viernes, 6 de diciembre de 2019



…DE CUANDO FELIPE II VISITÓ LA MUY  ILUSTRE CIUDAD DE TORTOSA POR NAVIDAD…


NOTA.:
La línea histórica del relato  relacionada con la estancia de Felipe II en Tortosa procede del escrito de Henrique de Cock “Relación del viaje hecho por Felipe II, en 1585, á  Zaragoza, Barcelona y Valencia” del que hay una edición de Alfredo Morel-Fatio y Antonio Rodríguez Villa publicada por Sucesores de Rivadeneyra en 1876 que se puede leer en Google y también  resume don Enrique Bayerri y Bertomeu en el Tomo VIII de la Historia de Tortosa y su comarca  impreso por Algueró y Baiges en Tortosa, 1960, pp. 632/638. Más detalles sobre la vida y milagros de Henrique de Cock están en el estudio de 2011 titulado “Enrique Cock. Humanista, coreógrafo de Madrid, cronista de los archeros reales” del profesor de Investigación del CSIC Alfredo Alvar Ezquerra que también se puede leer en Google. El archero Cock, además de personaje histórico también actúa como personaje de ficción en mi relato, línea que iluminan con vista y oído Emili y Jordi y comparte Massana.

                                                          ***

Tortosa es una ciudad que tiene casi ochocientos hogares y ocho monasterios atendidos por ochenta y ocho eclesiásticos; viven aquí entre dos y cuatro mil personas según las cuentas de unos o de otros, si suman o no los sarracenos que viven a extramuros de la ciudad y si  tienen en cuenta los estragos de las plagas que asolan la ciudad de vez en cuando.

La peor vino  siempre de Barcelona, cuyos nobles mucho más poderosos que los nuestros se presentaban por aquí haciéndose regalar cuanto les apetecía, incluso doncellas vírgenes y animales, el aceite, las benditas alcachofas y el arroz, exigiendo alcabalas a contribuir con pellizcos. Los tortosinos adornan con crespones negros tales recuerdos en su memoria.

El peor fue Galcerán de Naves, Conseller en Cap que pretendió pasear Tortosa luciendo las insignias consulares de su oficio, pero no se lo permitieron y Galcerán, furioso, volvió a Barcelona, sacó la bandera de Santa Eulalia llamando a la guerra y al frente de seis mil soldados –dicen que pudieron ser menos—retornó a Tortosa con el propósito de acendrar su dignidad siendo colmado de presentes y honores -- tal aparece en las crónicas, sutil modo de ocultar que se llevó cuanto oro pudo apañar a cambio de la sangre que no derramó por no haber entrado a saco.

Por eso, y caminando por el tiempo a zancadas, cuando se supo que Don Felipe II vendría a Tortosa, la noticia convulsionó al vecindario, unos a favor porque se trataba de Su Majestad y otros en contra porque aún se recordaba a Galcerán el expoliador. Alguien reparó que cuando Don Felipe se presentó como Rey en Poblet no le abrieron las puertas, pero sí cuando, rectificando, dijo ser el Conde de Barcelona; de esto sabe mucho Don Francisco Oliver quien abrirá las suyas a Don Felipe porque ahora se hospedará en su palacio tortosí. Pese a éstos y otros tiquis y niquis, se emprenderán los preparativos necesarios.

Tortosa no tiene protocolos ni escenografía que orienten celebración tan importante como el arribo de un Rey. Se decidió seguir los consejos enviados desde la Corte e imitar lo acontecido en otras ciudades. Para la bienvenida se construirá un arco triunfal que el Rey atravesará al ser recibido; se embellecerán el puente y los edificios de la ribera; habrá procesiones de autoridades y dignidades que terminarán en bailes populares; no es tiempo de correr toros, pero se echarán fuegos artificiales.  Los vecinos contribuirán adornando los balcones con flores, banderas, tapices y leyendas extraídas del Llibre de les Costums. Así la hospitalidad del pueblo tortosino quedará por cima.

Viene D. Felipe de las Cortes de Monzón donde su hijo, también Felipe, prestó juramento como príncipe heredero. Después, el Rey ordenó que el viaje hacia Valencia se iniciase descendiendo por el Ebro. Al efecto embarcó en Mequinenza, descansó en Cherta y, después de comer, volvió a navegar. En Aldover catorce barcas engalanadas por los gremios tortosinos fueron a cumplimentar y escoltar a Su Majestad y su comitiva hasta llegar a Tortosa.

