viernes, 6 de julio de 2018


EL VALLISTA HORACIO QUINTERO

                 
                                         A la memoria de Soledad Gullón Palacio
                                         mi inolvidable y querida prima hermana               
                      

No me lo puedo creer. El Horacio Quintero que sale en un artículo de la prensa de hoy no es el Horacio que fue conmigo al colegio y se convirtió en un amigo entrañable hasta que fui a la universidad y él empezó con lo suyo, que era correr. Pero eso que escriben ahora sobre que fue el heredero  de Edwin Moses, que en una ocasión igualó récord 47’10” de Samuel Matete en Zúrich, agosto de 1991, y luego se aproximó a los históricos 46’78” de Kevin Young en la Olimpiada de Barcelona cuando, poco después, Horacio corrió en Hospitalet de L´Infant –sin que le homologaran nada a causa del viento--, ni lo recuerdo ni pienso que fuera cierto porque jamás escuché que se celebraran encuentros atléticos de alto nivel en la pequeña ciudad tarragonina.

Dice el artículo que en España pocos como él supieron  aunar  táctica  y velocidad en la especialidad de las vallas; nadie como Horacio usó la habilidad necesaria para auparse y saltarlas con limpieza, más  la velocidad para llegar a la valla siguiente. Escribiendo se pueden decir todo tipo de majaderías y hoy se inventan cosas sin pudor y se extienden como un eco por  las redes aún más rápido que a través de los periódicos.

Solía verle cuando corría los 400 metros lisos en las pistas de la Complutense madrileña; ganar lo hacía en la época que representaba a nuestro colegio, Sagrada Familia de Madrid,  y menos veces  cuando se enfrentaba a los velocistas del Pilar o del Areneros. Cierto que cuando se pasó a las vallas se superó y cosechó triunfos notables, pero lo que se dice…

Porque quedé sorprendido leyendo estas líneas: “Aunque es hombre de pocas palabras y nada amigo de confidencias, Quintero regaló nuestro oído al preguntarle si algo o alguien le ayudaron significativamente  a convertirse en el atleta que fue; sonrió y nos dijo en un susurro: “Un suspenso y mi padre”.

Y entonces floreció un relato que me dejó estupefacto. Horacio dijo que cuando cursaba el 3º del bachillerato antiguo recibió un suspenso en matemáticas, el único en sus años de bachillerato. El percance disgustó sobremanera a su padre y este decidió que nadie de la casa iría de vacaciones salvo las pequeñas con la abuela de Asturias mientras Horacio seguiría un horario  de trabajo tremendo: “Temprano a desayunar y luego encerrado en un cuarto pequeño y umbrío cuya única ventana daba a un patio interior. Allí debía  estudiar matemáticas, dar clase  y resolver los problemas que me  ponía el profesor contratado por mi padre, un estudiante de ingeniería de caminos que  andando el tiempo llegaría a ganar un premio Valle Inclán de teatro.”

Horacio añadió que su padre parecía, pero no era tan cruel: “Estudiaba de 9 a 1 de la tarde; después de comer dormía una siesta breve y regresaba sobre las cuatro y media al cuarto del espanto para resolver los problemas que me había puesto el profesor. No obstante, mi padre  me había autorizado a salir sobre las siete de la tarde  para hacer una marcha rápida desde casa, siguiendo por O’Donnell y el paseo de coches del Retiro hasta la glorieta del Ángel Caído y vuelta a casa. El recorrido unas veces lo hacía en plan de  marcha atlética y otras a la carrera. Era el momento feliz del día en un verano horroroso de calor, aliviado algunas noches cuando mis padres  decidían salir un rato después de cenar a disfrutar de una horchata en la terraza de un  quiosco célebre de la calle Génova de Madrid.

Aquellas marchas diarias tuvieron su repercusión al curso siguiente, prosigue el relato del periodista. El colegio había contratado  un nuevo profesor de educación física que enseguida advirtió la puesta a punto de Horacio y decidió que se preparara para competir en los 400 metros lisos y en vallas. También estaba tan sobrado en matemáticas que el profesor de la materia llegó a pedirle que se presentara al examen de  matrícula de honor, desistiendo por odiar la asignatura y porque había decidido estudiar Letras al curso siguiente, ¡curso en el que lograría una matrícula de honor en griego!

Quedé sobrecogido al observar cómo los bulos llegan a la gente con apariencia de hechos reales a través de la prensa diaria y, presumo, que  los lectores se los tragan sin preguntar si son verdaderos o falsos. Casi siempre el bulo se comparte entre afines y conocidos, así se encadena, se viste de realidad y, de paso, aúpa el papel de quien lo propaga porque sabe cosas que los demás desconocen. Algunos se pasan la vida decorando la realidad, aun cuando Juan Castilla avisó: “otras personas que han vivido esa situación saben que no ha sido así. No es una mentira consciente, pero objetivamente hay una transformación".  De tanto repetir las mentiras, sus protagonistas llegan a creérselas y las convierten en parte de su vida.

