lunes, 10 de marzo de 2014



LOS VIAJES  A  ESPAÑA
DE  NIKOS  KAZANTZAKIS


Nikos Kazantzakis fue un grandísimo escritor griego de la primera mitad del siglo XX conocido en España -sobre todo- por dos películas basadas en novelas suyas, Zorba, el griego (dirigida por M. Cacoyannis, 1964) y La última tentación de Cristo (de M. Scorsese, 1988). Sin embargo, este poeta, novelista y dramaturgo cretense, fue también un viajero contumaz, autor de multitud de artículos y libros de viaje, también sobre España.

Entre nosotros se ha hablado de Nikos o NK (como le llamaremos preferentemente en adelante) partiendo de su  libro España (1937) (1) o de colecciones de cartas publicadas. En mi caso deseché el libro y preferí la biografía estupenda  a  partir de las cartas del escritor --publicada en francés y versionada al inglés (2)--  de su segunda esposa, Eleni Samios (Helen Kazantzakis o, como Nikos la llamaba familiarmente, Lenostchka). De las cartas extractadas por ella he traducido y abreviado únicamente lo relacionado con nuestro país, pues,  mi intención ha sido evocar a un amigo de España que contribuyó a hacerla conocida.

La primera visita: el encuentro con El Greco

Nikos Kazantzakis está en Atenas trabajando sin desmayo cuando se aproxima el verano de 1926. A Kavafakis, propietario del periódico Eleftheros Logos, le gustaría que Nikos hiciese reportajes de Rumanía y los Balcanes, pero el escritor preferiría ir a  España, Egipto o la India. En junio confiesa a Lenotschka que estuvo escribiendo todo el día y está tan cansado que ni puede sostener el lapicero. Agrega que ha despejado su escritorio de libros hebreos y rusos sustituyéndoles por otros sobre España, El Greco, el Quijote, obras de Lope, Calderón, Santa Teresa…  en fin, que  España le llena la cabeza.

En Grecia se vivían tiempos complicados porque el general Theodoros Pangalos --que había secundado el golpe de estado de Plastiras que derrocó la monarquía en 1924—acababa de convertirse en presidente de la República griega en marzo de 1926 (aunque sería depuesto en julio del mismo año…) También eran tiempos de conflictos con los turcos y los búlgaros. Nikos temía que se aplazara su viaje a España, pero no fue así.

El 1 de septiembre de 1926 llega a España y en la carta a Lenotschka escrita en Madrid tres días después, comenta que el 1 de septiembre corrió gran peligro al cruzar los Pirineos:  “Muchos trenes en España han descarrilado; mucha gente ha muerto. Mi tren escapó”.  Comprobé que decía verdad porque el tren correo Barcelona - Valencia descarrilaba en la fecha citada entre las estaciones de la Ametlla de Mar  y L'Ampolla causando veintiún muertos y ciento treinta heridos, habiendo tenido lugar otro descarrilamiento reciente.

Madrid le parece una gran ciudad europea, pero  El Greco ocupa su mente. Su museo –-suponemos que se refiere al creado por el marqués de la Vega-Inclán-- le parece formidable, especialmente la estancia que guarda treinta cuadros del pintor cretense.

Enseguida muestra impaciencia por ir a Toledo: “Dios mío, qué alegría estar vivo y poder ir a verlo”, exclama. De momento está callejeando en Madrid. Hombres y mujeres le parecen feos; las viejas, monstruosas, y encuentra vehementes a las jóvenes envueltas en sus mantillas y emperifolladas. El gentío no  le entusiasma “quizás porque estoy absorbido por El Greco y el primer y violento contacto con este nuevo país” en el que percibe un nivel cultural inferior. Nota que la apariencia vetusta, superficial y sexo-obsesiva en los dandis contrasta con el aire ascético y austero de los campesinos. La llanura castellana le produce la misma exaltación que tuvo al contemplar las montañas de Jericó en su día; concluye que nuestras villas semejan a las árabes, “sin agua, sin un árbol, de la misma piedra que las montañas circundantes”.

En la carta de 6 de septiembre reseña su encuentro con D. Benigno de la Vega Inclán y Flaquer, mecenas fundador del Museo del Greco y personalidad influyente en la creación de otros museos especializados. Hablaron del pintor como si se tratara de un amigo querido e íntimo de ambos, de su mujer e hijo, de su manera de trabajar, de su carácter. El gozo de Nikos se ensancha cuando el marqués le enseña una obra maestra que acaba de adquirir, el San Luis en Jerusalén, que D. Benigno piensa dejar cuando muera al Banco de España para impedir que sea robada.

Kazantzakis no pierde el tiempo. El 7 de septiembre narra que ha visto al general Primo de Rivera,  juzgándole como una persona mediocre inspirada por un impulso superior a sí mismo. Nikos peregrina por los ministerios estudiando actas legislativas, examinando lo sucedido en España desde la última guerra, acaparando datos de toda índole sobre la economía, la política, el comercio, la industria, la agricultura y la ciencia para sus artículos. Los libros tampoco se le caen de las manos porque apenas duerme, lo que agradece a su padre “que me dio la salud de una bestia salvaje”.

El 10 de septiembre detalla que ha visitado El Escorial y  visto cinco cuadros del Greco, experiencia que le lleva a exaltar al pintor con las siguientes palabras: “Estoy exhausto y feliz. El Greco se ha convertido en una gran lección para mí, un modelo, una dirección que debo seguir. Han pasado tres siglos y soy el primer cretense que viene a reverenciar a este estupendo compatriota mío. ¡Dios quiera que nuestro encuentro sea fructífero!”. Después, dice que ha visitado al poeta más grande del lugar, Juan Ramón Jiménez, con quien habló durante horas como si fuera la última conversación posible.

El 13 de septiembre  viaja a Toledo con el corazón batiendo hacia el encuentro anhelado con su ídolo desde que era niño. Visita el llamado jardín del Greco y su casa. Afirma que el pintor amaba tanto a los judíos que siempre vivió en la judería. Toledo, sin embargo, no es lo que esperaba al carecer del paisaje trágico que le hubiera gustado ver. Le recuerda a Creta. Sí encuentra magnifica su catedral, especialmente cuando al recibir el impacto del sol sus vidrieras la encienden por dentro. Después visita las demás iglesias que atesoran testimonios del pintor.

Celebra el  día siguiente como uno de los más gloriosos de su vida por haber visitado el Museo del Greco de Toledo.  Ha quedado deslumbrado por lo colores, los cuerpos atléticos, las panoplias, las caras demacradas de los cuadros y confiesa: “Ninguna fotografía, nada, puede dar idea de lo que el Greco es”. Y exclama: “El encuentro de los dos cretenses ha sido tan vehemente, Lenotschka”.

Eleni no recoge en su biografía otras experiencias españolas de este viaje. La carta posterior de NK fue escrita en Pisa y lleva fecha de 28 de septiembre. Resumiendo: el primer viaje de Nikos a España tenía por objetivo principal encontrarse con el Greco; sobre lo demás, la cultura española, sus artistas y escritores vivos -exceptuado Juan Ramón- ha echado una mirada entre dispersa y relativamente considerada, algo que mejorará en los viajes siguientes.

La segunda visita: el encuentro con la IIª República española

Es octubre de 1932 Kazantzakis  llega a Madrid. Son las 7’30 de la mañana. Dedica cinco horas a buscar un buen alojamiento; lo encuentra en la Pensión Abella de la calle San Bernardo nº 13-15; le parece incluso más "aristocrática" que la pensión que le cobijó en Roma. También añade: “Lo primero que hice en Madrid fue comprar un kilo de magníficas brevas… y me las comí en la calle”. Así se reparó del viaje.

El 8/9 de octubre firma una carta a Eleni. Asegura que ha recuperado el ritmo y siente como si hubiese vivido toda la vida en la ciudad. Pero no ha podido escribir nada. Pasa los días de museo en museo. Escribe a su amigo al pintor Timoteo Pérez Rubio, pero no ha tenido respuesta. Tampoco ha visto a Juan Ramón.

Tiene los ojos puestos en Madrid, sus calles, museos, la gente. Ha ido a una corrida de toros, espectáculo que le parece tan magnífico como terrorífico y piensa repetir al día siguiente. Habla de Benavente como autor de una obra, Santa Rusia, estrenada el día anterior; comenta que, antes de alzarse el telón, el autor recita una Oración a Rusia que parece llena de calidez, amor y compresión. Como la obra está impresa ha adquirido un ejemplar y piensa traducirla para una revista literaria de Atenas.