La música que viene de las barcas excita la curiosidad de los vecinos hacinados en ambas orillas pese al viento de poniente que les azota. Las piezas de artillería distribuidas por la ciudad también saludan a Su Majestad mientras un tortosino ingenioso, asegura que los cañones han provocado que  los peces del Ebro, velando por su propia seguridad,  se escurran hacia  el mar con propósito de no volver hasta que los recién llegados abandonen Tortosa.

Al atardecer del 18 de diciembre de 1585, festividad de Nuestra Señora de la O, el Rey ha puesto  pie en la escalinata que, desde el río, asciende al palacio de Francisco Oliver donde se hospedará como sabemos. Antes habrá recibido las llaves de la ciudad, el homenaje de la nobleza y autoridades que le aguardaban.

No le esperaban Emili Ceruero y Jordi Prades, chicos de quince y dieciséis primaveras que tienen  la ilusión de lograr pase a Castilla, llegar a Sevilla y embarcar hacia América, ilusión fecundada por un vecino de varios oficios con puesto junto a ellos en el mercado y que mantiene los ojos puestos en la Cestora de los muchachos, vaca de la que luego hablaremos.  El citado se llama Massana y le gustaría ser el rapabolsas más hábil y el alma más penca de la rufianía tortosina, pero sólo es secretario del recaudador municipal y, arbitrio que éste no toma para sus necesidades, Massana tampoco lo pasa al arca municipal. Es converso por temor a la hoguera, capaz de oír cien misas por el parecer y  disimular, pero  con los ojos puestos en los cepillos para ver quién da y quién no, porque sirve a sus negocios.

Por el lado bueno, a Massana le gusta contar historias americanas  y no duda en fabricarlas para  estimular las ambiciones de Jordi y Emili, que se quedan mudos cuando no pasmados escuchándole, crean o no lo que asegura, como al decir: “Allí el viento silba como nunca oímos en Tortosa y mira que es fuerte aquí cuando se impone. Las montañas como si anduvieran por las noches, pues,  cada amanecer parece que cambiaron de lugar.  Nunca sabes dónde estás porque jamás te cuadra la posición del sol o la luna. Ves como flotar la tierra en el aire, a los pájaros volar bajo ella mientras las serpientes se aventuran  más allá del cielo con sus alas gigantescas.” Otras veces, desvaría: “Los conquistadores hallaron lugares e islas llenas de amazonas que son verdaderas fieras para el hombre porque manejan con tino el arco y las flechas, pero los elementos parecen estar vivos y protegen a los jóvenes; el sol cegará a vuestros enemigos, amazonas, indios o animales, si os obligan a justas injustas. Y hay mil frutos más que aquí y al alcance de la mano; nunca el hambre angustiará vuestra andorga ni os impedirá la procura del oro.”

El huertillo junto al chamizo donde viven Jordi y Emily no siempre da lo suficiente para comer, de ahí  que en los días sin pitanza prevista, rapiñen al descuido alimentos en el mercado o alivien  verduras y frutos de algún huerto vecinal; cuando ni esto es posible, acuden a la sopa del Santísimo Sacramento. Por lo general se alimentan de  la Cestora y venden la leche sobrante en el mercado; ahorran cuanto pueden pensando que alguna vez les servirá  para alcanzar su sueño americano.

La historia de cómo Emili y Jordi se hicieron con la Cestora tiene su quid. Una tarde en la que un anciano contemplaba las obras de restauración de un boquete en la muralla, fue asaltado por un par de ladrones que pretendían hacerse con sus pertenencias mediando voces groseras y trompadas. Jordi -- alto, bien parecido y forzudo--  y Emili --espigado, de ojos vivísimos y fibroso--, merodeaban la misma tarde por allí  tratando de abatir pajarillos y coger frutas de un huerto que parecía desatendido, pero al observar la indefensión del anciano ni lo pensaron, corrieron en su defensa agitando varas,  blandiendo hondas y dando voces por si alguien más se avenía a ayudar.

El alboroto y la gresca permitieron al anciano  sacar su espada y, desde aquel punto y hora, la guerra fue otra. Pinchados, a palos y cantazos en órbita, los ladrones se atemorizaron y pensando que tras los chicos vendrían los padres y acaso los alguaciles,  echaron a correr como lagartijas.

