lunes, 24 de octubre de 2016

Los cuentos bilingües de Christopher


 Christopher Diego en “La Mancha”


Para Christopher Diego en su 4º cumpleaños
Del yayo Javier Martínez Palacio

Apenas dormido, Christopher sintió como si el sueño mismo le transportara a una llanura esteparia. Concluía octubre, hacía frío y, si había otro signo de vida, lo daba el aire haciendo correr ovillos de ramas y hojas secas que iban y venían en direcciones sin sentido. 

Christopher no estaba asustado; miraba a su alrededor. Nada por aquí, nada por allá, hasta que divisó a su espalda y en la lejanía, la extraña figura de un hombre que llevaba una pesada armadura medieval sin casco e iba sobre un caballo muy flaco que apenas podía caminar; a su lado marchaba un feliz campesino gordinflón, sobre un rocín cuyas alforjas rebosaban. Observó que los viajeros se arrimaban a unos peñascos y desmontaban --el hombre de la armadura no sin gran dificultad--, sin duda para descansar y reponerse.

Visto lo visto, Christopher ni lo pensó, y decidió correr y aproximarse. Cuando los alcanzó, el caballero acababa de quitarse la coraza y le miraba con sorpresa.

--¿De dónde vienes y adónde vas, pequeño? –interrogó con voz grave.

-- De Carolina del Norte - respondió Christopher.

-- Tierra ignorada en los libros de caballería, ¿Dónde queda?

-- Pues no lo sé, porque vengo de un sueño y ando perdido –respondió el niño

--¿Cómo Amadís? ¿Tienes algo en común con Amadís de Gaula?- indagó el caballero.

-- Soy hijo de Elizabeth y Ricardo.

--¡Notable dinastía! – aseguró el caballero mientras inclinaba la cabeza con respeto --. Ricardo fue un rey esforzado al que llamaban Corazón de León y Elizabeth una reina bellísima que estuvo por encima del bien y del mal. No tengo la menor duda; tu linaje debe de ser próximo al de Amadís, o bien, al de Palmerín de Inglaterra cuando menos.

--Me confunde, señor; mis padres, Elizabeth y Ricardo, así como yo, somos de Carolina del Norte –y estiró un brazo a su izquierda-, por allá lejos, muy lejos, un país del que, sobre todo, se ven las alturas por ser tierra de montañas.

El gordinflón se hizo notar; mientras le acercaba un tajo de queso y un pedazo de pan --viandas que había sacado de una de las alforjas que transportaba el rucio-- le dijo:

-– Jovencito, este caballero es Don Alonso, yo me llamo Sanchico y soy su escudero; para mí, tú serás el Nano.

Christopher comió con apetito, pero con un ojo fijo en la extraña apariencia del caballero de cara larga y estrechísima donde las guías del bigote, finas como lanzas, apuntaban rectas en direcciones opuestas. Se preguntó si estaría en buena compañía o si, por el contrario, estaría a merced de unos malandrines come-niños que, si llegaba a dormirse, no tardarían en rajarle y sacarle las entrañas. Apartó sus pensamientos y preguntó por preguntar y hacer conversación:

--¿Y qué hacéis por aquí?

-- Buscamos el Yelmo de Mambrino.

-- ¿El yelmo de quién...? – casi gritó Christopher.

--Mambrino era un rey moro –respondió Sanchico—que tenía un yelmo de oro que le hacía invulnerable a todo y que le arrebató Reinaldo de Montalbán en combate a muerte.

--Mi armadura, que era de mi bisabuelo –añadió Don Alonso- vale poco sin yelmo para proteger la cabeza y el rostro. El yelmo represente la vergüenza del caballero y con la espada le protege de todo mal de hombre o bestia, de la enfermedad o del hambre, por eso arrebaté el yelmo de Mambrino a un barbero facineroso que lo tenía robado, pero lo perdí... — y el caballero entró en un mutismo absoluto que ni Sanchico ni Christopher osaron perturbar, hasta que el Nano, pensándolo mucho, dijo:

--Pues yo te puedo prestar el mío si es que tienes pensado entrar en combate.

--¿Que tú, pequeño hombre de treinta y ocho pulgadas, tienes un yelmo? -- preguntó el caballero admirado. Y Christopher abrió su mochila y rebuscó hasta encontrarlo y se lo ofreció. El caballero lo asió admirándose de su calor dorado, aunque al palparlo puso cara de mucha extrañeza y preguntó:

-- Este yelmo no parece tener mucha consistencia. ¿Es de juguete? ¿De qué material está hecho?

--De plástico --respondió Christopher-, pero es muy fuerte y redondo en la parte del casco; parece poco resistente porque es moldeable y ajustable, pero cuando lo llevo y saco mi espada aterrorizo incluso a mis padres.

--¿Tan así?-. Interrogó Sanchico arrascándose detrás de una oreja.

--¡Oh, seguro! -respondió el niño-. Mi espada está hecha del mismo material y es recta y dura para castigar sin matar.

Christopher también la sacó de la mochila. Sus compañeros la contemplaron y después la probaron dando mandobles al viento. Luego trataron en vano de pinchar el suelo, pero Don Alonso sonrió al notar que se hundía fácilmente en el queso que Sanchico tenía a su vera con gran disgusto suyo. Después Don Alonso preguntó al Nano:

--¿Cómo te llamas?

--Christopher Diego.

--¿De dónde dijiste que vienes?

--De Carolina del Norte.

--Pues desde ahora te llamarás Christopher Diego de Las Carolinas y te armaré caballero en este mismo momento porque, no habiendo capilla por estos parajes, te excuso de velar las armas. Hinca una rodilla – el Nano así lo hizo y el caballero pronunció unos palabras muy raras; luego golpeó suavemente con la palma de su espada en los hombros, la espalda y la cabeza de Christopher para concluir advirtiendo--. Si quieres ser un gran caballero tendrás que conseguir el pañuelo de una dama que te lo regalará sólo después de haberla hecho un gran servicio.

--No se preocupe, Don Alonso –-dijo Christopher--. Mientras consigo el pañuelo rodearé mi cuello con un collar de luz. - Y sacándolo de la mochila se lo puso admirando a sus compañeros, bien que la iluminación pistacho brillante hizo que caballero y escudero se echaran para atrás mientras Don Alonso susurraba a su escudero que el Mago Frestón podría haber embrujado al joven hidalgo de Las Carolinas.

Estaban en estas cuando Don Alonso se apartó de humanos y víveres, y poniendo su mano derecha sobre las cejas para que el sol no le deslumbrara, afirmándose en las puntas de los pies, miró a lontananza. Vislumbró lo que parecía una comitiva gracias al polvo que levantaba aunque la distancia le impedía distinguir bien. Insatisfecho, se colocó la coraza, cogió el yelmo y la espada de Christopher, su lanza, y montó en su jamelgo el cual inició una especie de trote que se volvió galope en un santiamén para regresar al paso más pronto que tarde segundos después. 

