domingo, 15 de enero de 2017



La Iª Guerra Mundial de John Dos Passos,
La iniciación de un hombre, 1917[i]

Corrían los primeros años del siglo pasado. El joven John Dos Passos (1896/1970) tenía dos pasiones, la arquitectura y la pintura; cultivó la primera en sus estudios y en sus viajes –varios a España-- trabajaría la pintura –en especial la acuarela-- hasta el final de sus días; ambas tuvieron influencia en su literatura.

Estudio arquitectura en la Universidad de Harvard graduándose en 1916. Siguiendo la costumbre escolar de buscar experiencias al finalizar los estudios, quiso apuntarse al servicio de ambulancias de la Iª Gran Guerra. La muerte de su madre, persona amada y clave en su vida, le asoló;  su padre, un ser distante que había rechazado su disposición a servir en la guerra, murió meses después de la madre en 1917. El suceso permitió a John unirse al Norton-Harjes Ambulance Group. De sus experiencias en Francia –y también en Italia-- resultaría la novela autobiográfica La iniciación de un hombre, 1917 (One Man’s Initiation, 1917) que vamos a comentar.

Un buque zarpa de un muelle neoyorquino entre el revoloteo de pañuelos, aires hawaianos, la sirena silbando agudos. El narrador inicia su trabajo acoplando la historia al punto de vista del personaje Martin Howe que va de pie en la popa. Martin y sus conmilitones de viaje pertenecen a la edad del Jazz, según el escritor Scott Fitzgerald, jóvenes que carecen de pasado, parecen no tener futuro y aprecian vivir en una fiesta inagotable; no representan nada, pero gustan de adquirir experiencias extremas. Se han apuntado a la guerra sin idea de lo que representa -- es “una ocasión que nadie debe perderse” afirmaría uno de los personajes de Faulkner.

En las primeras páginas asistimos a la reunión que transcurre en el salón de fumar del buque; la atmósfera es de total despreocupación: “El humo del tabaco y el olor a cerveza y champaña espesan el ambiente(p.9). Los jóvenes celebran y parecen felices, confiados y dispuestos a acabar con los alemanes; el icono del Tío Sam se impone en algunas de sus canciones, otras se dirigen  contra  el kaiser Bill (el emperador alemán).

Hablamos de una novela que suma narraciones episódicas, modalidad criticada en USA --pero excelente en mi opinión-- para reflejar primeras impresiones sobre la experiencia caótica de la guerra donde los sucesos son continuos aunque diversos y tienen una naturaleza inesperada. Además,  la novela guarda un cierto orden: se parte para la guerra en verano y concluye en el otoño; se estructura en capítulos y estos en cuadros creados por un artista de pincel y pluma aunque no siempre ligados salvo en lo principal: se trata  de la 1ª Gran Guerra y por ella corre el conductor de una ambulancia captando sensaciones, mayormente tragedias y minutos de coñac, champaña y amistosas charlas con otros combatientes.

El lector enfrenta un aluvión de imágenes desde el comienzo: “Amarillos-rosáceos y púrpura-amarillentos, los edificios de Nueva York se aglutinan formando una pirámide  que se eleva por encima de oscuras manchas de humo que flotan en el agua(p.8); se formarán ramilletes de diversas tonalidades mutando en colores y palabras descriptivas. Welford Dunaway Taylor de la Universidad de Richmond[ii] escribió que para Dos Passos era tan natural expresarse pintando acuarelas como con las palabras porque eran su medio de expresión natural. Usaba las técnicas modernistas y la influencia de las cubistas se puso de manifiesto al escribir Manhattan Transfer o la trilogía USA. El Dr. Taylor recordó que la combinación pluma/pincel no era ajena a su generación como lo atestiguan las obras de Sherwood Anderson  y de Faulkner.

Martin es un personaje para quien ni el pasado ni el futuro representan nada; carece de sentimientos hacia su hogar y de prejuicios hacia la guerra, si bien, va a someterse a experiencias radicales. El y los demás jóvenes del barco revelan una situación parecida a la de Ulises: vivirán su aventura sabiendo que algún día desean regresar,  pero… ¿triunfantes como el héroe clásico?

El grupo que parte feliz de Nueva York, en cierto momento escucha palabras maléficas que alteran ligeramente su estado de ánimo: el gas --“Te corroe los pulmones como si estuviesen podridos dentro de un cadáver (p.11)—, palabra conjurada por otra contundente: el odio al enemigo: “Siempre he sentido odio por los alemanes, su lengua, su país, todo lo que se refiere a ellos(p.12) dice alguno mientras  Martin, reflexivo,  se pregunta “si será todo verdad (p. 12).