Los chicos descansaban de la pelea sin mirar para el anciano cuando oyeron su voz.

--Chiquets, soy el Veguer de Tortosa, ¿A qué mercedes debo la vida y la bolsa?

La pregunta les sacudió como un trallazo. ¡El Veguer? Era para huir por los surcos como los pájaros volanderos, pero no se movieron hasta que Jordi, armado de valor, respondió.

--Somos los nietos de Piñana, el cazador de piratas.

--Ahora sé quiénes sois y en buena hora me hallasteis. ¿Eres también cazador? –Preguntó a Emili al  observar los gorriones que colgaban de su cinto-. ¿Y qué asoma de tu zurrón, naranjas? 

–A Jordi un color se le iba y otro se le venía--.¿Sabéis de quién es el huerto del que venís? -Y como ninguno de los dos  respondiera, desveló:

--Pues mío. Me dijo un payés que algunos chiquets suelen acamparlo, me avientan los tordos de los olivos y me cuidan los naranjos por nada. A eso venía yo también por estos pagos si os encontraba, a premiaros la dedicación; además, tengo una deuda con vosotros por lo de esta tarde que voy a satisfacer. Me acompañareis porque soy viejo y aprecio la vida que me habéis protegido.

El anciano les llevó a una masía cercana y les regaló una vaca no muy grande pero útil para muchas cosas y para que tuvieran una fuente de alimentación y de salud recomendándoles que, si  les sobraba leche, la vendieran para obtener dinero que les cubriera otras necesidades. Los chicos habían pasado un momento muy malo al saberse en presencia del Veguer, pero subieron al cielo cuando recibieron la recompensa que jamás habrían pensado obtener.

A Jordi y Emili la persona del Rey nada les dice, pero como son de juicio rápido, piensan que no habrá leche suficiente para Don Felipe y su comitiva en el pueblo. Por eso han hecho averiguaciones para saber si la demanda de leche puede beneficiarles, porque  el Veguer dijo que la Cestora es un ejemplar de l’Albera que sirve para muchas cosas y tiene una leche muy cremosa y densa, lo que ellos ya han comprobado porque algunos de sus clientes del mercado la estiman como la mejor que han bebido sin la menor duda, aunque  otros la prefieren para elaborar quesos y bizcochos de nata.    
   
Deciden consultar a Massana porque tiene puesto en el mercado –donde hace de escribano y prestamista-- en un lateral del pasadizo donde los chicos asientan  la Cestora, una banqueta y la cántara que sirve para el ordeño y  la venta de la leche. A Massana le bailan los ojos con la consulta, pero pide a los chicos que no se hagan ilusiones porque el señor Oliver sabrá proveer las necesidades de sus augustos huéspedes.  Pasa un rato arrascando sus cejas y mirando al vacío para, de súbito, decir que hay una solución que pasa por unos servidores del palacio, amigos suyos, que podrían colaborar mediando algunos arreglos.

Los chicos tienen que traer la vaca bien limpia a un establo de Massana próximo al palacio Oliver porque, si los amigos aceptan el negocio, conocedores de la cantidad de leche que necesitan, les resultará más fácil ordeñar la justa y llevarla a cocinas. Del dinero que se obtenga, los amigos del converso guardarán una parte para sí, otra servirá para cubrir el gasto de la hierba, el pasto y los forrajes del animal, una tercera compensará la mediación de Massana y el bruto restante para los dos muchachos que, además, se ahorrarán el cuidado general de la Cestora.

Ni entienden bien la propuesta de Massana ni les entusiasma lo que intuyen, pero como la alternativa son los cuartos escuálidos  que sacan del mercado,  aceptan, puesto que el negocio les permitirá unos días libres para hacer cuanto les venga en gana.

Y lo primero ha sido salir  afuera de  la muralla para rastrear objetos abandonados por los corsarios argelinos en sus razias sobre Tortosa y que no fueron tomados por los sarracenos que viven a extramuros. Están en ello cuando perciben con preocupación que se acerca un personaje cuya librea desde la gola a las calzas es de color amarillo con guardas de color carmesí, sin duda militar, alto de fachada que en seguida les pregunta:

--¿Qué hacéis por aquí?

--No mucho—responde Jordi--, buscamos cosas que los berberiscos pudieron olvidar y no se las quedaron esas gentes– Emili señala hacia las casuchas arracimadas junto a la muralla.