El polvo que levantaban le hacía desaparecer a los ojos de Christopher y de Sanchico quienes se subieron precipitadamente al rucio y marcharon en pos mientras Sanchico gritaba con toda la potencia de sus pulmones:

--¡Mirad bien, mi Señor! ¡No acometáis una de esas aventuras que os tienen más bien desbaratado que compuesto!

A medida que se aproximaba, Don Alonso vio unas carretas a cuyo alrededor danzaban unas máscaras aterradoras, enanos que parecían demonios colorados con colas del color del fuego, sibilas viejas y jorobadas de aspecto monstruoso, zombis que llevaban la cabeza en sus manos con unas velas metidas en su interior iluminándolas.

Había también esqueletos que bufaban fuego y dejaban un rastro humeante y esqueletos encapuchados que portaban guadañas cuyas cuchillas en forma de arco de gran radio hendían el aire intimidando y atemorizando. Bailaban una danza extrañísima y entonaban una canción ululante.

--¡Deteneos! – gritó Don Alonso colocando su lanza en posición amenazadora - ¡Y dadme la razón del tropel!

Las máscaras se detuvieron sorprendidas y turbadas por la aparición del caballero y se arrimaron unas a otras componiendo un cuadro fantasmal del que sobresalió una voz joven de mujer:

--Mi Señor, ensayamos la Danza de la Muerte que representaremos en la primera aldea que encontremos.

--¿Y qué os proponéis con ella? —interrogó el caballero.

--Divertir a los aldeanos y que nos den pitanza y cobijo.

--¿Divertir llevándoles miedo?

--Con nuestras representaciones le gente se ríe, mi Señor, no hacemos mal a nadie sino divertir con nuestras máscaras y atuendos. Sacamos a bailar a las autoridades del lugar, al cura y a los labradores, y también a los alguaciles, a ricos y pobres para recordarles que los goces del mundo tienen su fin y hay que morir.

Estaba Don Alonso enfureciéndose y a punto de entrar a saco en la reunión cuando Christopher y Sanchico llegaron a su altura y el primero, divertido por cuanto veía, se puso a gritar con gran alegría:

--¡Halloween! ¡Halloween! ¡Halloween!

--¿Pero qué gritas? – preguntó Don Alonso.

--¡Es Halloween! ¡Una costumbre muy parecida que, en la tierra de donde vengo, celebramos la víspera del Día de Todos los Santos! También le llamamos la noche de las brujas –prosiguió Christopher--. Niños y niñas nos disfrazamos de duendes, fantasmas o demonios, llamamos en las casas de nuestros vecinos diciendo trick or treat que quiere decir truco o trato, o dulce o travesura, porque si no nos dan golosinas o dinero se supone que no aceptan el trato y algo malo les va a ocurrir, por ejemplo, les tiramos huevos u otras cosas contra la puerta o las ventanas de su casa.

--¡Qué bueno! ¡Qué idea tan simpática! –gritó la mujer que había hablado con anterioridad mientras las máscaras se movían cuchicheando entre ellas y moviendo sus cabezas dando muestras de agrado.

Al observar que la actitud de la comitiva no era afrentosa, Don Alonso se aplacó, puso la lanza en reposo y dijo:

--Proseguir vuestra aventura que la nuestra es encontrar el Yelmo de Mambrino.

Los comediantes agradecieron la buena disposición del caballero, le desearon suerte y antes de emprender camino, la joven que había hablado con anterioridad, se quitó un pañuelo del cuello y se lo entregó a Christopher diciendo:

--Muchas gracias pequeño amigo por dar una nuevo significado a nuestra danza que, de seguro, alborozará a los aldeanos como nunca antes.

Christopher contestó mientras se quitaba el collar de luz y se anudaba el pañuelo al cuello:

--Señora, no dudéis en llamarme si tenéis algún nuevo problema en vuestro viaje.

Y se despidieron todos con gran cortesía. Luego Don Alonso, Sanchico y Christopher regresaron al pedregal donde habían dejado las alforjas, comieron y se echaron a dormir.




A la mañana siguiente, mientras Christopher refería a sus padres el sueño que había tenido, se sorprendía al descubrir el pañuelo que la muchacha le había regalado junto a su yelmo, la coraza y su espada.
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ristopher´s bilingual stories


Christopher Diego in “La Mancha”


For Christopher Diego on his fourth birthday
Text by Javier Martínez Palacio
Translation by Betty Jean Curtis Inselmann


Just asleep, Christopher felt as if sleep itself were transporting him to an immense plain. October was almost at an end, it was cold and the only sign of life, if any, was provided by the wind chasing tumbleweeds, empty balls of dry leaves and branches, in all directions without rime or reason.

Christopher was not frightened; he glanced around. Nothing over here, nothing over there, until behind him, at a distance, he sighted the strange figure of a man wearing a heavy medieval suit of armor without a helmet, riding a very skinny horse which could barely trot; beside him was a stout peasant, happily mounted on a donkey with bulging saddlebags. He watched the travelers move close to a large boulder and dismount – the man in the suit of armor with great difficulty – no doubt to rest and recuperate.

Seeing this, Christopher did not hesitate, and he decided to run and get closer. When he reached them, the knight had just taken off his breastplate and was looking at him in amazement.

“Where do you come from and where are you going, little one?”, he questioned him in a solemn voice.

“From North Carolina”, responded Christopher.

“A land unheard of in the books of chivalry.” Where is it located?”

“Well, I don’t know because I come from a dream and I am a little lost,” responded the little boy.

“Like Amadís? Do you have something in common with Amadís de Gaula?” inquired the knight.

“I am the son of Elizabeth and Ricardo”.

“An outstanding dynasty!”, assured the knight as he bowed his head in respect.

“Richard was a brave king called Richard the Lion-hearted and Elizabeth a most beautiful queen who was above good and evil. I haven’t the slightest doubt; your lineage must be similar to that of Amadís, or at least that of Palmerín of England”.

“You are mistaken, sir, my parents, Elizabeth and Ricardo, as well as myself, are from North Carolina” – and he stretched an arm to his left – “way over there, very far away, a country whose high peaks are especially visible because it is a land of mountains”.

The stout peasant made his presence known; while he offered him a slice of cheese and a piece of bread, food --which he had taken out of one of the saddlebags the donkey transported-- he said to him:

“Young man, this gentleman is Don Alonso, my name is Sanchico and I am his squire; for me, you will be Nano.”

Christopher ate heartily, but with one eye fixed on the strange appearance of the knight with the extremely long, narrow face where the tips of his mustache, thin as fine lances, pointed straight out in opposite directions. He wondered if he was in good company or if, on the contrary, he was at the mercy of evil child-eaters who, if he should fall asleep, would waste no time in cutting him open and removing his intestines. He put aside these thoughts and inquired for the sake of asking and making conversation:

“And what are you doing here?”