Llegados a Burdeos continúa el ambiente de fiesta y las preocupaciones se circunscriben a las  bebidas y a las mujeres. Una presentación bucólica de la naturaleza no tardará en mudar. Los recién llegados no esperan que el porvenir sea de rosas. En el ambiente empieza a crecer la inquietud motivada por los aviones de los boches, tan temidos por los conductores de ambulancias. Martin  observa un  desfile sobre el barro; los rostros de los soldados son como de niños “tiernos y sonrosados(p.29). La mujer de un maestro comentará después: “¡Oh los pobres muchachos, vimos subir a tantos…! (…) y jamás vimos regresar a ninguno de ellos”. (p. 30/31) Cuando Martin y su amigo Tom van por una carretera hacia el hospital, el pincel del narrador contrasta el olor y la humedad que aspiran y respiran, la muerte y la vida. Más tarde y como un fogonazo aparecerá otro hombre que quiere matar a todo el mundo para detener la guerra (p. 49).

Romanticismo y modernismo fluyen de la paleta del autor; por ejemplo cuando Martin contempla una abadía que “se erguía  como una torre de fantástica perfección sobre una velo de brumas a escasa altura, haciendo que el valle pareciese un lago bañado por la resplandeciente luz de la luna(p.49),  una abadía que al convertirse en su visión favorita también simbolizará –al ir destruyéndose-- la evolución de su conciencia sobre una guerra que le va alienando: “¿Dios mío!, si por lo menos existiese algún lugar adonde uno pudiera huir de toda esta estupidez, de la hipocresía de los gobiernos, de  esta terrible reiteración del odio, este odio asfixiante…” (p. 52) 

En las pausas de la guerra se canta La Madelon y se bebe Chartreuse o champán. París es una fiesta de amor para el grupo de soldados entre los que encuentra Martin y también su camarada Tom Randolph empecinado en la busca de preservativos. La imagen femenina recurrente es la de las mujeres-objeto que aparecen y desaparecen rápidamente de la narración.

La guerra adquiere una presencia visual y auditiva características. A inicios del capítulo Vº se dice que “los obuses estallaban en pequeñas nubes de algodón”; aparece una escuadrilla de aviones franceses acosados por los antiaéreos y las ametralladoras mientras “la majestuosa bóveda añil del cielo del mediodía se llenaba del distante rugido de los motores”; un tren chirriante llega a una estación y los licenciados “con sus repletas musettes balanceándose en sus caderas, corrieron hacia la plataforma”… (p.59)

Mientras, París continúa como espacio de fiesta para el grupo de soldados de Martin y Tom; desean desprenderse del fango y del aburrimiento por medio de la gula y el amor vicario. En otras imágenes aparece la muerte: “¿Has visto alguna vez un rebaño de reses conducido al matadero en una espléndida mañana de mayo?” (p.85) se pregunta alguno como si adivinase el pensamiento de Martin. La situación real que les sobrecoge es la de estar esperando un ataque enemigo; simbólicamente, el narrador utiliza otra imagen: la columna de humo que produce una bomba al caer se alza como un ciprés (p. 87).

La guerra varía los pareceres; los aguerridos soldados que ayer desfilaban marchando al combate bajo el peso del armamento y de los cascos, ahora “parecían fatigados, descoloridos y cadavéricos(p.89). Las imágenes cosificadoras emergen: “Las cabezas de los hombres tenían un aspecto fantasmal, con extraños y grandes ojos, y pedazos de hule gris en lugar de semblantes(p- 96). En contraposición, la naturaleza se humaniza al estar tan herida como los combatientes: “El terreno está repleto de cicatrices, con tierra revuelta como heridas abiertas, y los brazos inclinados de las pequeñas y agolpadas cruces de madera, con alguna que otra corona torcida y un ramo de flores mustias.“(p.123)

En la parte final se expresa la desilusión que padecen los soldados y el anti belicismo aflora: “Y para esto habían estado luchando durante siglos y siglos de civilización. Generaciones enteras habían consumido sus vidas en minas, fábricas, fraguas, capos y talleres, afanándose, tensando más más sus mentes y músculos, puliendo el espejo de su inteligencia…para esto. ¡Todo para esto!(p-130). La muerte del prisionero alemán que  ayudaba transportando camillas refleja que el deseo de matar alemanes ha mutado, al menos en Martin, y se evidencia al recoger su cuerpo: “Era como si su propio cuerpo participara de la agonía de aquel hombre. Por fin todos los odios y mentiras estaban siendo purificadas con sangre y sudor. No quedaba más que la serena amistad entre seres semejantes provenientes de diferentes rincones del universo, eternamente semejantes.(p.131).