El 9 de octubre acude a la puerta del teatro donde se representa la obra de Benavente. Le aguarda durante bastante rato en medio de un tiempo desapacible. Reconoce al dramaturgo cuando sale del coche por las caricaturas que ha visto en los periódicos; le describe así: ”hombre viejo, delgado, de complexión fuerte,  elegante, con un poco de barba, bajo y refinado”. Le acerca una nota y una carta y Benavente, a través de su secretaria, le cita para que vaya a su casa entre las dos y las cuatro de la tarde del día siguiente. NK traducirá la oración y la obra pro soviética de D. Jacinto  que concluye en un parque de Londres con Lenin rodeado de niños llevando esta pancarta: “¡Trabajadores del mundo, uníos!”.

El 14 de octubre Kazantzakis  habla de Nicéforo Focas, tragedia en verso que traduce al francés y comenta: “Madrid es hermoso y tiene museos, pero no encuentras aquí paz alguna”.  Suele ir al cine y piensa ver la película de René Clair  Nous la liberté. Vuelve a hablar de nuestras frutas que constituyen el plato fundamental de su alimentación dedicándolas su escaso dinero. Nikos es y será un gran escritor, pero también un escritor pobre casi toda su vida.

Nikos explica que las calles están llenas de gente a causa de una manifestación que congrega hombres y mujeres… “Gritos, risas, como un bazar. La gente es amable, cálida, con ganas”. Y hace una confesión interesante: “Este año Goya me ha  hecho una gran impresión. El Greco permanece a la misma altura, no más allá. Pero algo de Goya, sus últimas (obras) se han elevado muy alto dentro de mí”.

El 20 de octubre escribe a Lenotschka acerca de sus problemas económicos: “Para los gastos diarios sólo empleo dos pesetas”. De esa forma piensa tirar hasta diciembre y para entonces, quizás, surja algo agradable. Dice que Juan Ramón Jiménez le ha visitado: “Siempre igual: gran señor poseído por su trabajo, profundo, serio, dulce, distante y cordial”.  Añade que vio a Benavente en su casa: “Taciturno, viejo, elegante pero frío. No sé cómo se manejó para escribir tan bella Oración (a Rusia). Vi su obra, Rusia, Santa Rusia; mediocre, peroratas, trucos viejos, aunque cálida y correcta. Como literatura es de poco valor”. Y añade que verá a Ortega y Gasset en casa de Juan Ramón y que sigue leyendo libros útiles sobre España.

El 26 de octubre dice que habló largo y tendido con el pintor Timoteo Pérez Rubio valorándole como persona afectiva y sentimental que le gusta, pero en la carta de 31 de octubre, apostilla que no se ha mudado a la casa de Pérez Rubio porque no quiere cobrarle: ”Es pobre y no se puede abusar”, explica.

En otra carta de noviembre define la nada y la pasión como los polos extremos del espíritu español. Le gustaría asentarse en la vieja Castilla como su compatriota el Greco  “para mirar directamente a la Nada y tener un amor ardiente por la  vida (la ruta que conduce a la Nada), esto es lo que me gusta y lo encuentro aquí en la tierra, el aire, los molinos de viento de Nuestro Señor, Don Quijote”.

Las cartas siguientes  recogidas por la esposa reflejan su mundo íntimo y el propio de escritor. Habla de su novela Toda Raba; ha conseguido finalizar un canto a Dante a pesar de sus penurias. El 15 de diciembre comenta que caminando hacia el Ateneo madrileño saludó a algunos amigos y conoció a  Unamuno. Tres días después menciona que ha visto Mädchen in Uniform (Muchachas de uniforme); imaginamos que se refiere el clásico film alemán de 1931 de Leontine Sagan y Carl Froelich estimándole como “la mejor película que he visto jamás”.

En otra carta de noviembre anuncia que se ha mudado a una habitación grande y soleada de la Plaza del Progreso, nº 5. El 3 de diciembre confiesa: ”El otro día escuché una canción popular que me hizo sentir que mi vida ha sido desperdiciada en vano”. Nikos está apesadumbrado; son días de sentimientos oscuros. Sin embargo, comenta que fue a Toledo y el día fue exquisito, lleno de sol.

Tiempo después vagabundea por el norte de España tratando de agotar su cuerpo. Ha estado en Salamanca. El día 27 de diciembre escribe a Eleni desde Valladolid y piensa salir para Burgos al día siguiente e ir después a Zaragoza. Apenas come o duerme. El día 29 escribe desde Miranda. Concibe la catedral de Burgos como “una fortaleza genuina, todo empuje hacia arriba y con aliento bélico. No tiene la gracia y la nobleza de Notre Dame, pero es masculina, feroz, agresiva y me ha gustado”. Habla del palacio donde los Reyes Católicos dieron la bienvenida  a Colón cuando regresó de América.  Añade que ahora  irá a Alicante porque su cuerpo no está lo cansado que debería  estar.

El 30 de diciembre habla desde Zaragoza sobre el Pilar  y de sus calles estrechas como las de Nápoles. Ese mismo día menciona que el ministro de Asuntos Exteriores español le concederá 400  pesetas mensuales “a condición de que escriba algunos artículos sobre la actividad intelectual en la España moderna” Y reflexiona: “no son muchas, pero sí suficientes para vivir en Madrid y, en la primavera, continuar mi peregrinaje por España”.

Oculta a todos la muerte de su padre, incluso a su amigo Pérez Rubio. Está descolocado y confuso. El 5 de enero confiesa a Eleni que no quiere ir a Creta para conocer la herencia de su progenitor; preferiría que ella le encontrara algo en Inglaterra. Piensa  que hallará algún equilibrio sólo manteniéndose silencioso y haciendo correrías por España. Admite que no era amor lo que le unía a su padre, sino una raíz profunda ahora cercenada.

Enero concluye  frío y nevado, pero Nikos  pasa el tiempo en su habitación caldeada “tomando notas para los artículos que debo escribir sobre España, leyendo y traduciendo a los poetas actuales del país”. Y en febrero se refiere de pasada a la celebración del carnaval que le parece insípido y peor que las celebraciones religiosas.

Eleni extracta las siguientes frases de la carta de 6 de marzo: “…Aquí las noticias políticas son alarmantes. Una nueva guerra se está gestando y puede estallar repentinamente…”. Y en la del día 13 remacha: “La guerra se acerca. El peligro nunca ha sido tan grande. Debemos tenerlo en cuenta para escoger dónde queremos que la tormenta nos coja.” Después  pide a Eleni que le diga cómo hacer mermelada: “El otro día traté de hacer una mermelada de naranja y me salieron naranjas hervidas. Las puse en mucha azúcar sin resultado. ¿Dónde está el equívoco?”.

Eleni comenta que Nikos no sólo se dedicaba a los poetas españoles modernos: también profundizaba sobre Garcilaso, Fray Luis de León, Góngora, Ruiz Alarcón, Juan de la Cruz y Quevedo “y estaba observando, escuchando, inhalando el fermento de la Guerra Civil”. Anota estas palabras del marido: “El olor a pólvora se extiende por todas las partes. Incluso son descubiertas factorías de armas en pequeñas villas… Pero  la ciudad universitaria es magnífica, los estudiantes llenos de vida y entusiasmo. Una nueva España está luchando por liberarse a sí misma, monárquica y anarquista por igual…

El 14 de marzo escribe a Prevelakis que finalizó un nuevo canto sobre el Greco: “Fui a Toledo a ver a un amigo... Y mientras caminaba por las calles estrechas, un coro de voces, de palabras y versos se abalanzaron sobre mí. Desde entonces no he sido capaz de pensar en nada más…

Eleni proclama que, sin la menor duda, Nikos Kazantzakis era un hombre dedicado a la amistad y el conocimiento, que en poco tiempo se familiarizó con España recorriéndola de esquina a esquina, relacionándose con sus artistas más ilustres, escribiendo sobre nuestra cultura así como dedicado a su propio trabajo creador sin el menor descanso. Y todo esto lo hizo sin gozar de medios económicos, levantando con su propia vida un monumento al escritor pobre de aquellos tiempos.