--¿Y quiénes son los que viven ahí?

--Sarracenos –respondió Emili- que vivían bajo la protección del ahora muerto Obispo de Tortosa.

--Y decidme, por favor, ¿son muchos¿ ¿Influyen en el número de habitantes de la ciudad? Porque en Cataluña quedaron pocos mahometanos. Y, ¿podéis decirme, cuántos moradores tiene Tortosa?

Emili mueve los hombros, pero Jordi dice con suficiencia:

--Muchos, pero no tantos como aseguran los que leen porque, dependiendo de quién pregunta, suman o no los habitantes cristianos con los que no lo son. Y perdone, ¿por qué pregunta estas cosas?

El soldado se echó a reír mirando al cielo, estirando, arrugando el cuerpo y poniendo las manos sobre los muslos.

--Tenéis razón --dijo más calmado--; no me he presentado. Me llamo Henrique de Cock y soy archero de la Guardia Real aunque mi verdadero oficio es el de cronista y ahora escribo una relación del actual viaje de Su Majestad  a Barcelona, Zaragoza y Valencia. Nací en Gorkum en la Batavia de donde hui porque era católico y nos perseguían; estuve en Roma y ahora, ¡Laudes España!  Circulo por la ciudad para servir al Rey enterándome de cuanto le interesa y las cuestiones de población le apasionan.

Los chicos se quedan algo sorprendidos, pero cavilando sobre  si algún beneficio de presente o de futuro pudiera venir del encuentro con el archero Cock, deciden allanarse a cualquier pregunta que les haga. 

--¿Sabéis que en 1530 se hizo un recuento de los habitantes de España calculándose en 4.700.000? – Cock ha preguntado  con una sonrisa mientras los chicos   ponen cara de ignorantes.-- Lo difícil es repartir esa cifra y tratar de entender, por ejemplo, por qué Barcelona ha crecido tan poco pese a las afluencias de  franceses no hace mucho.

--Eso es verdad –casi gritó un Emili exaltado-. Nuestro abuelo nos contó que cuando era calderero en Calamocha allí llegaron muchos franceses como también vinieron por estas tierras y no pocos se casaron y se quedaron a vivir acá, especialmente los que eran mozos.

--Sin embargo –replicó  Cock— la población de Cataluña no creció demasiado salvo en los territorios rurales. Las poblaciones grandes que sobrepasan los  1.000 habitantes apenas son Barcelona, Gerona, Lérida, Perpiñán, Tortosa y Tarragona; claro, vecinos y alguaciles multiplican muchas veces su población si conviene.

--¿Y se tienen en cuenta los partos? – Insinúa Jordi—Porque hay muchos y los viudos se casan por segunda y hasta por tercera vez, ¿no Emili?—Cock sonríe y dice:

--Seguro que la mitad de los críos mueren y  no hay más de dos hijos por casa salvo si acogen huérfanos de parientes. Y lo de morir cunde a todos por causa de las malas cosechas, la peste, el tifus, el paludismo, la difteria, la viruela… Y los niños mueren más por motivos del parto, las deficiencias alimenticias, la higiene o los problemas del destete. Bueno, ya que os veo puestos, ¿con quién vivís vosotros?

Entonces Jordi y Emili le relatan su existencia poniendo el acento en sus planes de ir a América, pero lo que suscita el interés de Cock es saber que viven solos y sin más familia que la Cestora. Mientras hablan suenen pífanos en la lejanía a los que el arquero presta oído para seguidamente decir:

--Tengo que regresar y vosotros no  debéis perderos los festejos que hoy y mañana se harán en honor del Rey. –Se dispone a marchar, pero se vuelve y añade— Si queréis ir pronto a América, pensad si os interesaría convertiros en grumetes de carabela. Por acá tiene que haber  buenos marinos que podrían explicaros el oficio; me parecéis  aspirantes ideales; estáis en la edad, sobre todo el pequeño.-- Y se aleja con paso rápido hasta perderse por una de las puertas de la muralla.

Por la misma entran Emili y Jordi encontrando un  gentío por plazas, calles y en los balcones. Las nubecillas de la mañana han desaparecido hacia el sur y el día resplandece. El ruido de los tambores, dispersos de una a otra parte de la Ciudad tapona las orejas de los vecinos, especialmente de quienes moran en las callejuelas estrechas.