“We are looking for Mambrino’s Helmet.”

“Whose helmet…?” Christopher almost shouted.

“Mambrino was a Moorish king”, responded Sanchico, “ who had a helmet of gold that protected him from all danger and Reinaldo de Montalbán snatched it away from him in a fight to the death”.

“My suit of armor, which belonged to my great grandfather”, added don Alonso, “is worth very little without a helmet to protect the head and face. The helmet represents the dignity of the knight and together with his sword protects him from all evil, be it from man or beast, from sickness or from hunger, which is why I snatched Mambrino’s helmet from a wicked barber who had stolen it, but I lost it…” and the knight fell into absolute silence which neither Sanchico nor Christopher dared disturb, until Nano, after a great deal of thought, said:

“Well, I can lend you mine if you plan to enter into combat.”

“Do you, small man of thirty eight inches, have a helmet?”, asked the knight in amazement. Whereon Christopher opened his backpack and searched around until he found the helmet and offered it to him. The knight grasped it admiring its golden color, although upon testing it he made a strange face and asked:

“This helmet doesn’t seem to be very solid. Is it a toy? What is it made of?”

“Plastic”, responded Christopher, “but it is very strong and the crown is rounded; it doesn’t seem very firm because it is flexible and adjustable, but when I wear it and take out my sword it terrorizes even my parents.”

“Is that so?”, questioned Sanchico scratching behind his ear.

“Oh, absolutely!”, responded the boy. My sword is made of the same material and it is straight and hard in order to punish without killing.”

Christopher also took it out of his backpack. His companions looked at it and then they tested it, holding it with both hands, and slashing the air; they tried in vain to sink it in the ground, but Don Alonso smiled when he noticed that it sank easily into the cheese that Sanchico had beside him, much to his annoyance. Later Don Alonso asked Nano:

“What is your name?”

“Christopher Diego.”

“Where did you say you come from?”

“From North Carolina.”

“Well, as of now you will be Christopher Diego from the Carolinas and I dub you knight from this very moment because, there being no chapel in this place, I excuse you from keeping watch over your weapons. Place one knee on the ground” – Nano did as he was told and the knight pronounced some very strange words; then he tapped Christopher softly on the shoulders, back and head with the side of his sword to finish by advising him. “If you want to be a great knight you will have to obtain a lady’s scarf who will give it to you only after performing a great service for her.”

“Do not worry, Don Alonso,” said Christopher. I will wear a necklace made of light around my neck until I get the scarf.

 And taking it from his backpack he put it around his neck to the amazement of his companions, although the bright pistachio light made the knight and his squire step back. Don Alonso whispered to his squire that the Wizard Frestón might have bewitched the young hidalgo from the Carolinas.


This was happening when Don Alonso moved away from humans and provisions, and placing his right hand over his eyebrows so that the sun would not blind him, standing on tip toe, he looked far off in the distance. He caught a glimpse of what seemed to be a procession because of the dust which it raised, although the distance made it difficult to distinguish clearly.

Dissatisfied, he put on his breastplate, took Christopher’s helmet and sword, his lance and mounted his wretched nag which broke into a kind of trot that instantly became a gallop only to return to a trot sooner than later, in mere seconds. The dust which they kicked up made them disappear to the eyes of Christopher and Sanchico who hastily climbed on the donkey and took off in pursuit, while Sanchico shouted out at the top of his lungs.

“Be careful my Lord! Do not undertake one of those adventures which leave you more battered than before you started.”

As he approached them, Don Alonso saw some long narrow wagons and some terrifying masks dancing around them, midgets who looked like red devils with tails the color of fire, monstrous, old, hunchbacked sibyls, zombies carrying their heads in their hands with candles inside illuminating them.

There were also skeletons that spurted fire leaving a smoky trail and hooded skeletons who carried scythes whose enormous blades in the shape of an arc split the air intimidating and terrorizing. They were dancing a very strange dance and singing a song which resembled the howling of the wind.

“Stop!”, shouted don Alonso placing his lance in a menacing position. “Now explain what this commotion is all about!”

The masks stopped, surprised and bewildered by the appearance of the knight and they clustered together forming a ghostly scene from which the voice of a young woman stood out above the rest:

“My Lord, we are rehearsing the Dance of Death which we will perform in the first small village we come to.”

“And what is your purpose in doing so?”

“To entertain the people of the village in return for food and shelter.”

“Amuse them by scaring them?”

“People laugh at our performances, my Lord, we harm no one, but instead we amuse with our masks and costumes. We invite all of the local authorities to dance, the priest and all of the farmers, as well as the sheriff, both the rich and the poor to remind them that the pleasures in this life come to an end and we must die.”

Don Alonso was becoming enraged and about to attack the group when Christopher and Sanchico reached his side and the first, amused by what he saw, began shouting happily:

“Halloween! Halloween! Halloween!”

“But what are you shouting?”, asked Don Alonso

“It’s Halloween! A very similar tradition which, in the land I come from, we celebrate the eve of All Saints Day! We also call it the night of the witches,” continued Christopher. “Boys and girls disguise themselves as goblins, ghosts or devils, and knock at the neighbor’s door calling out “trick or treat” which means sweets or mischief, because if they don’t offer us sweets or money, it is understood that they don’t want to cooperate and something unpleasant will happen to them; for example, we throw eggs or other things at the door or windows of their house.”

“Very good! What a great idea!,” shouted the woman who had spoken before while the masks milled around whispering to one another and nodding their heads in agreement.

Observing that the attitude of the group was not aggressive, don Alonso calmed down, placed his lance at rest and said:

“Proceed with your adventure, ours is to find Mambrino’s helmet.”

The actors were grateful for the kind disposition of the knight , they wished them luck and before undertaking their journey, the young woman who had spoken earlier, removed a scarf from her neck and handed it to Christopher saying:

“Many thanks little friend, for giving a new meaning to our dance which will surely delight the villagers as never before.”

Christopher answered while he removed the necklace of light and tied the scarf around his neck:
“Madam, do not hesitate to call me if should you have any further problems on your trip.”

And so they all said goodbye with great courtesy. Then Don Alonso, Sanchico and Christopher returned to the rocky ground where they had left the saddlebags, they ate and lay down to sleep.


The next morning, while Christopher was telling his parents about his dream, he was surprised to find the scarf the girl had given him next to his helmet, breastplate and sword.

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lunes, 5 de septiembre de 2016

Aspectos de la novelística de Francisco Ayala (y II)



FRANCISCO AYALA: EL PROTAGONISTA
de  CAZADOR EN EL ALBA[i]


Francisco Ayala precisó que su novelita Cazador en el alba (1930) “contiene una visión clara, iluminada y frutal del mundo”; desde otro punto de vista es la historia sucinta de Antonio Arenas, joven que deja el campo para servir en el ejército.