Nikos escribe las cartas siguientes desde la isla griega de Aegina. Habla de las felicitaciones encendidas que amigos y conocidos le hacen por sus artículos sobre España, algo que le entristece porque “prueba que cuando escribes algo bueno, lo escrito  les supera, y sólo cuando escribes bagatelas que ellos entienden comienza el entusiasmo”…

La tercera visita: cuando la Guerra Civil

El tercer viaje lo inició en octubre de 1936. El dictador griego Metaxas se había hecho con el poder en agosto. Eleni describe la situación del país así: “cualquiera que fuese progresista era sospechoso”, y agregaba: “Con horror observábamos la tragedia de España con los alemanes e italianos probando sus armas; Francia, bajo Blum, queriendo ir a su rescate e Inglaterra evitándolo.”

En octubre NK recibe un telegrama de Georgios Vlachos, todavía director del diario I Kathimerini, pidiéndole que, con la mayor urgencia, se dirija a España para informar sobre la Guerra Civil. El director le expresa en la entrevista personal: “Sé qué preferirías ir con  los rojos, pero quiero que vayas donde los negros como tú les llamas” y cuando Nikos le pregunta la razón, Vlachos responde: “Porque tú dices la verdad. Tus amigos y enemigos te evitarán como a una plaga. Y yo estaré encantado. Irás de inmediato, ¿sí o no?”.

El 9 de octubre Kazantzakis  escribe desde Marsella: “España nunca se aleja de mi mente. Siento pena y dolor por ella como si se tratase de una persona concreta. Estoy impaciente por ver qué la ha sulfurado, que le ha sucedido, si algo irreparable se ha perdido. Y seré imparcialmente inhumano en todo  lo que escriba. Se disgustarán ambos bandos, pero no lo haré de otra forma”.

El 16 de octubre manifiesta que ya tiene el permiso para entrar en España y el día 22 escribe que ha estado en el frente en una posición elevada –posiblemente el Alto de los Leones-- divisando Madrid y la línea enemiga. Los oficiales acompañantes aconsejaron abandonar la posición porque podía ser batida por los cañones y bastó decirlo para que un obús volara sobre sus cabezas. NK permaneció de pie un momento mientras los demás se tiraron al suelo. El cañonazo fue seguido de otros tres sin que nadie resultase herido.

El 26 de octubre comenta a Eleni que hay una censura estricta y por eso escribe sus postales en francés. Añade que ha atravesado todo el frente del norte en una semana siendo continuamente hostigado por disparos y balas. Puede que estuviera en peligro; por donde iba también caían bombas. Visitó las trincheras y vio a los rojos desde ellas. Ha vivido una semana auténtica de guerra. Asegura que se diferencia de los demás corresponsales, sobre todo de los alemanes que pasan el tiempo sentados en Salamanca a la espera de acontecimientos. Bosqueja imágenes impresionistas de la guerra: “Villas en ruinas, madres llorando, gente de negro,  perros aún  fieles a sus umbrales,  los ojos rojos”.

Permanece acá hasta noviembre. De España se lleva algunos recuerdos, una bandera pequeña con la sangre de un joven que creía en la libertad, pero cayó  muerto en el frente… la fotografía y la carta de una mujer donde la hija pide a su padre que venga para que ver los cuatro gatitos que su gata dio a luz… la pesada llave de entrada a una iglesia violada… (3) Y también sus pensamientos y recuerdos…”Mucho se ha dicho de los horrores de la Guerra Civil en España, pero poco se ha hecho para remediarlos”…”¿Estás de acuerdo con lo que Unamuno te ha dicho? ¿La verdad debe esconderse del pueblo? ¿Tiene razón Unamuno al recordar  las palabras del Viejo Testamento: quien mira a Dios a la cara morirá?”…”Las palabras de Unamuno tienen un punto de verdad, porque ¿cómo va a descubrirse la verdad a cientos de mujeres jóvenes o viejas a quienes los curas y los gobiernos han mantenido en total ignorancia? Para estas mujeres, un hijo comunista o anarquista, padre o hermano es un diablo”… El reportaje de Nikos Kazantzakis sobre la Guerra Civil aparecería en la sección “Viva la muerte” de su libro España.


Probablemente, Kazantzakis aceptó la oferta de Vlachos porque necesitaba dinero, pero ver la Guerra Civil desde el lado franquista debió tener otros motivos. Eleftheria Teleioni los ofrece en su tesis para la Universidad de Birmingham (4). Recuerda que la dictadura de Metaxas dificultaba todo viaje desde Grecia hacia la España republicana y aún más favorecerla en los periódicos. Otro argumento sería que NK se había ido desilusionando del comunismo acariciando en cierto modo  las ideas nacionalistas que tuvo entre 1910 y 1920 bajo la influencia del político Ion Dragumis.
Aunque Nikos mantenía sus simpatías por la izquierda ¿permaneció fiel a la decisión de mantenerse neutral?  NK –según el parecer de Teleioni-- sabía  que, si los republicanos ganaban la Guerra Civil, el rostro de España cambiaría dramáticamente y también el de Europa,  aunque esta posibilidad  no respalda la opinión de que las cosas cambiarían para mejor o peor  necesariamente. Teleioni cree que NK no veía en la Guerra Civil las características de las guerras civiles que  hubo hasta entonces. La española era una guerra entre comunismo y fascismo. Teleioni anota que NK escogió guardar silencio en muchas ocasiones prefiriendo escuchar y reproducir los testimonios que recibía y que el escritor griego concluyó que el triunfo nacionalista se debió al fracaso de la democracia en cumplir sus promesas.

Tampoco se puede ocultar  --como escribe Teleioni-- que NK expresó admiración  por Franco, sintiéndose feliz cuando tuvo oportunidad de avistarle  aunque no de hablarle, porque veía en él a una persona capaz de gobernar un país. Teleioni manifiesta que NK atribuyó a Franco cualidades que había admirado en Mussolini al conocerle diez años antes en Roma (octubre de 1926). “En conclusión –escribe Teleioni- su meta de ser imparcial y decir la verdad resultó socavada más o menos explícitamente tanto por sus observaciones positivas sobre los nacionalistas como  por la ausencia total de comentarios positivos sobre los republicanos. Kazantzakis no podía ser objetivo, porque sólo escuchó los puntos de vista de los nacionalistas”. (T.:p.65)

Con todo, cualquier simpatía fue efímera. La IIª Guerra Mundial le restituiría a las ideas progresistas con las que simpatizó la mayor parte de su vida. En 1946 se convertiría en líder de un partido de izquierdas --aunque no comunista-- llegando a ser ministro, cargo del que dimitió un año después.

La cuarta visita: de turismo con amigos

En  septiembre de 1950 Eleni Samios confiesa que tenían todo lo que se necesitaba para ser feliz: “salud, paz y reputación”. Fue entonces cuando sus fieles amigos Yvonne y Pierre Métral les ofrecieron compartir un viaje por España.  “Jugamos a ser turistas del cinco al veintidós de septiembre”. Entraron en España por Barcelona y siguieron ruta por Tarragona, Valencia, Alicante, Córdoba, Toledo, Illescas, Madrid, Victoria, San Sebastián, Bayona y vuelta a Antibes. Eleni dice que Nikos añadió este viaje a sus más felices tanto por  la compañía de los Métrals como por la oportunidad de mostrarles  El Greco.

***

Nikos conoció a Juan Ramón Jiménez en 1926. Entonces le definió como el más grande poeta local. Sabemos que en enero de 1933 está leyendo y traduciendo a poetas españoles del momento y que su versión de los poemas de Juan Ramón publicada en I Kyklos fue recibida fantásticamente. Respetaba a Juan Ramón y conocía su obra tan a fondo que citaba imágenes del poeta de Moguer frecuentemente. Cuando escribe a Prevelakis el 6 de febrero de 1933 asegura que la vida es breve y cuando vengan a sepultarnos comenzará a desplegarse la "enorme mariposa" de Jiménez… Días después, 17 de febrero, escribe a Eleni que nada habría escrito si no fuera por la soledad… “Soledad, soledad, soledad…” como dice Juan Ramón.

En 1956 Juan Ramón y Nikos Kazantzakis fueron  propuestos para el Nobel de Literatura y el 25 de octubre se lo dieron al poeta andaluz. En junio de 1957 Eleni y Nikos están listos para ir a China donde el escritor sería recibido triunfalmente, pero  en Cantón vacunarían a  Nikos contra el cólera y la viruela y el brazo inyectado empezó a inflamarse cuando poco después estaban en Japón. Volvieron a Europa: “Vintidós días perdidos criminalmente en Copenhague precipitaron el final”, escribió Eleni. Por recomendación médica volaron a Alemania para que Nikos fuese observado en la clínica universitaria de la Universidad de Friburgo.

