lunes, 19 de noviembre de 2018


CUENTOS TEJANOS (Cont.)

UN DOMINGO CON MI NOVIO TOM

Para Violeta y Antonio Núñez

Mamá siempre estuvo preocupada por el novio que me echaría, pero en cuanto conoció a Tom, dijo: “Hija, ¡menudo regalo del cielo!”.

Tom nació en Waco y es hijo de Lisa y de Alvin Sanders, ganaderos riquísimos. Le conocí en una clase de biología, aquí, en la Universidad de Texas en Austin. De Tom me gustan sus ojos, siempre tan particulares; mamá dice que Tom sufre de estrabismo, pero no lo creo. Tom tiene unos ojos muy grandes, casi tanto como sus lentes, de ahí que tenga ese aire de despiste. Además, a mí me encantan los hombres despistados. Mi instinto me dice que son fáciles de llevar. Vive en un apartamento de Leon Street. Yo le visito con frecuencia y, después de lo nuestro, le lavo los platos y los vasos –siempre hay más vasos que lavar—y le recojo las ropas y los zapatos. Mientras tanto, Tom me hace los deberes de biología; la biología siempre ha sido una ciencia indescifrable para mí.

Hoy tuve un domingo muy divertido con Tom. Mamá se va a reír mucho cuando le cuente las cosas que nos pasaron. Es que Tom le divierte cantidad; dice que soy afortunada por ser la novia de un chico tan rico y peculiar.

A Tom le gusta ir de pesca los domingos, así que esta mañana le llamé para hacer planes. El pobrecito tenía una resaca tremenda. Anoche bebió demasiado en casa de Marilyn, se sobrepasó bastante, pero como es torpón, le quite las lentes y no sucedió nada importante. Me preguntó si para la pesca llevaba caña para mí y le dije que no porque debía leer una novela francesa pesadísima; se trata de una tía que le pone los cuernos a su marido; Madame Bovary se llama; mi profesor de francés dice que es una novela fantástica, pero a mí me parece muy anticuada.

Fui a buscar a Tom, porque tengo su coche; con lo despiste que es, resulta peligroso que conduzca. Por otra parte, un chico sin coche es un chico con las alas cortadas. Yo le traigo y le llevo y así todo es más seguro.

Parece que después de llamarle por teléfono se echó otra vez a dormir. Al juntarnos logré sentarle a la mesita de trabajo, pero me dijo que primero quería estudiar su lección. Se puso unos guantes de goma y sacó un envoltorio de un cajón. Al desliarlo se esparció un olorcito a formol por todo el cuarto. El feto de cochinillo me recordó a los bebés. Le pregunté qué iba a hacer y me respondió que iba a investigar si, como se atribuye a Buffon, los cochinillos, puestos en pie, tienen dedos en las pezuñas que llegan al suelo, pero no les sirven para caminar como ocurre con otros animales. Para demostrármelo puso al animalito de pie. Yo no entiendo mucho, pero me parece que si el cochinillo no hubiese estado muerto, hubiese caminado con los dedos de sus pezuñas de todas todas.

Tom tenía abierto el libro de biología y me leyó un párrafo. Parece que, el Buffon ese, había llegado a la conclusión de que los cerdos de hoy habían evolucionado mucho respecto de sus antepasados remotos, por lo cual, todos los cochinillos del día tienen uñas que llegan hasta el suelo. De pronto Tom se enfureció y dijo que los científicos eran unos embaucadores que primero te hacían creer una cosa y después la contraria. ¡No hubo manera! Siempre le he dicho a Tom que las teorías hay que leerlas enteras y no asumirlas por la lectura de un par de párrafos, pero nunca he podido convencerlo. Mi novio es así.

Lo que más me interesó de todo aquello es que la trufa, la preciosísima trufa que mamá emplea para hacer paté de foie, además de pertenecer a la familia de los hongos ascomicetes –de los que, según Tom, salen la penicilina y otros antibióticos—crece bajo el suelo y los perros, las cabras y los cerdos bien entrenados pueden localizarla mediante el olfato. El día que me case con Tom, adiestraremos unos cuantos chanchos y les pondremos a buscar trufas por el rancho. Las trufas son carísimas y nos haremos muy ricos. Mi mamá siempre ha dicho que soy muy lista para los negocios.

Mientras yo leía, Tom hincaba su bisturí en el cochinillo. Cortó, extrajo complejos nerviosos, órganos... También leía y estudiaba víscera en mano. Cuando terminó, apañó los restos descuartizados y fue a depositarlos en el basurero. Entonces me di cuenta que le seguía un duelo de moscas y mosquitos de vuelo lento y dormilón.

Por fin logré que Tom se pusiera con mi experimento. Mi profesor me había dado una rana y quería que escribiese un trabajo exponiendo mis observaciones sobre los movimientos y reacciones del batracio. A mí, que me asignara la rana, me supo muy mal, porque ¿hay bicho más asqueroso? Mamá me tiene dicho que las ranas son los peores enemigos de las mujeres por los sustos que ocasionan. No sé bien lo que quiso decir; antes yo creía que los ratones eran nuestros enemigos naturales, pero mamá siempre tiene razón.