El relato no comienza como una biografía sino que enfoca un momento posterior: el soldado ha caído de un caballo y está postrado en la habitación de un hospital. Las imágenes representan a un mozo enfermo, como en actitud  de inocente angélico, un ser que tiene escaso conocimiento de la vida: Arenas ignoraba “lo que oculta el vientre de los estanques, la lucha de clases y la selección natural de Darwin, hasta que la fiebre le fue mostrando sus descabalados trozos de film, desplegó ante su vista los catálogos, y le ofreció a prueba sus mercancías”. El lector después se verá inundado por un turbillón de imágenes vanguardistas sorprendentes, algunas afines a las de la cinematografía de aquel tiempo.

Pensamos, posiblemente sin fundamentos, que Ayala tuvo presentes dos perspectivas en la creación de su personaje, las experiencias típicas de la vida de soldado y la vieja creencia popular de que el hombre comienza a serlo cuando entra en filas. Lo que el autor no quería hacer era un retrato realista que mostrase la transición de un campesino simplón a soldado y luego a hombre hecho y derecho. En aquellos días Ayala era un incondicional de la vanguardia y creía que, “las realidades puras sólo son visibles a temperaturas de 40º”; por lo  tanto, su trabajo creador iba a consistir en disolver la realidad del personaje en una sucesión de imágenes metafóricas que encaminarían al lector a descubrir la realidad pura de Antonio Arenas. Lo crucial sería plasmar la surrealidad de cada escena, en consecuencia,  lo menor es que Antonio Arenas esté hospitalizado por una caída de caballo, lo relevante serán las metáforas que expondrán la situación personal y psíquica del personaje.

Si en la historia de Arenas hay un acontecer y una realidad pura ésta se desvelará por medio de los sueños. Por ejemplo, pese a la impresión que proporcionan las primeras páginas de la novela, Arenas no es un enfermo sino alguien que ha estado enfermo. Esto sucede porque al imaginar la complicada estructura de Cazador en el alba, Ayala empleó el tiempo psíquico del personaje unas veces  y otras el tiempo cronológico en una alternancia continua, por ejemplo, para presentar al personaje tumbado en una cama del hospital y hacerlo ascender o descender desde el ámbito de la abstracción.

Lo sobresaliente de esta novela es la creación de un personaje nuevo, sin ataduras a estereotipo o precedente alguno: El Arenas del hospital sueña cosas informes; repite una  vida embrionaria, es como un ir a nacer y acaso nacer ¿no es una situación también próxima a lo onírico? Los diversos Arenas están unido por el cordón umbilical del sueño (“había naufragado en un sueño absoluto sin playas”)  Soñando escucha las pisadas de un caballo -- probablemente el que le hizo caer, pero esas  pisadas también representan el concierto de sucesos y pasiones que le esperan.

…De improviso se quedó despierto. Clarividente y solo” El personaje asoma a la realidad concreta. ¿Cómo sucede el milagro? Porque el tiempo psíquico y el cronológico coinciden en algún punto. Ayala lo explica misteriosamente: “Las horas elásticas, los momentos se alargan hasta lograr delgadeces increíbles”. Y esa hora increíblemente delgada del despertar proporciona al personaje visiones diferentes a las del sueño porque se trata del porvenir vital aunque, como tal porvenir, carezca de contenido real: “Sus miradas recorrían la muda superficie del techo. Compases, escuadras y cartabones dibujaban en aquel estanque helado difíciles paisajes, itinerarios complicados. Patinaba en finos esquís su imaginación; volvía, giraba ebria de trayectos”.

Cuando Arenas comienza a recordar, tales recuerdos son “menos vivos cuanto más lejanos” porque se refieren al hombre que fue y ya no es, el hombre que tuvo otra vida en el campo antes de servir en el ejército. Aquel otro Arenas “estaba hecho al paso suave, palmípedo de los campesinos”. Su realidad concreta de entonces era el campo, un lugar donde “las estaciones tornan como las cuatro pintas de la baraja, despacio: hasta apurar la última copa, hasta quemar en la chimenea el último basto…”. Sin embargo, la vida es una continuidad de momentos íntimos, inconexos la mayoría de las veces.

Un buen día metieron al soldado Arenas con otros mozos en el tren: “tuvo la sensación de ser conducido como las  reses de ganado, los mismos reses de ganado que él veía pasar en una  ‘época de su vida’, clausurada ya en este mismo día”, imágenes que afloran ecos del ¡Adiós, Cordera! de Clarín, pero que dejan paso a otras donde el protagonista adquiere una personalidad deshumanizada: “Soldado Antonio Arenas, primer regimiento de Cazadores, primera compañía. Perímetro, 96; peso, 62; talla, 1,55”. La realidad concreta vuelve a sublimarse gracias al artilugio  de la ilusión: “Conforme el tren avanzaba, los reclutas recibían los mensajes, cada vez más vehementes, de la ciudad. Los reclamos de hoteles, de fotografías, de vinos, de bicicletas, se alzaban sobre los pastos y los puentes”. Pastos y puentes que, enlazados, reverberan en los ‘continentes’ del protagonista.

“…De pronto todo quedó inmóvil, parado. Un film que se corta” El tiempo psíquico y el cronológico se separan.  Estelle Irizarri en su excelente estudio Teoría y creación literaria en Francisco Ayala (que se puede leer en www.cervantesvirtual.com y en Google) advierte sobre esta novela: “que el tiempo psíquico interrumpe el fluir del tiempo claramente cronológico. Ayala nos precipita de un nivel temporal a otro en sus narraciones, pero nunca se dejan de sentir la tensión temporal y la impresión de vida que ocurre en el tiempo”. Al final Arenas clausura el pasado y entra en una nueva circunstancia (o ‘tercer continente’) llamado Aurora con quien regresa a la realidad concreta: “Se miraban. Se descubrían las facciones, los movimientos, con la emoción pura del explorador ártico; pero también con la curiosidad utilitaria de quien recorre las habitaciones de la nueva casa donde va a instalarse.” El pasado queda reducido a la misma nada de cuando parecía futuro; el día que Arenas sale del ejército es otro hombre: “Su prehistoria había palidecido hasta quedar casi borrada, traslúcida como la luna al mediodía”. Con Aurora dejará atrás los recuerdos de su vida anterior  y la vida de soldado, la dualidad anterior para acceder al logaritmo de la persona; Arenas “había sentido en las sienes los dedos fríos de esa hora en que los cazadores suelen  apostarse en el alba.“   

Ayala sometió Cazador en el alba a la técnica de ‘descomposición    metafórica’ vanguardista (“Abrir una ventana hubiera sido echar en la sala, entre las camas, un metro cúbico de luz compacta”… “Las manos, turbadas, sin guantes, sin sable, sin saludos, se hundían como perdices muertas en los hondos bolsillos”…) convirtiendo la novelita en icono del movimiento porque la creación del personaje iba a simbolizar otras dimensiones posibles del ser humano representado.