Lo digo porque las cosas no ocurrieron como Horacio las contó al periodista. Cuando suspendía se las arreglaba para ocultarlo a su padre; su madre, muy buena gente, firmaba las notas semanales hasta que apareció Ramón Cardeñoso, un gordito grandullón que se dedicaba a toda clase de negocios entre los  compañeros, desde vendernos chicle Bazooka Bubble Gum recién traído de América, según él, hasta postales atrevidas de las actrices de Hollywood. Ramón propuso a Horacio que si le daba dos duros hablaría con un  amigo  que no era del cole, quien por otros dos duros semanales imitaría la firma del padre a la perfección, firma que, dicho sea de paso,  no era un primor: tres garabatos en línea recta ligeramente ascendente y una sencilla rubrica de ida y vuelta por debajo. Horacio sacó el dinero prestado de su criada, la Paca, a cambio de hablar por teléfono cuando no estaban sus padres en casa, pero llegaron los suspensos de final del curso y se puso todo patas arriba.

Me quedo sin vacaciones, ¡seguro!”. Yo no sabía cómo consolar a Horacio hasta que Cardeñoso le confió un plan más o menos así: “Mira, si a mi amigo le das cinco duros irá a casa de tus padres haciéndose pasar por un emisario del Hermano Tarsicio, el director,  para decir que no se tomen a mal tus notas, consecuencia de unos exámenes pésimos,  nada más,  pero si dedicas al estudio un par de horas cada día del verano excepto sábados y domingos, aprobarás en septiembre sin la menor duda, y les recomendará que, para que no decaiga tu autoestima, disfrutes de las vacaciones de siempre, salvo las horas de estudiar.” Horacio, cuyo desasosiego empujado por el miedo era colosal, le creyó y soltó el dinero solicitado.

Pero resultó que el Hermano Antonio, que llevaba las cuentas del colegio, fue quien apareció en la casa de Horacio.  No estaba el padre, pero sí la madre y el fraile dijo que traía un cometido delicado de parte del Director. Que en el colegio sospechaban que no estaban enterados de la marcha en los estudios de Horacio, pues, no entendían cómo habían firmado semana tras semanas notas tan desastrosas sin aparecer por el colegio y preguntar; sospechaban que Horacio ocultaba y, probablemente, falsificaba sus notas o la firma de su padre. Añadió que Horacio era un atleta dotado, pero no servía para estudiar etc., etc. Horacio no perdió sus vacaciones, pero dejó el cole, le pusieron a trabajar y luego se dedicó al atletismo.

A pesar de los años transcurridos, la lectura del artículo me ocasionó un repelús enorme. Si Horacio dejó de estudiar ¿a qué venía inventarse situaciones que no vivió jamás? El suspenso en matemáticas al que se aludía en el periódico era el que yo tuve, el castigo paterno fue el que yo sufrí y encima, que se adjudicara una matrícula de honor en griego también mía, es lo que peor me supo. Decidí telefonear a Horacio. Tras escucharme, contestó sin avergonzarse: “Mira, te lo voy a explicar. Tu hiciste carrera,  yo no; tampoco tienes que preocuparte del futuro, yo sí. Maquillar mi currículo con algunas de tus vivencias jamás pretendió robarte nada. Tuvimos en cuenta que llevas  una vida oscura, y esas cositas biográficas que me atribuí no te son útiles ya. Tengo un palmarés como atleta oxidado y debo reinventarme si quiero salir de concejal de deportes en las elecciones próximas al ayuntamiento. Quienes me hacen la campaña, los del marketing, dijeron que debía mostrarme como un sufridor desde pequeño, vamos, exhibir vivencias que ayudaran a ataviar mi identidad;  las tuyas y algunas más me venían al pelo. Chico, ¡de algo hay que vivir!


Junio 2018
Las historias de Sonso
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jueves, 7 de junio de 2018


FÚTBOL: El mito de “La furia española”


Alguna vez escuchamos la frase "Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo", preludio del famoso gol de cabeza que empató a los suecos en las Olimpiadas de Amberes de 1920. Efectivamente, el goleador, dos defensas además del portero quedaron espatarrados en el suelo, sucediendo que, las palabras y la acción siguiente, dieron pie al mito de la furia española.

¿De verdad un mito? Pues sí, porque algunos aseguran que el grito fue “Sabino, aurrera” y otros que fue aportación de los periodistas italianos que vieron el partido y, debido al color rojo de nuestras camisetas, hablaron de la “furia rossa”. La prensa española lo tradujo a su mejor conveniencia para subrayar el carácter español del equipo (9 vascos y 2 catalanes) que capitaneaba Belauste, el león de Amberes.