Tom tenía la rana en un cajón de su pupitre y al abrirlo, la rana pegó un salto enorme hasta el sofá donde yo estaba lo que me obligó a pegar otro salto muy asustada. Cuantas veces Tom la atrapaba otras tantas se le escapaba. Seguí muy atemorizada hasta que Tom se hizo con una cuchilla de afeitar de doble filo y en uno de sus aproximaciones cercenó una de sus ancas de un tajo. Que si quieres; la rana seguía saltando. Tom cortó otra anca y por fin el bichito dejó de imitar a las pulgas.

Recuperada del susto, cavilé que Tom lo había hecho muy mal y me enfurecí con él; la rana ya no servía para el experimento y, como era domingo, no podíamos procurarnos otra del laboratorio. Tom se excitó mucho con mis gritos; cogió la rana, la puso sobre el escritorio mirando hacia él y, como si fuera un crío, se puso a exigirla que saltara y saltara. La rana croaba y croaba y nos miraba con una rara palpitación en los ojos mientras un hilito sanguinolento que procedía de sus muñones echaba a perder los papeles de Tom. Entonces mi novio se puso a reír y me dijo que no me preocupara, que se le había ocurrido una gran idea y que el experimento todavía se podía realizar.

Acongojadísima vi que Tom cortaba las otras dos extremidades del pobre bicho que quedó aplanado como una de esas conchas que Tom y yo coleccionamos cuando vamos a la playa de la isla de Corpus Christi en el Golfo de Méjico. Luego mi novio escribió mucho sobre un papel limpio y terminó con esta conclusión: “Cuando la rana pierde un anca, salta de costado, lo que revela afinidad con los tigres; si pierde dos ancas trata de gatear, lo que indica aminoración de su poderío motriz y afinidad instintiva con los renacuajos. Si pierde todas las extremidades, se queda sorda”. Le pregunté que como sabía lo de la sordera y me respondió: “Anda, pídele que salte” Así lo hice: “Pues es verdad, no salta” le dije, y me pareció que el experimento, pese a resultar algo sangriento y absurdo, podría presentarse. A fin de cuentas, el profesor no había explicado nada sobre la sordera de las ranas en clase.

Por la tarde fuimos al embalse de Buchanan. A mí me encanta visitar nuestros lagos tejanos. En Minessota presumen mucho, pero Texas es el estado con más agua interior de los Estados Unidos. Tom estuvo pescando y yo leyendo los correveidiles de la cursi Madame Bovary, hasta que me harté y saque el otro libro que había traído, “Sexo en el campus”, éste sí de veras interesante.

Al caer la tarde noté que la barca se movía un horror; era Tom que volvía a ponerse excitadísimo. Durante el día no había pescado nada, pero ahora los peces se le venían encima. Tanto movimiento me impedía enterarme de las trapacerías de mis compañeras de universidad. Tumbada, con la cabeza pegada a la quilla de la barca, empecé a aburrirme hasta que observé el vuelo feísimo de los zopilotes y me entró miedo... Mamá me tiene dicho que estando de novios, las barcas son un dormitorio sin puerta de escape. Sin embargo, yo tenía más miedo de los zopilotes que de Tom; por si las moscas, sería bueno ir marchando para Austin, pues aún existían otros dos obstáculos, coche y camino. Tom se contrarió, pero como es de buen pasar, recogió los aparejos, puso el pescado en la cesta y luego me dijo: “Espera a que haga una cruz en el fondo de la barca para saber el sitio donde debo pescar el domingo que viene; aquí los peces se me dan muy bien.”

No es que mi novio sea bobo; es simplemente que debió tomar mucho sol. Pero hizo lo que dijo. Sacó un lápiz no sé de dónde y dibujó una cruz en el fondo de la barca.

Austin, visto desde la lejanía, es muy bonito. La torre de la Universidad, el Capitolio y unos cuantos edificios altos me hacen pensar que no hay motivo de ir a Chicago o Nueva York para ver una piña de lindos rascacielos. Y aquí todo el aire es limpio y el sol siempre está hinchado como un globo enorme, poniéndolo todo rojísimo al atardecer.

Tom quería que fuésemos a comer los peces a su apartamento, pero dada la experiencia de la noche anterior y como la primavera le está entrando muy fuerte, le dije que me apetecía más una pizza. Dijo que bueno y me llevó a una pizzería que hay en Guadalupe Street. Pidió una de las grandes y cuando el empleado le preguntó si la partía en cuatro o en ocho pedazos, respondió: “En cuatro, porque de lo contrario no podremos comerlos todos”. Le expliqué que la pizza no crecía y que era más fácil comerla en trozos pequeños, pero no pude convencerlo. En el fondo, Tom tiene un espléndido sentido del humor. Papá no, pero mamá se divierte muchísimo con las cosas que le cuento de él, y hoy ha sido un día primoroso.

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