Un amigo trolero dice a Jordi que han puesto un arco triunfal en el  Portal del Romero, pero es falso y los chicos prefirieren correr para disfrutar de las luminarias y fuegos de artificio que acompañan a los gigantes y cabezudos. Otro conocido les cuenta que el mentado arco de triunfo existió y aguardaba al Rey a la entrada del palacio Oliver; tenía un arco florido en cuya cúspide aparecía una reproducción del Santo Ángel, patrón de Tortosa, que descendía por cordeles portando las llaves de la Ciudad que el Veguer  entregaba a Don Felipe. No era un arco como los de Pompeyo Leoni, pero el suceso fue del agrado del Rey dejando muy satisfechos a las otras autoridades y dignidades presentes.

Los chicos han decidido ir al río, pues, las barcas que el día anterior recibieron al Rey vuelven al Ebro; unas irán llenas de tamboreros que batirán ritmos de fiesta y otras de arcabuceros que dispararán sin pausa, llenando el río de humo.

El viernes 20 de diciembre después de comer,  los oficios mecánicos exhiben danzas en dos tablados engalanados lujosamente y dispuestos a cada lado de la puerta central del palacio Oliver. Los músicos soplan la gralla, el tible o tiple y el flabiol acompañados por el sac de gemes o cornamusa  que es la gaita típica de Cataluña.    El flabiol da pie a la sardana corta que se baila y participa de manera enardecida por los vecinos porque la sardana fue prohibida por deshonesta en Olot en el año 1552, pero nunca en Tortosa. El fabliolaire resulta el protagonista por su habilidad  para  soplar y manejar el flabiol con la mano izquierda, que además sostiene el tamborí o timbal, mientras con la derecha golpea el citado tamborí  marcando el ritmo.

Los de la comitiva real se admiran de los sonidos que producen los instrumentos catalanes, desconocidos para la mayoría y se sorprenden de lo bien que se acompasan los bailarines; algunas damas desearían bajar y bailar si la rigidez de la Corte no lo prohibiese. Continúan observando el baile de bastones y el cercaviles o pasacalles.

El pueblo se enciende cuando ven al Rey, la infanta Isabel y el príncipe Felipe salir al balcón y los presentes corean a Sus Altezas cuando dan unos pasos de baile con verdadera gracia, mientras  una dama acerca un pastisset a Su Majestad que lo acepta de buen grado. Don Felipe se quita el guante negro de su mano derecha y con el pico de tres dedos delgadísimos, coge el dulce que es de Bitem;  los ojos de casi todos los presentes se congregan en la boca del Rey;  los de Emili, que jamás ha visto un pastisset tan grande y hermoso, parecen  polluelos disparándose del nido. Cuando se abren los labios reales,  asoma una fila ordenadísima de dientes níveos durante unos segundos para, de pronto,  ponerse a mordisquear la trencilla de los bordes del pastisset y luego tajar la piel como de abuelo payés que esconde un panal de cabello de ángel.

El sábado 21, festividad de Santo Tomé apóstol, parece que Don Felipe ha oído misa en el oratorio del palacio Oliver con su familia. Asistir a misa nunca estuvo en la intención de Emili y Jordi cuando, callejeando, han sido asaltados, si puede decirse así, por un Massana que bambolea ante sus narices una bolsita con algunas monedas.

--Las contaréis y observad que estoy estirando a favor vuestro la parte del negocio que os corresponde. Sólo han pasado tres días, para el negocio dos y hay muchísima competencia, pero la calidad de vuestra leche ha sido apreciada en palacio como muy conveniente para el príncipe niño.

Emili, tras contar las monedas, pone mala cara y no se contiene al decir:

--Esto y algo más sacábamos del mercado en un día.  

Massana, baja la cabeza y la arrima hacia ellos empequeñeciendo los ojos y musitando:

--Tened paciencia, que Don Felipe continuará algunos días más en Tortosa y estamos al punto de la Navidad.

Con semblantes mohínos los dos muchachos se van a comer y, después, a coger sitio en la ribera para presenciar los juegos de guerra anunciados. 

Al propósito,  se han construido una torre con maderas y tablas pintadas. Para defenderla y asaltarla se han formado dos partidas de pescadores: una reúne a los defensores que hacen de moros y la otra congrega a los cristianos que cercarán la torre desde el Ebro. Comenzada la batalla se suceden ataques viriles y defensas numantinas, en ocasiones se llega al cuerpo a cuerpo y se rifan insultos e incluso algunos puñetazos. Al atardecer  los cristianos toman la torre y llevan  presos a los moros hasta las puertas del palacio Oliver entre grandes aplausos y algazara.