Javier Díaz Noci, autor de un trabajo interesantísimo Los nacionalistas van al fútbol. Deporte, ideología y periodismo en los años 20 y 30 (se puede leer en Google), recuerda que Joshé Mari Belausteguigoitia fue descrito como “alma del equipo español” y esencia de las virtudes de la raza en un librillo que llevaba por título Los Ases Deportivos. Joshé Maria Belauste publicado en Barcelona en 1921; rubricaba el mito creado por la prensa, sublimado durante el franquismo y perenne en cierta memoria popular.

Díaz Noci añade que habría que hablar de furia vasca o del Athletic en vez de furia española. Belauste, además de medio centro del At. Bilbao y del combinado nacional, era miembro de una familia nacionalista del PNV, habiendo sido el responsable de la sección de fútbol de las juventudes del partido en 1910. Luego integraría una escisión liberal del PNV y sería uno los fundadores de Acción Nacionalista Vasca (ANV) en 1930.

Belauste, no obstante, se dejó querer como protagonista del mito y, aunque su cariño a Vasconia le costó varios disgustos como el de ser desterrado a consecuencia de "un discurso extraordinariamente nacionalista", nada impidió que fuera candidato a diputado a Cortes, presentándosele como un compendio de las virtudes españolas. Sentencia Díaz Noci: “La furia española fue, por lo tanto, un invento consciente, no una mera casualidad. La anécdota, tal y como está contada Belausteguigoitia nunca la desmintió, aunque nadie más recuerde haber oído el famoso grito, y el gol ni siquiera fue el de la victoria -ése lo marcó Acedo, también del Athletic por cierto”.

La no incompatibilidad entre las ideas nacionalistas y el formar parte del equipo español de fútbol repitió después con el legendario Iribar y después con el defensa catalán Oleguer, dispuesto a jugar si se le convocaba como había hecho en las selecciones españolas inferiores. Por eso me parece muy atinado el comentario que Alberto Bacigalupe, autor del libro Belauste. El caballero de la furia (Bilbao, 2005), emite sobre este jugador: "Él no hizo más que atender a sus deseos, que eran el fútbol y la política" y de ahí que, aun desterrado por sus ideas, se enojara profundamente cuando atribuyéndole falta de forma no fuera titular del equipo español en los Juegos de París de 1924. Estamos ante otra versión de la proposición a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

Belauste, nacido en 1889, siempre se consideró amateur y nunca cobró por jugar; fue el primer capitán que tuvo la selección española; tenía otros cuatro hermanos futbolistas, medía 1’93 y pesaba 95 kilos. Ferviente católico, licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca y abogado en ejercicio, casó con una sobrina del pintor Zuloaga por cuya curación de una enfermedad seria peregrinó a pie de Bilbao a Lourdes, atravesando los Pirineos. Terminada la Guerra Civil se exilió a Méjico y, aunque no fumaba ni bebía, moriría de un cáncer de pulmón en 1964. Belauste es historia y merece seguir protagonizando los tres mitos, porque sin renunciar a su ideario --cuestión personal-, tampoco renunció a un fútbol –pasión colectiva- que teniendo el marchamo de vasco entusiasmó a todos lo españoles durante muchos años dándole una tarjeta de identidad.

Sin embargo, el fútbol no entraba en el mundillo literario o entraba poco en el tiempo de Belauste. En enero de 1929, la popular revista Estampa de Madrid publicaba la respuesta de Pío Baroja a la pregunta: “¿Qué le parece a Usted el fútbol?: “Mal se puede juzgar lo que no se conoce bien, y yo solamente he visto un partido de fútbol desde una casa que tengo cerca del campo del Real Unión, de Irún.” Baroja tenía 49 años y era consciente de la popularidad del fútbol, pues a él mismo se le habían quedado grabados los nombres de Echeveste, Gamborena y otros. Subrayaba la pasión que despertaba para sentenciar: “Demuestra también la importancia de este juego el hecho de que no existe rivalidad entre Irún y San Sebastián nada más que en lo que se refiere al fútbol, y en esto la lucha es enorme.” Y le encontraba la utilidad siguiente: “Tiene de bueno este deporte que parece que va a acabar con la fiesta de los toros, y además tiene una finalidad: el triunfo; y esto, como en las guerras, anima siempre a los pueblos, mientras de los toros no puede esperarse otro resultado: siempre el mismo o uno lamentable”.

miércoles, 25 de abril de 2018


PÍO BAROJA: SUSANA (1938)[i]