La Guerra Civil segó aquella visión iluminada y frutal del mundo y modificó el hacer creativo del gran escritor. Y ese cambio se reflejaría  en Los usurpadores (1949) donde visualizó el cainismo redundante en la historia de España a través de sucesos y de algunos personajes históricos. En la novelística  de Ayala  la metáfora ya no ocuparía el lugar capital, sino el tema.  Al hablar de los cuentos recogidos en Los usurpadores escribió: “Su tema central –común a todos los relatos- viene expresado ya en el título del volumen que los contiene, y pudiera formularse de otra manera: que el poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación” y tal convicción sería también el propósito de obras posteriores.







[i] Francisco Ayala, Cazador en el alba, Renacimiento, 2006, o en la edición de Alianza Editorial, 2010.

Aspectos de la novelística de Francisco Ayala (y II)




FRANCISCO AYALA: EL PROTAGONISTA
de  CAZADOR EN EL ALBA[i]


Francisco Ayala precisó que su novelita Cazador en el alba (1930) “contiene una visión clara, iluminada y frutal del mundo”; desde otro punto de vista es la historia sucinta de Antonio Arenas, joven que deja el campo para servir en el ejército.

El relato no comienza como una biografía sino que enfoca un momento posterior: el soldado ha caído de un caballo y está postrado en la habitación de un hospital. Las imágenes representan a un mozo enfermo, como en actitud  de inocente angélico, un ser que tiene escaso conocimiento de la vida: Arenas ignoraba “lo que oculta el vientre de los estanques, la lucha de clases y la selección natural de Darwin, hasta que la fiebre le fue mostrando sus descabalados trozos de film, desplegó ante su vista los catálogos, y le ofreció a prueba sus mercancías”. El lector después se verá inundado por un turbillón de imágenes vanguardistas sorprendentes, algunas afines a las de la cinematografía de aquel tiempo.

Pensamos, posiblemente sin fundamentos, que Ayala tuvo presentes dos perspectivas en la creación de su personaje, las experiencias típicas de la vida de soldado y la vieja creencia popular de que el hombre comienza a serlo cuando entra en filas. Lo que el autor no quería hacer era un retrato realista que mostrase la transición de un campesino simplón a soldado y luego a hombre hecho y derecho. En aquellos días Ayala era un incondicional de la vanguardia y creía que, “las realidades puras sólo son visibles a temperaturas de 40º”; por lo  tanto, su trabajo creador iba a consistir en disolver la realidad del personaje en una sucesión de imágenes metafóricas que encaminarían al lector a descubrir la realidad pura de Antonio Arenas. Lo crucial sería plasmar la surrealidad de cada escena, en consecuencia,  lo menor es que Antonio Arenas esté hospitalizado por una caída de caballo, lo relevante serán las metáforas que expondrán la situación personal y psíquica del personaje.

Si en la historia de Arenas hay un acontecer y una realidad pura ésta se desvelará por medio de los sueños. Por ejemplo, pese a la impresión que proporcionan las primeras páginas de la novela, Arenas no es un enfermo sino alguien que ha estado enfermo. Esto sucede porque al imaginar la complicada estructura de Cazador en el alba, Ayala empleó el tiempo psíquico del personaje unas veces  y otras el tiempo cronológico en una alternancia continua, por ejemplo, para presentar al personaje tumbado en una cama del hospital y hacerlo ascender o descender desde el ámbito de la abstracción.

Lo sobresaliente de esta novela es la creación de un personaje nuevo, sin ataduras a estereotipo o precedente alguno: El Arenas del hospital sueña cosas informes; repite una  vida embrionaria, es como un ir a nacer y acaso nacer ¿no es una situación también próxima a lo onírico? Los diversos Arenas están unido por el cordón umbilical del sueño (“había naufragado en un sueño absoluto sin playas”)  Soñando escucha las pisadas de un caballo -- probablemente el que le hizo caer, pero esas  pisadas también representan el concierto de sucesos y pasiones que le esperan.

…De improviso se quedó despierto. Clarividente y solo” El personaje asoma a la realidad concreta. ¿Cómo sucede el milagro? Porque el tiempo psíquico y el cronológico coinciden en algún punto. Ayala lo explica misteriosamente: “Las horas elásticas, los momentos se alargan hasta lograr delgadeces increíbles”. Y esa hora increíblemente delgada del despertar proporciona al personaje visiones diferentes a las del sueño porque se trata del porvenir vital aunque, como tal porvenir, carezca de contenido real: “Sus miradas recorrían la muda superficie del techo. Compases, escuadras y cartabones dibujaban en aquel estanque helado difíciles paisajes, itinerarios complicados. Patinaba en finos esquís su imaginación; volvía, giraba ebria de trayectos”.

Cuando Arenas comienza a recordar, tales recuerdos son “menos vivos cuanto más lejanos” porque se refieren al hombre que fue y ya no es, el hombre que tuvo otra vida en el campo antes de servir en el ejército. Aquel otro Arenas “estaba hecho al paso suave, palmípedo de los campesinos”. Su realidad concreta de entonces era el campo, un lugar donde “las estaciones tornan como las cuatro pintas de la baraja, despacio: hasta apurar la última copa, hasta quemar en la chimenea el último basto…”. Sin embargo, la vida es una continuidad de momentos íntimos, inconexos la mayoría de las veces.

Un buen día metieron al soldado Arenas con otros mozos en el tren: “tuvo la sensación de ser conducido como las  reses de ganado, los mismos reses de ganado que él veía pasar en una  ‘época de su vida’, clausurada ya en este mismo día”, imágenes que afloran ecos del ¡Adiós, Cordera! de Clarín, pero que dejan paso a otras donde el protagonista adquiere una personalidad deshumanizada: “Soldado Antonio Arenas, primer regimiento de Cazadores, primera compañía. Perímetro, 96; peso, 62; talla, 1,55”. La realidad concreta vuelve a sublimarse gracias al artilugio  de la ilusión: “Conforme el tren avanzaba, los reclutas recibían los mensajes, cada vez más vehementes, de la ciudad. Los reclamos de hoteles, de fotografías, de vinos, de bicicletas, se alzaban sobre los pastos y los puentes”. Pastos y puentes que, enlazados, reverberan en los ‘continentes’ del protagonista.