***
La noticia de su enfermedad se extiende por doquier. En determinado momento NK dice a su muer que van a tener buenas noticias y cuando ella cree que se trata de la concesión del Nobel de Literatura como habían asegurado por teléfono desde Suecia, él responde: “¡Mejores!” refiriéndose a que  un Comité para la Paz Internacional en Pekín tuvo conocimiento de sus penalidades de salud y económicas y le mandaba una suma considerable para  cubrir los gastos de la clínica donde permanecía prometiendo hacerse cargo de los nuevos. Nikos comentó a su mujer: “La amistad  es para mí más que todo el oro del mundo, Lenotschka. Y ahora me vas a ayudar a redactar un telegrama para agradecer a nuestros amigos. Además no podemos aceptar su ofrecimiento. No vamos a comer un grano de arroz que pertenezca al pueblo chino”.  

Cuantos estaban en la clínica de Friburgo se sintieron tristes al conocer la noticia de que el Premio Nobel de Literatura 1957 había sido otorgado a Albert Camus por un voto más que los recibidos por la candidatura de Nikos Kazantzakis, quien al saberlo dijo: “Lenotschka, ven rápida y ayúdame a redactar un buen telegrama. Juan Ramón Jiménez. Albert Camus, he ahí  dos hombres que bien merecen el Nobel. ¡Vamos a escribir un buen telegrama!”. Nikos Kazantzakis falleció El 26 de octubre de 1957. Su epitafio dice: "No deseo nada, No temo nada, Soy libre".

________________

NOTAS.:

1.- Nikos Kazantzakis, Spain, Simon and Schuster, New York, 1963, y del mismo autor  España y Viva la muerte, Ediciones Júcar, Gijón, 1977

2.- Helen Kazantzakis, Nikos Kazantzakis. A biography Based in His Letters, Simon and Schuster, New York, 1968.

3.-Carlos García Santa Cecilia, “40 Días en España” en Letra Internacional texto que se puede leer en Google.

4.-Eleftheria Teleioni, Spain and Kazantzakis´Travel Writing, The University of Birmingham, 2009. Esta tesis se puede leer en Google.

.

sábado, 15 de febrero de 2014




El caso del Juez Miller




El fiscal alzó los ojos, balanceó su mirada entre los miembros del jurado y dijo con cierta solemnidad: “…El juez Miller nunca debió hallarse a solas  con la Sra. Lambert en lugar distinto a su despacho del juzgado donde, por cierto, se veían a diario. El encuentro que tuvo lugar en el Motel Oak Creek de la carretera degrada las razones de amistad del acusado con la familia Lambert y justifica la solicitud de divorcio por adulterio presentada en su día por el Sr. Lambert, quien, tampoco se considera el padre de los  hijos del matrimonio. Por consiguiente, y pareciendo evidente que el Juez Miller prevaricó en su día al dictar sentencia contraria a la petición del Sr. Lambert,  solicito de los miembros del jurado el veredicto de culpabilidad por prevaricación para el Sr. Miller, acreedor a la  pena de un año en la prisión del condado  y a la multa de mil dólares contemplada en la ley...

En la Sala se guardaba un silencio absoluto. Existían lazos familiares o de amistad entre los presentes y con las personas del banquillo, pero casi nadie entendía bien las razones del proceso, de ahí que todos se mantuvieran expectantes. El juez Miller, no. Sentado junto a su abogado mantenía la cabeza alta y los ojos perdidos en la imagen cegada de la justicia que presidía la Sala. Repasaba las palabras de su abogado en la interioridad de su conciencia como si no fueran suyas:  “…Prevaricación no es una palabra aplicable al acusado, al  Juez  Miller que todos conocemos. Por razones de verdadera y antigua amistad, al margen de trabajar juntos, el Sr. Miller estaba obligado a escuchar a la Sra. Lambert y si eligieron un lugar apartado para comunicarse confidencialmente fue porque no encontraron otro fiable. Además, no hay prueba alguna que sustancie de manera convincente la no paternidad del Sr. Lambert respecto  de sus hijos…“

Tampoco el  Juez Miller escuchaba al  Juez Holmes cuando instruía al jurado sobre las cuestiones que debería decidir “…si hay razones suficientes, alejadas de cualquier duda razonable, para considerar al  acusado culpable de prevaricación cuando dictó una sentencia  contraria  a la demanda de divorcio presentada en su día  por el Sr. Lambert… si se considera que el acusado actuó improcedentemente yendo al Motel Oak Creek a fin de mantener una entrevista con su secretaria, la Sra. Lambert…”

Pero, se lo preguntarían los presentes: ¿qué motivos tenía el juez Miller para entrevistarse con la bella Sra. Lambert en aquella habitación del motel? ¿Acaso negaron que se hubieran visto? Sucedió aquel atardecer. Llevaba rato esperándola en la habitación y, cuando ella entró, Evelyn se le echó en los brazos; lloraba sofocadamente y tenía los nervios alterados. Palpitaba en sus brazos como quince años atrás cuando, siendo su secretaria, se veían en aquel mismo motel de carretera. Ahora el motivo era distinto “…Evans, ¡tienes que ayudarme! La acusación de mi marido es completamente falsa, ¡falsa de todo punto! Es un hombre trastornado por el oficio de la guerra y no puedes imaginar hasta qué punto. Te contaré secretos relacionados con él que ni imaginas…”

Evans Miller recuerda que Evelyn era muy joven y él rondaba los cuarenta cuando Peter Lambert apareció en su vida. Evans se había trasladado a Miami para asistir a un  Congreso de Jueces de Condado. Durante esa semana,  Evelyn había salido con amigas conociendo y sintiéndose muy atraída hacia un oficial de la Fuerza Delta todo músculo, bien parecido y de sólo veinticinco años. A su regreso, Evans comprendió que su relación con Evelyn había concluido, pero tampoco se lo tomó a mal. Permitió que Evelyn continuara como secretaria suya, favoreció que el romance con Peter floreciera y llegase hasta el matrimonio, quedando él como  amigo de la pareja.