Estudiaremos la novela de Pío Baroja más desdeñada probablemente y que atrajo a menos estudiosos. Birute Ciplijauskaite, en las páginas finales de un libro suyo verdaderamente excelente,  asume que Susana –como anticipó Eugenio de Nora-- pertenece al periodo decadente del vasco en el que repite temas y situaciones. Añade que el protagonista trata de un personaje conocido: “hombre fantaseante y sentimental que intenta ser realista y objetivo[ii]  circulando por una trama casi inexistente que carece “de un interés sostenido. Los episodios secundarios son autónomos y se pueden incluir o dejar aparte[iii]. Piensa que la intriga amorosa  tampoco anima el interés y reitera que en temas de amor Baroja no había aprendido nada todavía.  Aunque la acción acontece durante la Guerra Civil  y se presenten tipos de exiliados, “la realidad de la guerra se queda muy al fondo.”[iv]

La novela fue encargada por la editorial donostiarra Bimsa y, se piensa que urgió a Baroja a concluirla pronto; la urgencia justificaría su precipitado final, pero no lo apoyamos.  Baroja era un experto en el arte de  novelar y tenía trazado un plan para el manuscrito de Miguel Salazar con sucesos ya transcurridos, no nuevos, incluido el momento en que finaliza su relación con Susana, y al plan previsto se atuvo. Si el tema principal de Susana --como de otras novelas suyas-- es el fracaso frente al destino, ni la noticia del fallecimiento de la protagonista ni la brevedad de algunos capítulos finales debe atribuirse a premura. Susana no es una novela de Baroja desdeñable, pertenece al realismo barojiano y ofrece, como veremos,  aspectos interesantes sobre su manera de novelar y su evolución.

García de Juan recoge una cita del propio Baroja afirmando el realismo de su novela al referirse a los personajes cuya creación simultaneaba con artículos para la prensa sudamericana: “casi todas las figuras que aparecen son reales, más o menos disfrazadas (…) me puse a escribir una novela de ambiente parisiense, que fue Susana y los cazadores de moscas, en la que conté la vida de un manchego a orillas del Sena, un manchego que nada tenía de Quijote, ni tampoco de Sancho Panza (…) La vida de un español joven, áspero y pesimista aficionado a la química, que vivía en una calleja de Montrouge, me sirvió para mi relato.”[v] García de Juan demuestra muy acertadamente que si comparamos las novelas Susana y Laura con los escritos autobiográficos de Baroja—de Juan lo hace minuciosamente--, y dejamos  a un lado parques, jardines y edificios visitados por el autor, “se deduce una constante influencia de la realidad vivida en Francia y su capital, así como en Suiza en 1937 o antes, y de las noticias que de una u otra forma le llegan de España.”[vi] 

EL PROTAGONISTA

Miguel Salazar, rubio de ojos claros, es un manchego hijo de boticario que estudió Farmacia, pero no pudo heredar la botica donde trabajaba su padre porque no había concluido la carrera y la familia atravesaba una mala situación económica. Marcha a Madrid para regentar una farmacia con poco sueldo; Doña Márgara, la propietaria, viuda fondona y cuarentona se le insinúa, pero Miguel prefiere continuar siendo pobre dedicado a la lectura y la pintura hasta que la viuda le envía a París en busca de un medicamente que proporcione un éxito a su farmacia.

El lector aprecia enseguida que Miguel no pertenece al estamento de los hombres de acción barojianos y tampoco es un dechado de cualidades, vamos, que se integra con simpleza en el grupo de los antihéroes pusilánimes.

Miguel mismo se piensa falto de condiciones para destacar. No sabe hacer ni amigos ni protectores. Se estima infantil y tímido, pero también “sereno, frío, tranquilo(10).  Su único vicio consiste en tomar café y a los 28 años tiene ideas pesimistas de viejo. Su Dulcinea son los libros, que devora. Vive resignado a una existencia monótona; ni siquiera le apetece viajar. Es el retrato de un sedentario que no encuentra un momento de suerte en una vida en la que “vegetaría miserablemente(12). 

Animado por un médico que le convence para que acepte la propuesta de Dª Márgara, sale de su carapacho y se va a París. Instalado en un hotel del bulevar Saint-Michel, busca sin éxito el medicamento que ensueña Dª Márgara, viaja una semana a Londres y a la vuelta recibe la noticias del estallido de la Guerra Civil.

El Capt. III recoge el impacto de la guerra en los españoles que están en Francia y en los franceses. A Miguel, la Guerra Civil le produce perplejidad y desorientación; confía en que sea una cuestión de días pese a los augurios de que durará. Un mes después continúa perplejo y el regente que le sustituyó en la botica de Madrid le entera de que los milicianos han ido a buscarle sin duda para darme un disgusto, porque me consideraban reaccionario(17) aunque nunca antes se había manifestado políticamente.