Martín ha sido el testigo principal de cuanto sucede a lo largo de la novela. Participa en la guerra  conforme a su cometido de  conductor de ambulancia o de camillero, pero su implicación coge vuelo cuando el proceso de la guerra le alcanza y entonces reflexiona. Contemplando el mar que se extiende a lo lejos, confiesa a su amigo Tom: “¡Pobre vida! –exclamó-- ¡Y yo que esperaba hacer tantas cosas con ella!(p. 139); ambos reirán, pero con cierta amargura. Piensa  que su participación en la guerra ha sido una tragedia precisamente porque no  sabían lo que era; los americanos en casa tampoco lo sabían. En otro momento dice: “Yo solía creer en la libertad(p. 143) porque se ha pasado la vida luchando por ella, pero ahora “no estoy seguro de que exista tal cosa.(p. 144)   Martín recuerda el ondear de las banderas en América, un país guiado por la prensa y se pregunta: ¿quién la rige? Y cavila sobre las fuerzas ocultas que les sobornaron hasta que decidieron ir “cegados y amordazados, a la guerra” para concluir: “Somos esclavos del talento adquirido, unos esclavos consentidores(p. 145).

La visión política del drama se enfatiza con el soldado Merrier al sentenciar: “Todo lo que sucede hoy en día no es más que la lucha de clases…” (p.147) André Dubois estima que ellos son parecidos a las ovejas, que siempre hubo una ley para el señor y otra para el esclavo: “Somos esclavos. Estamos ciegos. Estamos sordos (…) Ahora sólo sabemos aquello que nos dicen los dirigentes. ¡Oh mentiras, mentiras (…) que están asfixiando la vida! (…) Debemos alzarnos desesperada, cínica y despiadadamente, para demostrar, al menos, que no vamos a consentirlo (…) ¡Oh, hemos sido engañados tantas veces! ¡Hemos sido tan ingenuos, tan ingenuos!(p.152) Los jóvenes que en uno de los cuadros de la novela brindan por la Revolución saben que la guerra es su principal enemigo y cuando Martin se pregunta si lo creen realmente, el soldado Dubois asegura que son simples intelectuales, pero el poder lo detentan los otros, y el soldado Lully reduce las expectativas: “Sólo podemos combatir las mentiras(p. 156).

Los últimos cuadros de la novela son devastadores: los camaradas mencionados anteriormente, Merrier, Dubois o el anarquista Lully están muertos; se lo participa a Martín el soldado herido cuyo rostro “adopta el aspecto macilento de la muerte.(p. 164) Algún crítico ha recordado que uno de los poemas más conocidos de la época tenía por título “They are dead”  (Ellos están muertos)     
        
Lejos de sentir lo mismo que en su juventud –ya no era el izquierdista radical de antaño-- Dos Passos comentó en la primavera de 1969 a David Sanders para  The Paris Review[iii], que los jóvenes que en su tiempo estaban o salían de Harvard, tenían un pensamiento liberal, ideas independientes, pero con una suerte de ética protestante tras ellos. Él no congeniaba con sus  camaradas, pero al cabo del tiempo mejoró su opinión porque habían estado sometidos  a la presión social que era favorable a los aliados y la contraria y anti-germana que les habían vendido. Cuando la guerra estalló en el verano de su segundo año de universidad, desaprobaba la guerra como actividad humana, pero ansiaba ver cómo era. Y cuando fue, la Iª Guerra Mundial se convirtió en su universidad. Expresó que desde una ambulancia se podía tener un punto de vista más objetivo sobre la guerra porque el espíritu de combate que conduce a los soldados de infantería es distinto al de quienes van recogiendo los deshechos de la refriega. Evidentemente, todo esto inspiró y quedó reflejado en La iniciación de un hombre: 1917.

Opino que  Dos Passos estaba entre los que consideraban que el héroe ya no se sobreponía a la aventura y triunfaba como Ulises, sino que quedaba asolado asistiendo al triunfo de  los intereses sociales que le manipularon.

La primera edición de esta novela se publicó en Londres y el autor debió aportar 75 libras. No parecía una novela para darle fuste, sin embargo, ha envejecido como los buenos vinos hasta convertirse en una de las novelas más estimables sobre la Iª Guerra Mundial pese a que un trabajo posterior de Dos Passos tocase parecidos temas con alarde más profesional.  Debemos felicitar a Errata Naturae y a la traductora  Elena Sánchez Zwickel por habernos acercado libro tan notable mientras se celebra el centenario de la 1ª Gran Guerra.





NOTAS

[i] John Dos Passos, La iniciación de un hombre: 1917,Traducción de Elena Sánchez Zwickel, Errata Naturae, Madrid, 2014.

[ii] University of Richmond Museums. John Dos Passos and His World, September 26 to December 07, 2003, Marsh Art Gallery, Universityof Richmond Museums. Richmond Virginia: University of Richmond Museums, 2003. Folleto de la Exposición (El texto mencionado se puede leer en Google)

[iii] David Sanders, “John Dos Passos, The Art of Fiction No. 44”, The Paris Review. Se puede leer en Google.

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