recuerdos. Parece que se le destinó al Colegio de los Jesuitas en Vigo, pero al no apasionarle una pedagogía que coronaba al mejor alumno del Colegio con el título de Príncipe (y yo he conocido a uno, amigo mío) volvió a ser misionero y parece que murió de muerte natural en una de las densas selvas de El Salvador, país también conocido como“El Pulgarcito de América”.

La historia de mi tío me produjo cierta aversión hacia China y los chinos. Después, cuando leí su libro, me di cuenta que él estaba contra determinadas cosas originadas por la revolución y su establecimiento, opiniones que uno puede o no compartir, pero jamás estuvo contra los chinos con los que convivió dieciocho años.

Pienso que si viviera hoy se admiraría de varias cosas. Para empezar, que los jesuitas esperan volver pronto a China donde han estado presentes desde los primeros tiempos de la Compañía, «empezando por el sueño de San Francisco Javier para seguir con la maravillosa actividad apostólica de Matteo Ricci y de sus compañeros» como ha dicho el padre Peter-Hans Kolvenbach ante la 35 Congregación General de la Compañía de Jesús, convocada para aceptar su recientísima dimisión. La segunda es que hoy China es un país que desea abrirse al mundo como nunca antes y las naciones acuden a Pekín a celebrar el espíritu olímpico. También, que ya se puede leer el Quijote en China en cuya capital radica una sede del Instituto Cervantes desde el año 2006.
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NOTA

[i] Modesto Vázquez, S.J., Yo tuve 6.000 acusadores, Secretariado de Anking-Formosa, (Palencia, 1955), 188 páginas

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