El París que Miguel vive se reduce a un espacio social proletario de  personajes míseros o derrengados, a veces plurinacionales, pero Miguel no estima que pertenece al ámbito de miseria de los otros aunque la pobreza asome en su vestuario; siempre aparece su talante burgués de clase, por ejemplo, cuando viviendo en el  hotel dice que le molesta el olor a pobre que sube del portal a las habitaciones del León de Plata (20), al afirmar que la multitud le espanta, o cuando piensa mal de la gente con la que convive: “aquella gente del hotel era sospechosa, antes de acostarme cerraba la puerta y la atrancaba(22).

Al principio de esta novela proliferan las estampas del universo proletario, pero no existe la denuncia social que, por ejemplo, encontrábamos en La lucha por la vida; cuando Miguel sale de la postración y le aceptan para traducir prospectos de farmacia, escribe: “Ganaba menos que un peón de cualquier oficio manual y hasta algunas criadas; pero si me hubiera presentado ante un grupo de obreros, me hubieran llamado miserable burgués.(28)

Es sabido que Baroja también construía a sus personajes mostrando lo que no eran, parecían o no les gustaba. Miguel no aprecia el París monumental y tampoco tiene espíritu de turista. Menos aún se imagina un hombre importante; no es nadie y encuentra lógico que la gente tampoco le muestre simpatía. Aunque tiene”la sospecha un poco triste de que no me ha querido nunca nadie(101) goza del beneplácito de los demás y el Sr. Olivier piensa que puede llegar a hacer algo en el campo de la experimentación. Vive con resignación y, de cuando en cuando, se autocompadece: “no creo que haya hecho nada para merecer tan desdichada suerte”. (41) Se siente próximo a Jill Fortuner, pero desde sus desemejanzas; a Jilll le gusta el deporte y jugar al ajedrez;  Miguel no practica esas aficiones y le parecen aburridas; la amistad surge de estar juntos, de no molestarse el uno al otro.

La aproximación de Miguel a Susana surge hacia la mitad de la novela, en el capítulo X, pero es un acontecimiento que pone de manifiesto una batalla entre su carácter irresoluto y los sentimientos que ella despierta: “El verme dominado por una pasión amorosa, me alarmaba(74) y se considera  un imbécil por no haber cortado antes esas ilusiones. Al encontrarse en la casa del Sr. Roberts con otras personas sospecha que están ahí porque Susana quiere que le estudien y ello le induce a mostrarse con prudencia y pintarse como un hombre pobre y sin pretensiones. (91)

La relación amorosa progresará muy lentamente, pero proporciona nuevos aspectos del protagonista. Estando en casa del pintor Ferón le molesta ver a un joven comentando al oído de Susana cosas en secreto. Se trata de un chico que ella  conoce desde niño por lo que Susana advierte:Veo que es usted celoso(140), concepto que eleva arecelosocuando Miguel asume que el joven está enamorado de ella, y el cumplido deriva amalévolocuando pone en solfa las conversaciones entre los pintores Ferón y Roberts.

La relación Miguel-Susana no adquiere visos hasta el Capt. XIX, bien avanzada la novela, cuando Miguel muestra su preocupación por lo que el Sr. Roberts opina de él como pretendiente de Susana y si le parecería digno para entrar en la familia. Susana disipa sus dudas aunque reconoce cierto cariño egoísta en su padre porque no desea separarse de ella.  Para vencer una posible hostilidad propone que asegure a su progenitor que no pretende casarse con ella y que ha encontrado un procedimiento práctico y barato para terminar con las moscas. Y cuando Miguel le pregunta si ella sería positiva con su pretensión, Susana le asegura que sí. La emoción de Miguel le lleva a estrechar las manos de Susana con efusión (143) y como una declaración de amor velada; la secuencia tiene un parecido lejano con la concertación de los matrimonios por conveniencia pese a que un Miguel eufórico articula este cumplido: Usted es mi inspiradora, y yo la considero muy superior a mí.(145) La timidez es, no obstante, una característica de la chica que ella describe así: “he vivido tan aislada, que me ha quedado la timidez como una enfermedad (…) A pesar de esto, no crea usted,  si tengo que hacer algo difícil,  me armo de decisión y soy hasta valiente.(145)

Sin embargo, aparecen curvas en la relación entre ambos jóvenes. Susana enferma y viaja al norte con su padre sin comunicárselo a Miguel. Ni siquiera habrá relación epistolar, aunque Susana piensa al regreso del viaje que su padre hizo desaparecer las cartas de Miguel y escamoteó las suyas a él (177).