“…Todo iba bien hasta que nos mudamos de nuestra casa de la calle Elmer a la vivienda de la calle Possum. Hacíamos la mudanza cuando  Peter descubrió una caja mía que contenía fotografías viejas, algunas facturas, cartas de amigas y,  entre ellas,  una tuya que, por no recuerdo  el motivo, había conservado. Peter sintió curiosidad y, sin pedirme permiso,  leyó la carta en la que te quejabas de ser un galán tímido apenas considerado por mí. Su lectura  provocó las bromas de Peter y  no se cansaba de preguntarme, riendo, qué habría sido de mí si me hubiera casado contigo mediando veintidós años de diferencia entre nosotros. Jamás sospechaste nada porque Peter seguía llamándote papito cuando los tres nos veíamos para comer o con motivo de algún acontecimiento, pero Peter estaba cambiando  y  cuando regresó de Irán,  de la Operación Garra de Águila de 1980 ordenada por el Presidente Carter, ya no era el mismo que conocíamos. Iba de la euforia a la depresión, bebía demasiado cuando no tenía servicios y no le sentaba bien. En la cama, y perdona, tampoco era el soldado cariñoso y potente que yo había conocido sino un amante nervioso que no lograba consumar el amor algunas noches. Noté que miraba a nuestra pequeña Nancy de una manera rara y, no pocas veces,  como si le molestase su presencia. Parecía como si hubiese olvidado hablar conmigo y se mantenía distante y con el ceño fruncido muchas horas. Tres años después, cuando la invasión de la isla de Granada ordenada por el Presidente Reagan, regresó con un compañero diciéndome que era un amigo del alma que le había salvado la vida a quien le debía todo. Ambos estaban de permiso y esa misma noche se emborracharon de una manera más que considerable en casa. Peter casi no se sostenía en pie y en un rapto increíble empujó a su amigo hacia mi habitación diciéndole algo así como “Tienes que conocer a mi mujer. Tienes que hacer el amor con ella porque yo no puedo y ella necesita hombres enteros, ningún impotente a su lado”. El amigo entró por la fuerza en mi cuarto y parecía muy asustado, sobre todo al notar mi pánico  al comprobar que Peter nos había encerrado por fuera y no podíamos salir del cuarto. No sucedió nada desagradable. Greg, creo que se llama así, me miraba de seguido como pidiendo perdón. Terminó tumbándose en el suelo y yo hecha un ovillo en la cama. Llegamos a dormir y debió abrirnos el curto por la madrugada A la mañana siguiente ni Peter ni Greg se hablaron. Peter permanecía tumbado en el sofá del living como abstraído, mirando hacia el techo y cuando Greg susurró que se iba, que tenía que volver el Fuerte, Peter sólo le  dijo “Bueno, ya nos veremos por ahí…” A mí no me dijo nada,  Me dio la impresión de que daba por descontado que había pasado de todo entre Greg y yo, por su culpa, y estaba arrepentido, pero igual se trataba de  una figuración mía, porque actuó como si nada hubiera pasado y hasta se llevó a Nancy al pequeño zoológico infantil del Parque del Lago. Un año después nació Peter Jr. Y días después me confió que iba a hacerse una vasectomia “porque no quiero tener más hijos”, dijo. La decisión de Peter además de parecerme insultante me dolía en el alma. Creí que tenía figuraciones que le hacían desdichado cuando no le pasaba absolutamente nada como demostraba la existencia de nuestro pequeño Peter Jr. Y no puedo ocultarlo, me atormentaba pensando que Peter creyese que el pequeño era hijo de Greg, o bien, que tú y yo nos veíamos durante sus ausencias y los hijos eran nuestros y no suyos. Decidí visitar  al  Dr. Glasser porque iba a realizar la intervención solicitada por Peter. Le comenté mis temores sin guardarme nada y me atreví a rogarle que simulara la operación de vasectomia, que no se la hiciese de verdad porque su cuerpo funcionaba y todo eran suposiciones  de una mente algo descabalada por la guerra. Claro, el doctor se negó a hacer lo que le pedí y, además, fue un error de mi parte, aunque  después de que Peter se hiciera la operación quedé embarazada y nació Salter. Peter pensó  que no podía ser hijo suyo de ninguna de las maneras y presentó la demanda de divorcio por adulterio que tú juzgaste…”

Evelyn echó un largo respiro y dio pasos por la habitación hasta que sus miradas interrogativas hacia Evans no hallaron respuesta. Seguía muy nerviosa y al rato decidió despedirse besándole en la mejilla. Evans estaba distraído pensando que las insignias de rango crecían en el uniforme de Peter al mismo tiempo que sus sospechas. Pero ¿cavilar que Evelyn no era  mujer amante de su marido y de sus hijos? No buscaba respuesta. Días más tarde decidió no admitir la pretensión de Peter. Jamás obtendría el divorcio mientras no demostrase la existencia de adulterio alguno.

Horas después de conocerse la sentencia, Evelyn le telefoneó “…echaste abajo su petición, pero  me gritó que tu sentencia prueba que eres mi amante y piensa denunciarte.  Evans, he vivido meses en el infierno y no salgo de él. Sus llamas me rodean y consumen  sin la mínima piedad. No dejes que te consuman a ti…”

Ahora se  repetía el espectáculo del juicio anterior. Actuaban como testigos  personas que se habían sentado junto al estrado del juez al menos en una de las causas. Tíos, sobrinos, amigas y amigos, juraron que los Lambert habían formado una pareja ideal, resplandeciendo la virtud de ella y la bonhomía, el humor y el patriotismo y fervor solidario de él. Incluso Gregg, sin mencionar la enredada visita que hizo a casa de los Lambert, juró que no había hombre más íntegro ni mujer más hacendosa y devota de su marido. También subió al estrado el Dr. Gassler quien, a preguntas de la defensa, aseguró “…la vasectomia es un anticonceptivo efectivo casi un cien por cien de las veces que se practica, pero no es causa de esterilidad inmediata. Si el hombre tiene sexo sin protección muy poco después de la cirugía, puede ocasionar un embarazo, porque el esperma fértil almacenado en el área más amplia de los vasos deferentes, llamado ampolla, permanece allí después de la vasectomia. El hombre no  debe pensar que es estéril hasta que un análisis de su semen demuestre que no hay esperma si eyacula. El análisis debe iniciarse entre ocho y doce semanas después de la intervención y, aconsejamos, que se repita cada seis semanas mientras se encuentren espermatozoides móviles o la cantidad de cien mil  por milímetro…

El Juez Holmes creyó ver en los ojos de Peter Lambert un brillo súbito. En realidad, Peter buscaba en su cerebro memoria de una cópula que justificara el nacimiento de Salter. El Juez Holmes volvió la vista hacia donde estaba Evelyn, quien parecía sumergida en un estado de confusión perceptible.

Evans no piensa nada porque lo sabe todo, por ejemplo, que el Dr. Gassler se negó a simular  la operación que proponía Evelyn; podrían retirarle su licencia. Mira para Evelyn y, por primera vez en muchos días, no encuentra rastro de la angustia que mostraba en el motel. Resplandece su belleza en su delgadez tan femenina. Si pudiera abrazarla seguro que sentiría su cuerpo de algodón, sus manos delicadas y sus labios tan bien diseñados para ofrecer besos cálidos... Pero decide alejar su mirada.

El jurado ha permanecido reunido unos cuarenta y cinco minutos y ha entregado el veredicto al Juez Holmes quien ordena su lectura en público “…consideramos que el Juez Miller dictó una sentencia justa al no admitir la solicitud de divorcio presentada por el Sr. Lambert. Creemos que las evidencias presentadas en su favor no han sido convincentes; no encontramos  pruebas que avalen las sospechas del demandante. También consideramos que el Sr, Miller es un juez íntegro cuando dicta resoluciones, pero cometió un error acudiendo al Motel Oak Creek de la carretera por lo que solicitamos  le sea impuesta la multa mínima de un dólar...”


El Juez Holmes acaba de golpear en la mesa con su mazo dando la vista por concluida. Alzándose, pasea su mirada escéptica entre el público que se estrecha en abrazos, se  saluda, o busca la salida. Luego, como hace siempre al concluir un juicio, comenta para sí: “Será fácil dictar la sentencia, pero ¿estamos en el camino de hacer justicia?”.

.

lunes, 20 de enero de 2014



Pío Baroja: El escuadrón del Brigante

Pío Baroja había publicado entre 1911 y 1913 varias de sus mejores novelas e iniciado el ciclo de las Memorias de un hombre de acción con El aprendiz de conspirador en octubre de 1912. Tenía el  propósito de escribir una novela histórica distinta a la de Galdós. Si el canario hizo pedagogía de la historia reciente de España sin sustraerse a la exaltación patriótica con sus Episodios, Baroja se proponía destacar la lucha entre tradicionalismo y liberalismo avivada en Europa desde la Revolución francesa, ilustrándola mediante sucesos acaecidos en España durante el siglo XIX alrededor de un personaje histórico, Avinareta, del que se sirvió con pretensiones novelescas.

Cuando Baroja concluye El escuadrón del Brigante (1) en junio de  1913 estaba en su mejor momento de escritor. Mariano Ezequiel Gowland asegura que las Memorias de un hombre de acción no tuvieron la aceptación de otras novelas  por “su enigmática envoltura cronológica, en su fraccionamiento narrativo, en su proliferación de sub-autores, sub-narradores e informantes que constantemente cambian el punto de vista  de la obra, y también en varios otras factores de tipo estructural”(2),  pero a mi entender, todo eso ocurre  en El escuadrón del Brigante envuelto en un orden clásico, convirtiéndola en una novela excelente, de las mejores del vasco. También la celebran autores actuales de la talla de Eduardo Mendoza o de Jose-Carlos Mainer. Éste no duda en situar a Zalacaín el aventurero, Las inquitudes de Shanti Andía y El escuadrón del Brigante en un lugar de honor junto a las novelas de Joseph Conrad en una biblioteca ideal de lecturas adolescentes (3).

Cuando hablamos de orden clásico también hablamos de orden barojiano, es decir, novelas donde ocurre lo siguiente: tras la presentación individual y colectiva de los personajes se avanza al momento de la confrontación entre ellos formando parte de los bandos contendientes; concluida la lucha se arriba a un desenlace abierto.