“…De pronto todo quedó inmóvil, parado. Un film que se corta” El tiempo psíquico y el cronológico se separan.  Estelle Irizarri en su excelente estudio Teoría y creación literaria en Francisco Ayala (que se puede leer en www.cervantesvirtual.com y en Google) advierte sobre esta novela: “que el tiempo psíquico interrumpe el fluir del tiempo claramente cronológico. Ayala nos precipita de un nivel temporal a otro en sus narraciones, pero nunca se dejan de sentir la tensión temporal y la impresión de vida que ocurre en el tiempo”. Al final Arenas clausura el pasado y entra en una nueva circunstancia (o ‘tercer continente’) llamado Aurora con quien regresa a la realidad concreta: “Se miraban. Se descubrían las facciones, los movimientos, con la emoción pura del explorador ártico; pero también con la curiosidad utilitaria de quien recorre las habitaciones de la nueva casa donde va a instalarse.” El pasado queda reducido a la misma nada de cuando parecía futuro; el día que Arenas sale del ejército es otro hombre: “Su prehistoria había palidecido hasta quedar casi borrada, traslúcida como la luna al mediodía”. Con Aurora dejará atrás los recuerdos de su vida anterior  y la vida de soldado, la dualidad anterior para acceder al logaritmo de la persona; Arenas “había sentido en las sienes los dedos fríos de esa hora en que los cazadores suelen  apostarse en el alba.“   

Ayala sometió Cazador en el alba a la técnica de ‘descomposición    metafórica’ vanguardista (“Abrir una ventana hubiera sido echar en la sala, entre las camas, un metro cúbico de luz compacta”… “Las manos, turbadas, sin guantes, sin sable, sin saludos, se hundían como perdices muertas en los hondos bolsillos”…) convirtiendo la novelita en icono del movimiento porque la creación del personaje iba a simbolizar otras dimensiones posibles del ser humano representado.

La Guerra Civil segó aquella visión iluminada y frutal del mundo y modificó el hacer creativo del gran escritor. Y ese cambio se reflejaría  en Los usurpadores (1949) donde visualizó el cainismo redundante en la historia de España a través de sucesos y de algunos personajes históricos. En la novelística  de Ayala  la metáfora ya no ocuparía el lugar capital, sino el tema.  Al hablar de los cuentos recogidos en Los usurpadores escribió: “Su tema central –común a todos los relatos- viene expresado ya en el título del volumen que los contiene, y pudiera formularse de otra manera: que el poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación” y tal convicción sería también el propósito de obras posteriores.







[i] Francisco Ayala, Cazador en el alba, Renacimiento, 2006, o en la edición de Alianza Editorial, 2010.

viernes, 5 de agosto de 2016

Aspectos de la novelística de Francisco Ayala[i]



El escritor, en el novelar de Francisco Ayala


La generación de Francisco Ayala (1906-2009) vivió la juventud entre notables crisis, las secuelas de la  Iª Gran Guerra y las convulsas realidades sociales y políticas hasta el tajo de la Guerra Civil española. La crisis influía seriamente en la literatura y particularmente en la novela porque los géneros literarios son elásticos y modifican sus estructuras --cuando no desaparecen—siempre en busca de una modernidad. Pero si en tiempos de crisis el ciudadano no encuentra la vieja seguridad, tampoco la tendrá el protagonista que le imita en la novela. ¡Oh, el personaje! Incluso el novelista encuentra difícil modelar un arquetipo porque el ciudadano en que se fija ni induce a la ejemplaridad ni a la repulsión. El personaje en crisis sólo es imagen de nuestra propia inseguridad, del vacío que sufre una sociedad que ni se reconoce ni sabe adónde se dirige. Francisco Ayala escribió --ya en su madurez—en el  libro Experiencia e invención (1960):

“Si, como me parece indudable, los géneros tradicionales han perdido significación, y algunos han sido abandonados por completo (¿a quién se le ocurriría hoy ponerse a escribir una epopeya?), su decadencia indica que esos dispositivos técnicos en que consiste no corresponden ya, o sólo en medida  muy escasa, al estilo de nuestra época, y no sirven para darle expresión adecuada”. 


En tiempos de  juventud, a Francisco Ayala como a la mayoría de los escritores de su generación les iba la experimentación, los ismos; el estilismo del tiempo se imponía a todo su quehacer artístico incluida la creación novelística. Respecto a  Ayala lo testimonian sus libros El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930). Pero cuando escribió El hechizado (1944) y tenía 38 años, su novelar había encontrado el norte centrándose en la figura del escritor, o en sus variantes como el narrador, el relator, el memorialista, el aficionado a escribir o el autor de autobiografía. No se trataba del caso de Miguel de Unamuno quien, demostrado por Ricardo Gullón en su libro Autobiografías de Unamuno (1964), trasladaba sus múltiples yos a los personajes de novela con ánimo de perdurar en ellos después de su  propia muerte. Ayala eligió la figura del escritor porque representa al creador y, a través de ella, mostraría la miseria social valiéndose de procedimientos literarios tales como la historia,  la crónica de sucesos y la autobiografía.

¿Qué le induce al escritor Pinedo, protagonista de Muertes de perro (1958) a escribir la crónica de la dictadura de Bocanegra como no sea una inmortalidad que Ayala dibuja lentamente desde la ironía y la parodia? Acostumbrado al espectáculo diario “donde la bestia humana ruge”, realidad más cruda que la peculiar de las novelas o de las películas, y pensando que los sucesos a relatar despertarán la admiración de las generaciones, el protagonista Pinedo se aplica a “a preparar” su relato con el desengaño de la pura verdad:


“Instalado siempre en mi sillón de ruedas, testigo de tanto y cruel desorden, aquí estoy, en medio del torbellino, sin que hasta el momento nadie me haya molestado.”



Y piensa que si no le ocurre nada, se le posibilita asistir al final de la historia y podrá contarlo (“porque esto ha de tener un final, y será menester que alguien lo cuente”). Pinedo se llama vástago de una familia de escribidores y, por tanto, se cree con el mejor derecho para continuar “la sedentaria tarea” de contar los despropósitos de los otros mortales. Conoce también la inmunidad que le proporciona estar impedido en un sillón de ruedas:


“De mí, ¿quién va a ocuparse? Y hasta me sobra el tiempo y el sosiego para observar, inquirir, enterarme, averiguarlo todo, e incluso para hacer acopio de documentos; sí, juntar los papeles sobre cuyo valor fundamental habrá de fundarse luego la historia de este turbulento periodo



En el fondo, cronista de cualquier tiempo, quiere un puesto en la gloria:


“¿quién  le dice que no haya de ser mi nombre, el nombre de Luis Pinedo, del insignificante Pinedito, el que se haga ilustre, a fin de cuentas, por encima de todas las cabezas, con el sólo mérito de haber salvado de la destrucción y el olvido estos documentos cuya importancia nadie reconoce  ahora y en los que nadie repara?... Silenciosamente los recojo yo  mientras tanto para redactar en su día la crónica de los sucesos actuales”.


Ni el afán de verdad histórica  ni el escribir para solazarse ilusionan tanto a este mesiánico hijo de la sociedad como propagar desde su ser tullido y enfermo la podre de sus congéneres. En uno de esos momentos de reflexión extra-subjetiva manifiesta que existe otra poderosa  razón para escribir:


vivimos al día, sin recuerdo del pasado ni preocupación del porvenir, entregados a un fatalismo que nos lleva, en lo individual como en lo colectivo, de la abulia al frenesí,  para recaer de nuevo en el letargo tras cada convulsión. Eso quizás por suponerse que nada de lo que ocurra o pueda ocurrir tiene entidad real”. 