Cerca del final, Miguel parece un enamorado incondicional al responder a la pregunta de Susana si es celoso y responder: “Algo, sí, y soy exclusivo. Me preocupa usted; ya no me preocupan los demás, ni mujeres ni hombres.(182)

El médico recomendará que Susana vaya a un país de sol para recuperar plenamente la salud y padre e hija viajarán a El Cairo siguiendo el consejo médico. Los novios acuerdan preparar los papeles del casamiento para la vuelta y, como en las viejas películas, habrá un beso de despedida. “De pronto, unos días sin carta. Después un telegrama. Susana había muerto en un accidente de automóvil.(188) Baroja muestra la mayor sobriedad al comunicar al lector un  desenlace tan sorprendente como inesperado, sin embargo no es tan sorprendente si leemos con atención los capítulos anteriores al viaje y nos fijamos en las consideraciones de Susana sobre la muerte.

Miguel desesperará de dolor, viajará a Italia por consejo de sus allegados y regresará a España. Los dos párrafos finales los escribe desde el frente. Poniéndose a examen de la persona para quien escribe su relato; dice: “No sé lo que pensará usted de mí, ni que considerará usted auténtico y profundo en mi manera de ser, si la pasada tendencia al sentimentalismo y a la blandura, o la actitud de dureza, de energía y de serenidad. Yo mismo no sé a qué atenerme.” (191)[vii]

LOS PERSONAJES FEMENINOS

No sustentamos la opinión de que en temas de amor Baroja no había aprendido nada todavía como escribió Birute Ciplijauskaite porque novelas de fecha anterior a Susana demuestran lo  contrario; la creación misma de Susana, casi un dechado de perfecciones,  niega que Baroja tuviera una visión negativa y distante de la mujer.

Las mujeres que aparecen en Susana desempeñan papeles esporádicos a excepción de la coprotagonista, pero la visión general es amable con la sola excepción de Dª Margara (“maliciosa y suspicaz(12)). Las demás viven, son artistas, algunas arrastran dolor por la suerte de sus amados en la Guerra Civil y otras padecen situaciones denunciadas por Baroja: la dificultad del matrimonio si no se tiene trabajo: “¡Casarse sin dinero o sin empleo en París!-–exclamó Juana Mari--. Es imposible, o, por lo menos, muy difícil. Habría que casarse con algún desesperado.” (59), y la explotación de las mujeres como la sufrida por la pintora polaca, aristócrata venida a menos y explotada por los comerciantes de cuadros.

Susana aparece pasadas cincuenta páginas, pero ya sobre el papel, su autor traza un dibujo donde resplandece su belleza y “un aire un poco delicado y frágil(53), suficiente para despertar la admiración de Miguel. Es una mujer  inteligente y aplicada que ganó una oposición a archivera con el número 1. Domina la geografía urbana de París y da sustancia a la retahíla de calles --que abruma al lector-- ilustrándolas en ocasiones con relatos bien humorados como el relacionado con el castillo de Vauvert.

De alguna forma pertenece a la estirpe barojiana de las salvadoras, las mujeres que, como acontece en La lucha por la vida, rescatan a su hombre del laberinto vital en el que anda perdido. Los hilos salvadores de Susana son menos pretenciosos: buscarle una vivienda mejor, moverle por el espacio invitándole a ir a otros lugares y conocer a diversas personas,  ayudándole a traducir al francés las memorias encargadas por el Sr. Olivier, invitándole a pintar  y proponiéndole la lectura de grandes autores, es decir, patrocina mejorías en sus aficiones de siempre.

Susana enferma cerca del final adquiriendo un aspecto lánguido y melancólico en un verano sofocante  y “hablaba mucho de la muerte y de la tristeza del tiempo que pasa, con cierta delectación.” (181) En los últimos capítulos, la muerte aparece en sus pensamientos y diálogos como un presentimiento. No hay urgencias del editor. Baroja estaba preparando la noticia de un final acorde con su idea de la fatalidad del destino.

LOS PERSONAJES SECUNDARIOS Y ESPORÁDICOS

A excepción del Sr. Roberts, pululan por la novela como parientes, amigos o conocidos de los   personajes principales o proceden de los círculos de la miseria; el narrador les perfila y cuenta su historia. Además de los franceses, también hay plurinacionales. Cuando la arquitecta inglesa invita a Miguel --español--,  a Jill -- hijo de un inglés-- y una estudiante china a visitar el estudio de la pintora polaca, el primero escribe: “Primero comeríamos en un bar ruso y luego iríamos a visitar a la polaca(45); después se sumarán una francesa y una rumana. La pintora polaca, es descrita como “vieja con aire de  momia(47), algo desmemoriada y con un pequeño zoo en su casa. La secuencia sirve para dar entrada a la protagonista, Susana, que aparece en compañía de su padre, el pintor Emilio Roberts cuyos razonamientos negativos sobre el arte moderno  sirven para caracterizarle (50 y ss.)