La acción de El escuadrón del Brigante se sitúa hacia el final de la guerra de Independencia. Baroja ni acude ni se somete a lo escrito por historiadores grandilocuentes a los que despreciaba por lo general. Prefirió asistirse de investigaciones propias, dedicándose a narrar lo que sucedía en parajes señalados y a protagonistas determinados en los días que finalizaba el conflicto bélico con la intención de ejemplificarlo por entero.

Los narradores
En el Prólogo de El escuadrón del Brigante se  dice que don Pedro de Leguía es el autor de las Memorias de un hombre de acción. D. Pedro “explica, en una advertencia preliminar, como reconstruyó esta parte de la biografía de nuestro héroe (Avinareta), con qué datos contó y en qué fuentes pudo apagar la sed de avinaretismo que le consumía(p.7). Avinareta atestigua que la fuente principal es un escrito suyo: “Al escribir estas páginas, al cabo de más de veinte años, en la oscura cárcel donde me encuentro preso, me figuro tener hoy los mismos sentimientos de aquella época de mi vida de guerrillero(p.100). Interesa lo de los mismos sentimientos porque tal suposición hace que el lector se aproxime a los avatares del protagonista cuando era joven y, pese la utilización incesante del pretérito verbal, casi nada interfiere en la sensación de que todo sucede en un presente continuo.

En El escuadrón del Brigante se imita la ficción cervantina de los narradores interpuestos (4). La mayor parte de cuanto sucede lo escribe Baroja como autor oculto, Leguía es el narrador que procura la documentación, y Avinareta resulta el narrador protagonista. También participa un narrador auxiliar, Juan Larrumbide o Ganisch, compañero de Avinareta, hacia el final.

Baroja no hace sólo una simple imitación cervantina; es un quehacer que facilita una visión caleidoscópica de los personajes comenzando por el protagonista. Carlos Longhurst, sugiere que Baroja asume el papel de editor y Leguía el de compilador y alter ego ficticio en las Memorias de un hombre de acciónpara adquirir de esta forma una voz en la narración en sí. Leguía conoce a Avinareta personalmente y puede dar una impresión personal y auténtica de él, cosa que para Baroja, en cuanto a Baroja, es imposible(5).

Longhurst dice que  Avinareta afirma que son ciertos los hechos positivos en que el libro  se basa, pero Leguía obtiene su permiso para incluir elementos fantasiosos aunque podados y el mismo Leguía comenta: “Con la autorización de Avinareta, decidí, pues, publicar este relato. No aparece aquí don Eugenio siempre; pero inspira los acontecimientos, asomándose unas veces  al primer plano y otras al último” lo que facilita afirmar por parte del crítico que las Memorias de un hombre de acción son narraciones novelescas de hechos históricos vinculados a la historia de Avinareta”(6).

Otra influencia cervantina muchísimo menor es el empleo de la narración interpolada. Me refiero, por ejemplo, al episodio protagonizado por Tobalos en el relato “La justicia del buen alcalde García” (pp. 116/123) que parece propio del Siglo de Oro, aunque sirve para caracterizar al guerrillero. También son importantes las fuentes orales, publicaciones como Las partidas de brigantes del propio Avinareta sobre las que se extiende Carlos Longhurst reafirmando la idea de que Baroja fue un novelista bien documentado y, sobre todo, que asumió la mayor parte de los textos del propio Avinareta.

El plan de la novela
La composición de El escuadrón del Brigante no difiere mucho de la empleada en novelas anteriores y, para entenderlo, recordaré  que la trilogía de La lucha por la vida se inicia con la presentación del protagonista Manuel Alcázar e, inmediatamente después, el personaje colectivo entra en escena, el lumpen proletariado, la gente que anda a la busca y vive el ambiente de los barrios bajos de Madrid.

En El escuadrón del Brigante observamos un proceder similar: una vez presentado Avinareta conoceremos al colectivo de los guerrilleros y el de sus contrafiguras, los franceses, y en la tarea, Baroja utiliza la documentación de la época para describir el ambiente que existía en el particular momento de la guerra de Independencia que centra la acción.

Avinareta es presentado en el prólogo de la novela conversando con Leguía en una fonda de Bayona  una noche de otoño. Leguía le está pidiendo que reanude sus memorias y Avinareta responde que sólo piensa en los actores de una guerra carlista que se aproxima al abrazo de Vergara. El Avinareta que habla no es el veinteañero que actúa en la novela sino un cincuentón que lamenta “vivir perseguido, acusado de polizonte, de espía, de canalla  y, sobre todo, de hambriento” (p.9), un antihéroe para los demás que no se encuentra en disposición de continuar siendo un Don Quijote y se lamenta así: “Si yo no hubiera pensado más que en mi vida y en mis intereses se me consideraría como una persona decente y digna; pero he pensado principalmente en mi país y en la libertad, y esto, sin duda, es un crimen para los que no tienen éxito.” (Ibíd.). Después, menciona un cuaderno donde recoge sus experiencias de la guerra de Independencia, escrito entre 1834 y el año siguiente (también año del cólera), cuando estuvo preso junto a Luis Candelas en una cárcel de Madrid.  Finalmente entregará a Leguía el cuaderno que nutrirá la mayor parte de la novela. Como a Baroja le gustan los paralelismos y, como si quisiera justificar el proceder de Avinareta con Leguía, dirá que Andrés Santa Cruz le comentará su vida a Michelena, otro cincuentón amigo de Avinareta (p.19).

Desmitificación de la guerra de Independencia
Tardamos poco en descubrir que Baroja pretende desmitificar muchas cosas de la guerra de Independencia. Se atisba cuando define al general Palafox como “hombre que une la ineptitud con la ambición, cuya vida pública y privada ha sido sospechosa, que hizo una salida de  Zaragoza dejando abandonado el pueblo en el momento de más peligro, pasa por ser una de nuestras grandes figuras(p.26). Pero lo importante en el inicio de El escuadrón del Brigante es la acción que emprenden Avinareta, el patriota Cortázar y el aventurero Ganisch --y con ellos el espejo de Stendhal-- que salen al camino sin importar, de momento, que Avinareta haya jugado a mal postor: “Habiendo guerrilleros vascos célebres, Mina y Renovales que eran navarros, Jaúregui guipuzcoano  y Longa vizcaíno, tres de ellos muy liberales, la suerte hacia que yo, vasco y liberal, me uniera a un castellano absolutista(p. 144) y esa decisión le marcaría y sería siempre un obstáculo en sus planes.

La guerra es barbarie
Avinareta se conduce como  guerrillero según la personalidad de sus .jefes. Siendo teniente, le resulta difícil ordenar que su gente dispare porque Merino entiende la guerra como una cacería donde el francés es la pieza a cobrar; para ello, el guerrillero debe estar a cubierto pasando inadvertido, pero con el arma lista. Avinareta no concibe la guerra así, por eso desea que el enemigo no aparezca cuando está encelado y los suyos listos para machacar un destacamento de cincuenta o sesenta franceses despreocupados: “Este sentimiento de responsabilidad, de remordimiento, no lo experimenté más que las pocas veces que tuve algún mando; en las demás, no(p.101). Y dice bien, pues, se muestra distinto cuando está a las órdenes de Juan Brigante: “En los ataques de caballería que dimos los del escuadrón del Brigante no sentía uno intranquilidad moral ninguna. La cólera, el odio y, más aún, la emulación nos arrastraban(Ibid.) Pese a ello, los pensamientos de Avinareta son autocríticos: “Allí no se ganaban acciones; se mataba(p.102). La guerra como barbarie también resplandece en el bando del mariscal Soult de 9 de mayo de 1809: no reconoce más ejército español que el de José Bonaparte, ordena el fusilamiento de cualquier otro español cogido con armas en la mano, y manda arrasar los pueblos donde se encuentre muerto a un francés.

Baroja pone en solfa siempre la pretendida heroicidad de los guerrilleros. Del Jabalí de Arauzo dice: “El Jabalí, en circunstancias normales habría estado en un presidio o colgado de una horca; en plena guerra, convertido en un jefe respetable, lleno de galones y de prestigio, podía asesinar y robar impunemente, no por afán patriótico, sino por satisfacer sus instintos crueles” (p. 107). Baroja va más lejos y responsabiliza de la barbarie al cristianismo por no cumplir el mandamiento de Dios: No  matar.