Antes de proseguir, subrayo que una constante de los personajes de Ayala es vivir de recuerdos y que ese transportarse al pasado no sólo explica la naturaleza irreal de los sucesos narrados en presente por quienes viven a expensas de remembranzas, sino también una sociedad trasnochada donde el individuo no puede reverdecer viejas energías.


En El  fondo del vaso (1962) el protagonista Lino Ruiz resulta menos cínico que Pinedo; dice escribir para pasar el rato, pero varían los sentimientos que mueven su pluma. Al comenzar escribe para reivindicar al desaparecido Bocanegra; después porque un amigo --interesado en que abandone los anteriores propósitos-- le adula como artista y, finalmente,  cuando es un verdadero escritor, porque tiene conciencia de su propia ruina moral y física. La novela está muy bien estructurada. Sus tres partes responden con lógica feliz a la trayectoria espiritual del protagonista. La primera buceará en su idiosincrasia; en la segunda –ahí nace el “escritor-artista” retratará a calco la circunstancia que le rodea; en la tercera la realidad se impone al ensueño para terminar fundiéndose en él. Y Lino, resulta despojado de la libertad y de cuanto le es querido. Siendo verdad que había empezado a escribir para entretenerse, exclama: “No hay remedio: esta vida es una comedia de equivocaciones, una tragedia, una tragicomedia”, en mi opinión, coincidiendo con la visión del mundo del autor.


Las obras anteriores de Francisco Ayala, sin ser tan complicadas, ofrecen un panorama variado en la manera de presentar al personaje,  predominando la tendencia autobiográfica. El carácter de cada personaje-escritor será evaluado por los lectores tras leer los comentarios de los sucesivos cronistas que surgen en el relato, y los gestos o indicaciones repartidos por el novelista a lo largo del texto. 

Nuestro novelista relevó la dualidad clásica entre héroe y antihéroe, cada vez menos viable en la buena novela moderna, por un juego de tres personajes: uno es el propio autor-Ayala dirigiendo la trama e introduciéndose de manera subrepticia en los otros personajes cuando le conviene; el segundo es el relator que pertenece a la tipología de los entes vacíos que se exorcizan introduciéndose en los secretos de otras vidas, usufructuándolas como es el caso de Pinedo; el tercer personaje es el verdadero cronista de la ficción, el glosador verbal o documental  de acontecimientos directamente vividos por él, primer intérprete de la realidad, del sufrimiento moral, del suceso novelesco, pareciendo  el otro autor de la novela – un ejemplo nítido de glosa verbal también puede verse en la novelita El mensaje. La presencia de los tres autores permitía que Ayala manejara el tiempo novelesco desde tres puntos vista que, además,  le hacían trasmutable.


Si El fondo del vaso superó la técnica de creación ya expuesta al ostentar Lino Ruiz la doble condición de relator y glosador, será en la narración El hechizado –incluida en Los usurpadores (1949)-- donde hallamos otro ejemplo magnífico. Ayala describe intencionadamente el desmoronamiento de la máquina imperial de España acentuando los rasgos animalizadores de los personajes. Hay un glosador que, intrigado por aquel periodo, encuentra el manuscrito donde el indio González Lobo relata la aventura de cómo fue pretendiente en la corte de Carlos IIº. El relator llama modestamente noticia a su propio escrito y, refiriéndose al que llama “notable manuscrito” del indio aclara: “No se trata del borrador de un memorial, ni cosa semejante; no parece destinado a fundar o apoyar petición alguna. Diríase más bien que es un relato del desengaño de sus pretensiones” (simplemente las de ver al rey, al soporte y cabeza de lo que parecía ser un imperio fastuoso).


El procedimiento utilizado por Ayala al componer El hechizado es sencillamente prodigioso. Entendemos al relator viéndole escribir, reflexionar, exasperarse, intrigarse, admirarse con el relato de González Lobo; de éste captamos toda su sensibilidad y los diversos planos del carácter –posiblemente, semejante al del ciudadano español de entonces, ya más paciente y meditabundo que hombre de acción--, y de Ayala, el poder de persuasión sobre la inteligencia del lector:


“Hay un pasaje, un largo, interminable pasaje, en el que González Lobo parece perdido en la maraña de la Corte. Describe con encarnizado rigor su recorrer el dédalo de pasillos y antesalas, donde la esperanza se pierde y se le ven las vueltas al tiempo; se ensaña en consignar cada una de sus gestiones, sin pasar por alto una sola pisada.”



Podemos imaginar la angustia del comentarista al no captar el verdadero alcance de la descripción del indio –en verdad víctima del engaño artístico preparado por la coalición Ayala-G.Lobo—y el quinto sentido de Ayala para presentarnos la máquina administrativa de aquel imperio, donde los hombres, perdidas las viejas energías, son absorbidos por la inmensa araña de la burocracia. Todo ello proporcionando giros imprevistos al concepto de autonomía del personaje.

Ayala, que más bien parecía el escribano de sus escribanos, sólo dictaba una ley a sus entes de ficción: que coadyuvaran a explorar cuanto puede saberse acerca de la existencia del hombre:

“Una interpretación del mundo centrada sobre esa cuestión cardinal acerca de qué sea el hombre, de dónde venimos y adónde vamos; la pregunta que oscuramente o con lucidez nos estamos haciendo cada cual desde el fondo de su conciencia, mientras la vida nos dura.”






[i] Este trabajo y el  del próximo mes, ponen al día el ensayo “Tres aspectos en la novelística de Francisco Ayala que publiqué hace ya mucho tiempo en Cuadernos Hispanoamericanos, Septiembre de 1965, Núm, 189.

martes, 5 de julio de 2016



CUADERNOS DE MARCELA, y IV

El futbolista y otros copiones


Me dijeron que el alumno a quien llaman El futbolista, haciendo espavientos y a voz en grito, quería tirarse desde la planta de los exámenes al patio del claustro sin lograrlo porque algunos compañeros le tenían bien agarrado y él, por supuesto, no lo impedía.

Nos habíamos acostumbrado al proceder que un profesor canario estableció en un examen anterior. Si descubría copiando a un alumno lo llevaba al fondo del aula, criticaba delicadamente su conducta y le sugería que, para disimular, volviese a su asiento y, pasado un ratín, entregase el cuadernillo  con la chuleta escondida en su interior. Ahora,  casi siempre el alumno agradece un proceder  tan considerado que deja su dignidad limpia ante los compañeros.

Hoy, sin embargo, la vocal  del tribunal sorprendió al futbolista y le sacó del aula sin miramiento alguno haciendo añicos su decencia. Él gritaba invocando justicia y proclamando su inocencia. Lo más chusco es que llevaba unas alpargatas que le daban como un aire labriego, aunque llevarlas tenía su motivo.