Emilio Roberts tiene recorrido en el texto y hay cierta delectación en su retrato. Yo no me creo un gran artista, querida(51) dice a su hija, pero presume de serlo; si su aspecto es de hombre elegante, también surge el caricato cuando persigue una mosca con ansiedad provocando las risas del puñado de conocidos que viaja con él en el metro para visitar el estudio de otro pintor. Exhibe un aire bohemio, pero “se manifestaba insociable y misántropo. No quería nuevas amistades, era un tanto teósofo y medio budista. Como pintor, creía que la pintura había terminado en el impresionismo(63)

Roberts posee una opinión peculiar sobre las mujeres al pensar “que el hombre que mejor había comprendido el destino de las mujeres era el señor Landrú.(95) Pero serán las mujeres las que mejor le evalúen y descubran. Una amiga de la señorita Bartas, le considera como “un hombre de una inquietud y de un egoísmo terrible. No quiere que su hija se case, porque se quedaría solo y no tendría quien le cuidara.”(99) Su hija misma piensa: “El miedo a la enfermedad, el aislamiento, le están fastidiando; yo creo que querría vivir en un quirófano esterilizado y antiséptico.”(102)

Roberts también cree que el hombre es enemigo del hombre, pero lo singular de su personalidad es la pertenencía a la cofradía de los cazadores de moscas, al igual que el osteólogo-disecador o el pintor Aquiles Ferón. La preocupación de Roberts por las moscas es sanitaria: “La mosca parece que es un elemento de contagio terrible(92); estima que se debe tener higiene y dar seguridad a la vida, y cuando Miguel esparce dudas al decir: “Usted habrá oído decir que hay heridas que se curan antes cuando las tocan las moscas(93) se informará sobre los procedimientos para eliminarlas. Para el cazador de moscas Paul Olivier la existencia de las moscas es “la prueba absoluta de la falta de cultura(108) y cuando favorezca a Miguel con el encargo de unas memorias, una versará sobre la extinción de las moscas.

El subtema de los cazadores de moscas se incorporó al título de la novela en la edición de 1941 con la aquiescencia de Pío Baroja. Puede estimarse como una boutade barojiana. Desde una visión republicana, las moscas representarían a los aviones mosca[viii] de la contribución rusa a la Guerra Civil que los nacionalistas pretendían abatir, pero esta interpretación supondría un alineamiento de Pío Baroja por cualquiera de los bandos difícil de sustentar para los años 1937/38. Sin embargo, merece un aprecio la opinión de Francesca Crippa al decir: “las moscas representarían los aspectos más triviales de la existencia y en este sentido la importancia que los personajes les atribuyen se convertiría en el símbolo de una generalizada falta de valores que caracterizaba, según Baroja, la sociedad española de su época; por otro lado, la imposibilidad de alcanzar el objetivo final sería una metáfora de la condición existencial del hombre moderno, obligado a luchar constantemente para defender sus sueños e ideales.”[ix] Ahora bien, si tenemos presente que los cazadores de moscas son franceses, mejor sería decir que la falta de valores que Baroja denunciaba también la veía en una Francia que estaba a las puertas de IIª Guerra Mundial.

EL ESPACIO NOVELESCO

La novela transcurre principalmente en el entorno del parque de Montsouris, un reducto de amor que despierta vivencias y sensaciones agradables, al contrario de las calles cercanas cuya atmósfera de miseria parece un remedo del ambiente espacial de La busca trasladado a París. También Influye el libro Causas célebres de todos los pueblos  prestado por la dueña del hotel para que se entretenga; contenidos del mismo pasan a la novela. La prisión de la Santé y el recuerdo de una guillotina provocan en Miguel esta reflexión: ”Esto debe ser la imagen de la vida—pensaba al contemplar el sombrío edificio--. Aburrimiento y tristeza dentro, y la muerte fuera.”(33) La clínica de locos del barrio también le suscita sensaciones mórbidas. Confiesa que  Algunas calles  me daban casi miedo(35) y mira con terror hacia sus edificios pensado que sólo podían desarrollarse cosas terribles en ellos.

Mucho más adelante, cuando Miguel conoce la Salpêtrière con sus viejas terribles, Susana  comenta: “yo no comprendo tanto ese gusto por  los rincones negros(123) Miguel confiesa: “La vida que pasa por delante de los ojos me llama más la atención que el arte que se guarda en los museos.”(125) Y Susana asiente para definirle así: “Es usted un observador de las cosas pequeñas.”(126)

La visión de París brota de técnicas impresionistas y no siempre es triste. Resplandece en ocasiones, por ejemplo, en los comienzos del Cap. XIII cuando se describe una noche invernal en la proximidad de la Nochebuena. (103/104) También cuando se describe el Paris de los días de fiesta y feria en el Cap. XV (116/118) y el regreso de las gentes hacia sus casas al anochecer (167), páginas formidables del mejor Baroja.

EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL

La Guerra Civil aparece, efectivamente, en el fondo de la novela desde las primeras páginas y desde dos puntos de vista. Cuando Miguel regresa a París desde Londres dice al final del Cap. IIº: “me encontré sorprendido con las noticias de la revolución española.”(15) Sorpresa que se vuelve perplejidad, --aunque espera que la situación se aclare en unos días -- y más al saber que los milicianos han ido a buscarle en Madrid.

Los españoles que viven en Francia tienen parecidas reacciones, pero  no se muestran excesivamente preocupados y su afán consiste en ingeniárselas para  vivir como el catalán Juan Samper que ha huido de la zona roja y subsiste de una pensión del gobierno español desde antes de la guerra (37). Otros no están a la altura; a Miguel le insatisface el trato bromista de los estudiantes españoles y decide no volver a reunirse con ellos (41).
El tema de España es un motivo de conversación de los franceses. Muestran sentimientos, pero un conocimiento escaso de nuestra geografía, historia y de los motivos de la contienda; su visión es estereotipada o negativa. En el Cap. Vº se discute sobre si San Sebastián es francesa o española (42). Una amiga de la institutriz Ernestina recién llegada de Madrid, comenta: “Aquello está muy mal. ¡Qué pena! ¡Yo que le tenía tanto cariño a ese pueblo! Allí  ya no se puede vivir.” (58) Cuando Miguel visita al profesor  Paul Olivier se dice que España “era un volcán,  que todos los españoles éramos fanáticos y energúmenos; otros aseguraban que España era un país tan libre como cualquiera. Una señora afirmó que en España las mujeres no pensaban más que en sus hijos y no hacían vida de sociedad.(105/06). Una visión más profunda la tiene precisamente Paul Olivier para quien “los españoles serían gente desencantada, quizá demasiado ambiciosos, porque él creía notar esto lo mismo en Séneca que en Cervantes, en Ignacio de Loyola que en los conquistadores.”(106)

Cuando se pide a Miguel que opine asegura no haber pensado en la cuestión, pero animado por los concurrentes en la casa de Olivier comenta que, desde un punto de vista,  las gentes de todas partes parecían iguales“y, desde otro, la gente de las naciones, de las comarcas e incluso de los pueblos parecían diferentes.

Al final de la novela vemos a Miguel, afligido por la muerte de Susana, sin ambición alguna y convencido de que nada se podía prever; llega a Cádiz desde la Italia fascista y se inmiscuye en la guerra no por patriotismo hacia uno de los lados sino porque se ha quedado sin dinero.  Ahora trabaja en una ambulancia del frente haciendo análisis y fabricando sueros, viendo a diario muertos,   acostumbrándose  a la idea de la muerte y sin saber a qué atenerse.





NOTAS.:
[i] Pío Baroja, Susana, Bruguera, Barcelona, 1981. Mis citas de la novela corresponden a esta edición. La novela fue publicada por Bimsa como Susana en 1938. El nombre se ampliaría a “Susana y los cazadores de moscas” en la edición de Editorial Juventud de 1941 y en las posteriores. García de Juan en el libro que citamos después comenta las variantes entre la edición primera y las posteriores.
[ii] Birute Ciplijauskaite, Baroja, un estilo, Ínsula, Madrid, 1972, p. 242.
[iii] Ciplijauskaite, op. Cit., p. 243.                                 
[iv] Ciplijauskaite, op. Cit., p. 244.
[v] Miguel Ángel García de Juan, Las novelas parisienses de Pío Baroja (Susana y Laura, 1936-1939), Caro Raggio, Madrid, 2007, p. 29.
[vi] G. de Juan, op. cit., p. 33.
[vii] Me parece acertada esta reflexión de García de Juan: “El protagonista se ha mostrado en unas ocasiones como  un ser en exceso racional, endurecido por la vida, irreductible pesimista… pero en otras, ha cedido ante el poder de los sentimientos y de la ilusión. En consecuencia, todos los estados que se producen en el itinerario vital de los individuos son auténticos, todos son frutos de un destino contra el que es inútil luchar.” Op. cit., p. 72
[viii] Los cazas Policarpov I-16 fueron contribuidos por la URSS a la IIª República española; venían desmontados y en cajas con el nombre Москва en cirílico lo que llevo a los republicanos a llamarles “moscas”.
[ix] Francesa Crippa, “La literaturización de la experiencia del exilio como síntesis de la trayectoria política barojiana: el caso de Susana y los cazadores de moscas” Università Cattolica del Sacro Cuore (Milano), Verba Hispanica XXIII, p.240. Se puede leer en Google