Los personajes
Avinareta era un personaje real, pariente lejano de los Baroja por parte de madre, y es un personaje novelesco. En las Memorias de un hombre de acción ofrece varios perfiles: soldado contra Napoleón, liberal y masón, intrigante, sobre todo enemigo del absolutismo. Hasta cierto punto,  representa la relación que Baroja tiene con la historia. Carlos Longhurst extrema ese punto de vista  al decir que “La función de Avinareta es ante todo ideológica. No consiste en correr acá y acullá en una búsqueda loca de la acción. La acción de Avinareta no es la acción de Zalacaín; es acción con un objetivo bien definido, y este objetivo  apenas puede ser menos personal y egoísta: el fomentar el liberalismo en España(5). Sin embargo, el  Avinareta novelesco no rehúye la acción, es valiente, se arriesga y, a mi manera de ver, más que propagandista del liberalismo se muestra como un personaje de acción con ideas dentro de un colectivo que no las tiene y, además, se manifiesta renuente a tenerlas. Sin embargo, pienso también que Carlos Longhurst acertó plenamente al  escribir: “Baroja se acercó a su héroe no con el criterio de un historiador fríamente objetivo, sino con el criterio de un novelista, un novelista que viene ya equipado con una visión subjetiva y con una ideología personal(6). Opinión parecida, pero más centrada, muestra José-Carlos Mainer al comentar sobre Avinareta: “Baroja lo convirtió, al modo de Shanti Andía, en  un nuevo héroe por delegación, un testigo movido por la curiosidad y caracterizado por una suerte de  impavidez fatalista que actúa más como nudo de encuentro de historias  y personajes que como protagonista de las aventuras(7).  

Hemos dicho que Avinareta es un héroe épico-trágico en el sentido clásico de la palabra. Le admiramos por su valentía esforzada y su idealismo incluso en situaciones adversas  y resulta un personaje trágico por las consecuencias negativas que la acción le reserva. Un héroe que, para los otros, resulta un simple  pisaverde sin reconocimiento; saldrá encarcelado de sus aventuras.

Avinareta es un joven sacudido por el acontecimiento como todos los españoles: ”Realmente, había una enorme ansiedad en toda España; en las ciudades, en las aldeas, en los rincones apartados no se hablaba más que de la invasión francesa(p.35). Se equivoca al elegir a Merino como jefe, pero asume la lucha.  En cualquier caso, el autor no tiene prisa por desmenuzarle; tiene delante otras veinte novelas para redondearle y pulir sus mutaciones.

El primer adjetivo que caracteriza al cura de Villoviado, Jerónimo Merino, es el de cerril, es decir, obstinado, obcecado, grosero tosco y la RAE también atribuye el adjetivo al ganado “que no está domado”; después el narrador añade: “Este clérigo de misa y olla no sabía una palabra de latín, ni maldita la falta que le hacía, pero, en cambio, con una escopeta y un perro era un prodigio(p.49). La desmitificación de Merino comienza al describirse --con aire burlesco-- la venganza que el cura se toma de los soldados franceses que le habían ultrajado, motivo de lanzarse a la guerrilla. Después se bosqueja su estampa: “Era feo; más que feo, poco simpático; tenía los ojos vivos y brillantes de animal salvaje; la nariz, saliente y porrada; la boca, de campesino, con las comisuras para abajo, una boca de maestro de escuela o de dómine tiránico” (p.55/56). Las imágenes animalizadoras siempre se emplearán para calificar a todos los personajes que practican la barbarie en la guerra.

El narrador comenta que el campesino produce dos tipos de guerrillero, el generoso y comprensivo, “y el tipo sórdido, intransigente, invariable: Merino(p.81). No se oculta que tiene cualidades, pero queda devastado con la descripción del retrato paródico visto en una tienda de París: “En el dibujo aparecía un clérigo narigudo con un sombrero de teja descomunal atado a la cabeza con un pañuelo, dando la impresión de que el guerrillero tuviera mal de muelas (…) montaba en un caballo flaco y huesudo; llevaba un sable enorme, un trabuco naranjero, un cristo colgado al cuello  y un paraguas abierto(p.82).

La desmitificación concienzuda de Merino --al que otros ven como héroe y sus jefes elevarán al rango de brigadier-- no ofrece la menor de las dudas; sobre todo cuando Baroja emplea una de sus técnicas descriptivas favoritas, describir por lo que no se es: “Merino, sin ser muy valiente, ni inteligente, ni generoso, ni  noble, tenía grandes condiciones de guerrillero; lo que demuestra que la guerra es una cosa de orden inferior, puramente animal”(p.83). Merino, para Baroja, encarna la tradición contra el progresismo que hubiera construido una España diferente, y no tiene piedad al decir:  “Estas tiranías de curas son casi siempre así: crueles y femeninas. El cura y la mujer tienen algo de común; por eso se entienden tan bien(p.86).

El retrato colectivo de los  guerrilleros
La novela muy pronto se puebla con nombres de guerrilleros –a quienes está dedicado el Libro 2º-- divididos en escuadrones y con una caracterización común que emana de sus jefes; audaces y esforzados los de Juan Bustos El Brigante; merinitas rabiosos, fanáticos y ardientes los de El Jabalí de Arauzo.

De los guerrilleros de a pie hay siluetas como la del albéitar gascón y anti francés llamado Montgiscard, pero la inmensa mayoría tiene escasa o nula  personalización; si la hay,  descansa en el colectivo del que provienen: las gentes de los pueblos y las aldeas ungidas de un sentimiento de abyección hacia el invasor, también manifiesto en las mujeres que representan la Fermina y la Riojana: “Estas amazonas no gastaban sable, sino tercerola(p.72).

No hay favor para los guerrilleros de Merino, en especial los antiguos: “Feroces, fanáticos, habrían formado igualmente una partida de bandidos” (…) “Estaban seguros de que si los franceses llegaba  a cogerlos les tratarían, no como a soldados, sino como a salteadores. Su única idea era pelear, robar y matar(p.66), opinión que se completa con otra veintidós páginas después: “Para un  hombre joven y lleno de entusiasmo se comprende el encanto de esta vida salvaje del guerrillero, que es la misma que la del salteador de caminos(p.88).

El Brigante --cuyo nombre deriva del apelativo francés brigand, malhechor--  se yergue como contrafigura de Merino. Es arrojado, valiente,  nunca un hombre de encerronas como las que gustan al cura; va de frente: “El Brigante y yo creíamos que la cuestión era matar, pero matar con nobleza, dando cuartel, respetando a los heridos.(p. 90), pero si  su figura se proyecta como la del tigre, Baroja va más lejos: “El Brigante parecía un energúmeno, uno de esos monstruos exterminadores del Apocalipsis(p.183)

Aunque  suceden acciones de infantería, las que interesan de verdad son las de la caballería, incluso de la enemiga - que tiene su propio capítulo; el caballo es el corcel de la libertad y el de la huida, por eso al guerrillero no le va la vida de soldado del Ejército –asociado casi siempre a la infantería--y no deseaba incorporarse a la milicia regular: “Sentíamos  también los guerrilleros un poco de desprecio por las paradas y las batallas de bandera y música. La disciplina estrecha, la burocracia militar, el cuartel: todo esto nos parecía repugnante(p.143).

Al enemigo también se  le presenta como un personaje colectivo de signo negativo, compartiendo algún duro calificativo con los guerrilleros. En general “todos ellos trascendían a cuartel que apestaban. A pesar de sus títulos, perfumes, bordados de oro y penachos,  se veía siempre en ellos al soldado cerril(p. 153). Del conde de Dorsenne, al que le gustan los perfumes, se pergeña un retrato feminoide: “un rostro perfecto, ojos negros, nariz griega. Iba completamente afeitado, y llevaba el pelo lago con bucles (…) El conde se cuidaba como una damisela. Vestía a la polaca, con todo el oro posible; llevaba los dedos llenos de alhajas, y las muñecas de pulseras” (p.151). Sin embargo es personaje que practica la crueldad suma.

El espacio rural de la novela cimenta el ambiente de los actores de la contienda. Se describen los pueblos tal y como les deja la guerra, las cuevas y lugares donde se esconden los guerrilleros y el paisaje que les rodea, los caminos, arroyos, peñas, las planicies y los riscos de la sierra, la depresión que se convierte en un barranco y este en un  desfiladero. Estamos a un palmo del Portillo de  Hontoria del Pinar.