Llega el día de la Navidad sin que Jordi y Emili tengan rastro de Massana por lo que se sienten muy molestos y decididos a saber qué sucede con la Cestora. Han ido al corral donde se supone que Massana la guarda y cuida. Saltan la verja porque no encuentran entrada practicable y buscan en el establo donde, para enorme sorpresa suya, no hay ni rastro de la Cestora. Se quedan parados y confundidos mientras un río de rabia crece por sus cuerpos. Después de pensarlo,  saltan la verja de nuevo y con paso decidido se dirigen al palacio Oliver donde preguntan por Henrique de Cock quien, llegado a su altura, les reconoce y saluda amistosamente. Le ponen al día del negocio que Massana les propuso y el chasco que han sufrido ante la aparente desaparición de la vaca. Entonces Cock les dice que aguarden mientras indaga entre los sirvientes de palacio que conocen a Massana y las personas que han intervenido en los pagos de la leche. Al rato vuelve  con el rostro serio.

--Ha surgido un problema, pero debéis prometerme que jamás lo compartiréis con nadie, ¿entendido? --Los chicos asienten repetidamente con la cabeza y Cock prosigue.-- El príncipe Felipe ha enfermado y los médicos han querido conocer qué alimentos se le han servido durante estos días. Tras sus pesquisas acordaron que la leche originó el absceso del niño. Entonces los galenos decidieron observar las vacas que le alimentaron mandando traerlas a su presencia, ordeñarlas y probarlas  delante de ellos; han  llegado a la conclusión de que el mal proviene de la Cestora, no porque su leche sea mala sino porque es muy grasa y aunque le gustaba al príncipe, no le sentó bien, estriñéndolo y propiciando otro mal del que no puedo informaros. Vuestra vaca está aún en el establo de palacio porque después de la investigación, Massana propuso que si la leche  no sirve, siendo un animal pequeño,  pero lustroso de carnes, bien puede servir de manjar si los dueños aceden a ello.

Jordi y Emili se han llevado las manos a la cabeza mientras oyen al archero y el primero estalla:

--¡Cuando menos la deja en palacio para no pagar el mantenimiento! ¡Massana no se saldrá con su plan de ninguna de las maneras! Ni siquiera ha terminado de hacernos las cuentas y ahora quiere beneficiarse de nuestra única fortuna. Está muy equivocado, ¿sería posible que la Cestora se venga con nosotros ahora mismo?

Cock dice que lo preguntará. Un tiempo después regresa sonriendo.

--Chicos, podéis llevaros el animal. Confirmé que sois los dueños y como los supuestos amigos de Massana no quieren verse envueltos en ningún lío, os la devuelven; además me han dado esta bolsa de monedas que Massana no  recogió aún.

Jordi y Emili  han saltado de alegría y agradecimiento atreviéndose a abrazar al amigo que ha resuelto sus problemas. Recogen la Cestora y se dirigen a casa más contentos que nunca porque al abrir la bolsa de las monedas aparece un doblón de oro que, posiblemente, Cock deslizó distraídamente…

El día de Navidad Su Majestad ha ido a la catedral para oír misa y contemplar las reliquias de los Santos que se guardan en Tortosa deteniéndose ante  la Cinta, reverenciada en la ciudad, porque la Virgen se la dejó a un sacerdote tortosino.

El día 26 no se ha visto ni al Rey ni a sus hijos aunque se ha formado  bullicio a las puertas del palacio Oliver al pasar un dragón llamado Cucafera que echa llamas y vaporea humos hacia los diablos que danzan en su entorno. Más tarde han desfilado las cofradías con sus pendones e imágenes y después los canónigos y clérigos entonando un Te Deum. El príncipe Felipe, visiblemente pálido,  ha salido al balcón para saludarles.

Al día siguiente el Rey con sus hijos y algunas damas montaron en una barca bien adornada  y fueron río arriba para visitar la casa que el fallecido obispo D. Juan Izquierdo ha dejado en herencia al colegio de Santo Domingo. De regreso y desde el balcón principal del palacio Oliver, el Rey ha presidido el desfile espectacular dado por los 50 caballos húngaros, coches y palafreneros del mismo país, que su tío el Emperador de Roma envió a Don Felipe II y llegados antes de que Su Majestad desembarcara en Tortosa.