El incidente surgió  por  despiste nuestro. Las dos aulas de examen de  la tercera planta tienen puertas de entrada y salida en cada extremo. Pues bien, cuando el futbolista acude a un primer examen sea en febrero, junio o septiembre,  Eugenio -el director-,  ofrece al tribunal la oportunidad de presenciar un suceso divertido, el de un alumno copiando al estilo futbolero, pero con una condición: si decide actuar,  retirarán el examen del alumno sin acompañar nota si advierten que la chuleta no influyó en lo escrito.

Dado que las unidades didácticas están siempre en el suelo porque así lo ordena el tribunal, para presenciar la actuación del  futbolista se precisa que uno de los vocales  actúe como vigilante con instrucciones de recorrer los pasillos sólo hasta su mitad y luego regresar dando la espalda aunque puede volverse con rapidez y, si le parece, escudriñar posibles chuletas en los programas que estén sobre las mesas. Eugenio y los otros miembros del tribunal saldrán del aula como si fuesen a tomar café, pero en realidad se desplazarán por el claustro para entrar de nuevo al aula  por la puerta de atrás de manera muy silenciosa.

Una vez localizado el asiento del futbolista --casi siempre próximo a las últimas filas--, observarán que entre sus pies hay una unidad didáctica que descansa entre el talón de la zapatilla del pie izquierdo y la puntera del pie derecho. Cuando el vigilante da la espalda, el futbolista taconeará la unidad volteándola  y dejando visible su  contraportada, que si en su origen fue totalmente blanca,  ahora estará ornamentada con una chuleta de letras colosales para verse bien desde arriba, chuleta siempre relacionada con los dos o tres temas que el futbolista habrá estudiado. El cuestionario del examen difícilmente coincidirá, pero el alumno tratará de meter los temas chuleteados vengan a cuento o no porque el caso es escribir y quedar bien ante los compañeros que le conocen. 

Lo divertido está en los taconazos y volteos frecuentes que  el futbolista realiza, especialmente cuando la unidad regresa a la posición original si teme ser descubierto.  El rato jocoso que vive tribunal compensa, pero si no está advertido o la unidad didáctica organiza un estrépito al tomar un rumbo imprevisto en su volteo, sucederá lo de hoy.

El  futbolista también fue protagonista de otra hombrada  Estando en Madrid por asuntos personales días después de suspender el  Derecho Canónico, único examen que presentó  en los pasados parciales, telefoneó al Prof.  Pérez Llantada desde una cabina próxima a La Cibeles. Le comentó que estaba de paso, quería devolverle un bolígrafo olvidado cuando estuvo en Tortosa y también preguntarle el motivo de haberle suspendido porque él sabía mucho derecho canónigo y, para demostrarlo… le silbó la marcha nupcial de Mendelsshon. El mismo profesor, pasmado,  se lo contó a Eugenio y preguntó si es el estudiante estaba en sus cabales.

Pero el futbolista no está sonado. Es  funcionario de Correos en Castellón, de mediana edad y aunque anda corto de  memoria, este curso matriculó a su hijo mayor alardeando de que él también lo  hacía  para dar ejemplo. Bueno, el padre está matriculado en tres asignaturas del 2º curso y lleva otras tres de 1º... Claro que, a quinientas pesetas que cuesta la matrícula de cada asignatura, si no aprueba tampoco sufrirá un descalabro económico.

El Delegado de Alumnos ha denunciado el asunto del copieteo porque sube la nota de los defraudadores y, por efecto contrario,  baja la de los estudiantes que acuden a examen con el único bagaje de sus estudios. Nosotros tenemos muy en cuenta su petición, sin embargo,  resulta imposible prevenir casos como el del copión del pinganillo que actuó en los exámenes de septiembre pasado, una especie de copieteo que, me temo, se pondrá de moda y debe ser atajado cuanto antes. Desde el váter de la segunda planta alguien transmitía  la contestación al cuestionario que un chorizo sacó apresuradamente del aula de las pruebas.

Resultó una peripecia chusca porque el  pinganillo que hacía pasar por sordo al alumno estaba mal conectado a la centralita o receptor que ocultaba bajo el cinturón del pantalón; así, en vez de procesar y transmitir las palabras que el elumno esperaba oír, la centralita decidió actuar por iniciativa propia y expulsar al aire sonidos similares  a los que exhala una barriga hambrienta sin que él pudiera ahogarlos.  La bulla terminó provocando que los compañeros de las proximidades y los mismos vocales del tribunal que pasaban cerca  le dedicaran frases como “¿No desayunaste hoy?”, “¡Sí que estás bueno!”, “¡Tendrás que aliviarte!”, etc., fraseología compasiva que convenció al copión con flojera intestinal de  que, pasada  la media hora de seguridad en la que nadie puede salir del aula, debía entregar el cuadernillo e irse al fresco y comentar con su compinche.

Una muestra de los preocupados que estamos con el copie es el proceder que tuvimos con el funcionario del traje inglés a quien el tribunal rebautizó como el pijín de librea inglesa, un tipo que acude a examinarse de punta en blanco con un terno propio de la City londinense.

Todo comenzó una tarde cuando pasaba un vocal a su lado y el funcionario llamó su atención para susurrarle intencionadamente: “Señor, mire para allí porque están copiando y eso nos perjudica”. El vigilante se sobresaltó y fue de inspección  en la dirección señalada, circunstancia  que el funcionario del traje inglés aprovechó para desabrochar su chaqueta, abrirla por la izquierda y dejar a la vista un manojo de rollitos de papel prendidos al forro entre los que eligió el más conveniente.

El funcionario actuaba de la misma guisa examen tras examen hasta que fue descubierto por el Dr. Martínez de Velasco, célebre por sus ojillos de lince --  entraba en el aula, siempre por la puerta de atrás y tardaba décimas de segundo en localizar al copión más avezado. En esta ocasión  la víctima fue el pijín de librea inglesa, descubierto cuando trajinaba en el interior de su chaqueta.

Desde entonces, al funcionario se lo hemos puesto difícil, porque si los copiones nos gustan poquísimo, estimamos aún menos a quienes atropellan el espíritu universitario denunciando a sus compañeros en provecho propio.  Ahora, antes de que se inicie una tanda de exámenes avisamos al tribunal de las triquiñuelas del funcionario y se lo identificamos. Eugenio me confesó que ayer tuvo un momento muy feliz cuando al concluir el examen de Derecho Civil II escuchó a unos estudiantes preguntando al funcionario si había copiado y él respondió: “No hubo manera. Se situó un vocal a mi lado y me fue imposible del todo”. Eugenio cree que estamos erradicando el copieteo en los exámenes, pero la verdad es que copiando o sin copiar sólo aprueba un 28% de los alumnos, porcentaje  que encoge mucho en Ciencias y todavía más entre los alumnos del Curso de Acceso de Mayores de 25 años. Hacer carrera  en la UNED no se regala; de ninguna de las maneras.

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