La batalla
Llegamos a la página cien del libro habiendo presenciado algunas escaramuzas, pero ninguna batalla. La que va acontecer es una batalla épica con tintes homéricos, y descrita bajo la sombra de un Stendhal al que Baroja admiraba y consideraba uno de los mejores de siempre en el oficio.  De Homero escribía Erich Auerbach “no conoce ningún segundo plano. Lo que él nos relata es siempre presente, y llena por completo la escena y la conciencia(8) y tal pretendieron Stendhal y Baroja. Stendhal no estuvo en la batalla de Waterloo, pero la inmortalizó  en La cartuja de Parma. Había sido combatiente y, debido a su arte, fantaseó una descripción que se convertiría en  modelo para muchos escritores, por ejemplo, un Tolstoy --que también admiraba al francés—al describir la batalla de Borodino en Guerra y Paz.

La batalla de Hontoria del Pinar se parece a la de Waterloo en que fue corta pero desastrosa para los franceses, la peor de su historia. Al igual que Tolstoy, Baroja, sin copiar a Stendhal, se influenció al reflejar el caos que una batalla origina, el fragor y el horror de la guerra. Hablamos del humo, el barro, los estruendos, el griterío, la sangre y la muerte, al combatiente que ve todo y no ve nada porque, efectivamente, está inmerso en  el caos, y no percibe el triunfo o lamenta la derrota hasta después de haber perseguido con saña o huido con pálpito del contrario.

La batalla que comienza en el Portillo de Hontoria del Pinar es  una descripción ordenada de hombres y cosas,  quietos o en movimiento de ademanes y gestos, dentro de un espacio perceptible, esculpido con imágenes impresionistas que surgen lentamente, como si el narrador disfrutara al presentarlas para luego sumergirlas y con frecuencia desintegrarlas en  la acción violenta y rápida del combate. La brevedad de tantísimos párrafos (pp.174/188) y el ritmo verbal que se inyecta en la prosa otorgan al texto un parecer trepidante. La envoltura impresionista es la gran novedad aportada por Baroja.

En esa batalla hay secuencias narrativas espléndidas protagonizadas por los franceses, por ejemplo, cuando cantan rodeando a su buen comandante: “De pronto, el comandante Fichet, que se encontraba en el centro, a caballo, se descubrió, tomó la bandera y, estrechándola sobre el pecho, comenzó a cantar la Marsellesa. Todos los soldados franceses entonaron el himno a coro y como si sus mismas voces les hubieran dado nueva fuerza, rehicieron sus filas, se ensancharon y nos hicieron retroceder(p.184). El comportamiento de Fichet es tan heroico que Merino sabe que no le vencerá mientras resista y decide una celada de muerte utilizando francotiradores. Fichet muere mientras los guerrilleros destripan a los heridos. Avinareta, Lara y Tobalos recogen el cuerpo de Fichet, le llevan a un bosquecillo del pinar, le ponen la espada en el pecho y le entierran. Baroja no alaba al francés invasor, pero en el personaje de Fichet rinde tributo a la Francia grandiosa de las ideas liberales contra la tiranía, propósito encarnado en La Marsellesa… ¡Marchemos!… contra  el sangriento estandarte de la tiranía.

Pero la muerte ha hecho más estropicios.  Cayeron el corneta Martinillo y  Juan  Brigante, de cuya muerte Fermina dice “le han matado los nuestros(p.199). Son muertes que no deben  extrañar al lector barojiano. Pío  Caro Baroja se preguntó por qué mueren Zalacaín, Juan Alcázar, Andrés Hurtado, Jaun de Alzate, el Roberto O’Neil de El laberinto de las sirenas,  el Olarra de La nave de los locos, o el Thierry de Las noches del Buen Retiro, una constante barojiana que empezó en 1904 y duró hasta 1934, treinta años de coherencia y comenta: “sólo mueren los privilegiados, los que más ama, los que ensalza; los que le hacen temblar la pluma tienen el privilegio de morir dentro de la literatura”. (9)

El espectáculo de la muerte después de la batalla parece una pintura negra de Goya: “Los perros hambrientos de los contornos se acercaban al olor de la sangre. Era una gran fiesta para todos los animales necrófagos: cuervos, cornejas, buitres, gusanos, perros hambrientos y demás comensales de la Muerte(p. 193).

Avinareta protagonista
Nos acercamos al momento en que Avinareta se toma la guerra como cuestión personal y decide liberar al Director que está retenido por los franceses en una posada. El Director es el personaje amable que se las jugaba pasando informaciones e instrucciones secretas a Merino para su acción guerrillera. Y Avinareta emprende el propósito con la ayuda de su amigo Lara a quien el proyecto le “parece una cosa difícil de realizar(p.232).

Se trata de unas pocas páginas de auténtico suspense, ese elemento que tensiona la aventura suspendiendo el ánimo del lector que asiste emocionado a la acción arriesgada del protagonista, y que, en esta novela, concluye con la rápida detención de Avinareta, aunque este, haciendo un signo y pronunciando una palabra masónica entendida por el oficial masón ante el que ha sido conducido, queda en libertad. Novela, pura novela.

El final
Pienso que la novela debió terminar ahí, pero Baroja completó la novela con  historias sin grandeza relacionadas con lo anterior.

El Libro 6º abandona el mundo rural para entrar en el ponzoñoso de la corte. Se habla de las cortesanas que anidan con José Bonaparte, se habla mal del futuro rey Fernando y de los Borbones, del alienado abate Marchena y de la enemistad entre las logias masónicas. Lara y Avinareta se alejan de Madrid, conocen a El Empecinado, pero regresan con un Merino que ya no actúa porque manda una tropa mayor de las que nunca tuvo y no sabe maniobrarla. Visitan el paraíso rural de  Huerta donde Fermina cuida de la hija del corneta muerto de los guerrilleros. También muere la niña y Avinareta cesa de escribir su manuscrito.

En el Libro 7º, Leguía recurre a conversaciones con Ganisch para ampliar su relato. Ganisch descubre que Avinareta “también estuvo viviendo con una mujer y a punto de casarse con ella. Una tal Fermina(p. 269). Avinareta padecía reuma y, pese a los cuidados de Fermina,  se llevaban mal. Ganisch asegura: “Eugenio se habría casado; pero al ver el genio que iba tomando la otra, se espantó(p. 277). La Fermina volverá a la guerrilla protegida por un alemán que morirá en duelo con Avinareta.

Estando en una taberna, Avinareta asegura que Merino ordenó la muerte del Brigante. Será encerrado y condenado a muerte por el cura. En la prisión reinicia el manuscrito que había abandonado, ahora con aire novelesco y romántico, pero logra escabullirse de su cárcel e inicia aventuras que, a mi juicio,  añaden poco a la novela. El Epílogo sirve para abrir puerta a la continuidad de las Memorias de un hombre de acción.

NOTAS.:

1.- Pío Baroja, El escuadrón del Brigante, Espasa-Calpe, Madrid, 1937, p. 7. Las citas de este texto pertenecen a esta  edición e irán en versalita. Las citas referentes a otros autores irán en negrita subrayada.

2.- Mariano Ezequiel Gowland, Las Memorias de un hombre de acción se Pío Baroja: Estructura narrativa y simbolismos históricos, Editorial Pliegos, Madrid, 1996, p. 14.

3.: José-Carlos Mainer, Pío Baroja, Fundación Juan March, Taurus, Madrid, 2012, p. 395.

4.: Sobre la pluralidad de narradores en las Memorias de un hombre de acción han escrito páginas sustanciales Carlos Longhurst en Las novelas históricas de Pío Baroja que citamos a continuación.  José-Carlos Mainer hace un resumen excelente de los narradores  en op.cit., pp. 220/226. También me parece importante el trabajo de Jesús M. Lasagabaster  Pio Baroja y la novela histórica, concretamente el capítulo "El perspectivismo de las Memorias de un hombre de acción" que se puede consultar en gipuzkoakultura.net en estas mismas páginas de Google.

5.: Carlos Longhurst, Las novelas históricas de Pío Baroja, Col. Punto Omega, Guadarrama, Madrid, 1974, pp.167/168.

6.:  Carlos Longhurst, op. cit., p. 174.

7.:  José-Carlos Mainer, op. cit., p. 221.

8.: Erich Auerbach, Mimesis: la realidad en la literatura, Fondo de Cultura Económica, México, 1950, p.10.

9.: Pío Caro Baroja, Crónica barojiana, La soledad de Pío Baroja, Ed. Caro Raggio, Madrid, 2000, p. 215.

.