sábado, 7 de septiembre de 2019



El vagabundo del Castañar


Cuando la noticia saltó del Heraldo del Bierzo a los teletipos, “Vagabundo rechaza una fortuna de 20.000 € en Vilela”, provocó un clamor atizado por la prensa y la estación de Lebico se inundó de viajeros impacientes por escudriñar al personaje o convencerle de que les cediese la fortuna que rechazaba. 

Jamás vino tanta gente a Vilela desde que el Papa hizo noche al escacharrarse el utilitario que le llevaba a Santiago, o cuando el cerdo Periquín mordió la pantorrilla del presidente del gobierno; el hombre venía aquí a celebrar el centenario provincial de su partido en el mesón de El Castro y, sintiendo la necesidad de aliviarse y ante la cola que le precedía para acceder al urinario, optó por la cuadra del mesón; se puso a la faena sin notar la presencia del gorrino al que irrigó lo que se dice bien, encolerizando al marrano y originando que le arremetiera y causara una herida abierta con desgarro cercano a la arteria femoral. Sucesos que, cada uno en su día, generaron sorpresa y asombro en la población, liquidaron siestas y multiplicaron cuchicheos en las noches veraniegas de nuestros paisanos.

Volviendo a la noticia del día, los gacetilleros escribieron… “Dicen que a José le dieron ganas de coger la fortuna y echarse para atrás”, pero quienes le conocen pontificaban lo contrario: “No le han calado. Es de una pieza y el más cazurro de los leoneses.”  El jefe de la policía municipal le tenía filia y le aconsejaba: “José, eres rico y ya no puedes andar por los caminos del Bierzo así como así”. Y él preguntaba: “¿Qué quieres decir?”, respondiendo el otro: “Ahora vales 20.000 € y te pueden asaltar. Lo digo por tu bien.” José permanecía mudo un momento y replicaba: “Pues, por eso justamente no quiero tener nada y que se sepa, para que nadie la tenga conmigo.” El policía insistía: “No te creerán.”

Para alejarse de Vilela había que adentrarse por un sendero en dirección a un bosque denso conocido como el Castañar que se alineaba un trecho con la carretera de Toral y por el lado opuesto con meandros del Burbia, para abrirse luego hacia un horizonte extenso que en otro tiempo constituyó refugio de bandidos y cazadores furtivos, hoy amparando a gentes que huyen, van de paso o son hombres solitarios como José.

Se decía en Vilela que José tenía una cabaña en el Castañar y la visitaba con frecuencia. El caso era cuchichear cosas que nadie sabía de él, pero las imaginaban por esto o lo otro y llegaban a concluir: “Siempre se puede llevar un gazapo a la cazuela y servirse los frutos de alguna morera negra o de algún cerezo de los que crecen solitarios por allí”, decían. Y abierta la imaginación se entretenían con cien fantasías que les servía el ingenio. El más avispado decía que había visto la cabaña en una de sus cacerías y le parecía una choza de tres metros de altura con tejado de pizarra. Y se sumaba presto un sagaz que criticaba su tamaño, pues, elevando la alzada a los 4 metros creía que no era lugar para vivir porque no superaba los 4 x 7 metros cumplidos en el interior.

Si las inventivas llegaban a José se partía de la risa. Nadie como él sabía que la cabaña era distinta a como la pintaban, que  sus maderos procedían de los castaños, tejos, nogales y robles del bosque y sus ensambladuras eran de caja y espiga con clavijas de madera porque nunca usó clavos ni tornillos. Y no era grande ni espaciosa ni alta para no competir con la naturaleza.

Para eso estaban el Castañar de Villar de Acero y el admirado O Campano, castaño cuyo perímetro alcanzaba los 16 metros elevándose más de treinta sobre el suelo con cinco brazos de  más de dos metros de diámetro y una antigüedad estimada en unos 800 años… José lo sabía todo del Bierzo y lo amaba y nada ni nadie había logrado superar ese amor, por eso también había renunciado a la herencia de su pariente indiano y le importaba un comino que despreciaran su cabaña donde tenía lo justo que debía tener, algo de leña para la cocina, utensilios para guisar y comer,  y un catre para dormir.

Tenía al regazo algunas de las cartas recibidas con motivo de su renuncia porque lo pasaba bien leyéndolas. Alcanzó una dirigida “Al hombre del bosque, Vilela” y decía: “Me voy a casar muy pronto y su dinero me vendría oportuno. Por cuestiones fiscales, gírelo a nombre de Marcial Valiente que es uno de los hijos que ya tenemos y convendría que fuese pronto”. Uno de Cuenca le escribía: “Mándeme un cheque en el sobre adjunto. Le enviaré un cartón de sus cigarrillos preferidos si me confía su marca favorita.” Un burgalés le felicitaba: “Admiro su decisión. Tengo tres empleos y gano al año cantidad parecida a la que usted rehúsa para sostener una familia de cinco hijos, una mujer y un cuñado ocupa. Quizá me vaya a vivir algún día con usted.” Y un madrileño aconsejaba: “Acepte el dinero en papel moneda. Vaya a una gasolinera y gaste unos euros en comprar gasolina, rocíe con ella el resto de los billetes y préndales fuego” José pensó que es lo que debería hacer mientras jugueteaba con una ardilla acercándola nueces.

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