La vecindad tortosina ha podido contemplar con largueza y sosegadamente al Rey. Su vestido, el de sus hijos y el de los miembros de la comitiva real personifican los ideales de la doctrina de Trento. El porte de Don Felipe trasluce una imagen de invisibilidad a causa del color negro de su vestimenta, el aire sombrío, y el conducirse siempre con seriedad. Ni la gorguera del cuello ofrece una nota de color. En la vestimenta de las damas ha desaparecido toda estela de sexualidad; usan tablillas para ocultar el busto y verdugados o armazones de madera arropados por enaguas que parecen obedecer a la no hace mucho rehecha Guía de pecadores de Fray Luis de Granada.

Tampoco se hizo nada importante el 28 de diciembre, que no es festivo en Tortosa, bien que los acompañantes del Rey aventuraban que saldrían dos días después para Valencia al ver la llegada de carros y acémilas para el transporte. Sin embargo, el domingo 29 pasaba sin gloria cuando llegó la noticia del fallecimiento de doña Francisca Manrique, hija del conde de Paredes y dama de palacio, y se vio al Rey y su comitiva asistiendo a un buen número de misas y otros actos religiosos hasta finar el día.

El 30 de diciembre hubo justas en el Ebro a pesar de que se multiplicaban los resfriados a causa de un tiempo muy frío y desapacible. Los pescadores habían elegido una docena de campeadores que combatirán con los puños entre sí eliminándose si caen de la barca al agua. Se pensaba que estarían motivados por los premios, en verdad cuantiosos, mas lo cierto es que tanto los contendientes  que han caído  como los triunfadores –obviando recoger premio alguno--,  salían del agua y ponían pie en la ribera para correr al abrigo de sus casas.

Ajenos a lo relatado  Jordi y Emili han vivido el encuentro deseado con Massana quien ha tratado de esquivarlos hasta que le arrinconaron contra una pared. Massana, creyendo que no existe mejor defensa que un buen ataque, les dice:

--Ya sé que os llevasteis a Cestora y un dinero; por cierto, me debéis plata por mi parte en el negocio.

--¡Qué te debemos? –Pregunta Jordi levantando un puño cerca de su cara y añadiendo-- ¡No sólo no te debemos nada sino que estamos pensando en llevarte ante el Veguer por tus componendas para negociar la Cestora como carne!

Asustado por la actitud de los muchachos y temiendo lo que Jordi acaba de decir, trata de salir por la tangente:

--Si no queréis darme nada, pues estará bien, pero no volváis a pedirme que fragüe negocios con vosotros.

--Ya, –le corta Emili-- porque menos mal que los negocios principales cayeron en manos de los banqueros que si pierden el equilibrio y dan en tus manos, Tortosa entera pediría licencia para marchar a América.  Y aún nos tienes que indemnizar.

Esta amenaza convence a Massana que lo mejor es desaparecer hacia su casa. Los chicos prorrumpen en carcajadas, pero no se disponen a seguirle porque ven acercarse a Cock haciendo señales de querer hablarles.

--Tenéis que aclararme algo que nos ha tenido llenos de asombro en palacio, la razón de que no hubiera pescado en el mercado estando Tortosa a un paso del mar mientras tuvimos tantísimo en Zaragoza y Monzón.

Jordi y Emili ríen a carcajadas hasta que Jordi responde:

--Dicen que los peces escaparon al mar por culpa de los arcabuceros de las barcas y los humos del río.

--Bueno, ya importa poco. —Responde el arquero riendo--. Vengo también a despedirme porque salgo mañana hacia Valencia.

Observando la tristeza que emergía en los chicos, alzo las manos para dejarlas caer en abrazos afectuosos antes de marchar.

Nada sucedió el último día de diciembre digno de contar. Si el Año Nuevo se celebró, quedó en secreto de palacio. El 2 de enero ya no estorbaba la enfermedad del príncipe porque fue sangrado y purgado por los galenos. Al día siguiente, viernes,  el Rey abandonó Tortosa con gran gozo de su comitiva y no menor de los comerciantes del lugar; cruzaron el puente y se fueron cuatro leguas camino de Ulldecona, villa de cuatrocientos vecinos no lejos del mar con un castillo recio, donde permanecieron hasta el día de Reyes.



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