martes, 23 de abril de 2013




De la novela BABBITT

a  LA CODICIA DE GUILLERMO DE ORANGE,

novela de GERMÁN GULLÓN



La Revolución Industrial y sus desequilibrios tuvieron buen reflejo en las novelas de Charles Dickens, aunque los asuntos morales y sociales  le preocupaban por encima de los económicos. La vida de  Oliver Twist o la de Mr. Pip en Great Expectations comienza en la pobreza, ambos viven los sufrimientos propios de las capas inferiores de la sociedad, llegan a los negocios, pero la fortuna --en toda la amplitud del concepto-- viene de sus protectores.

Cuando la burguesía llevaba tiempo encumbrando al hombre de negocios --y los autores paseándole por las novelas-- surge Babbitt (1922),  vendedor de fincas, booster  que encaja en la tipología de los que  ascienden por la escalera social aunque, en sus comienzos, ha sido presentado como tenedor de un pequeño buen negocio cuya reputación depende de la opinión de los demás.

En determinado momento Babbitt sufre una conmoción personal al saber que su mejor amigo ha matado a la esposa y va a la cárcel. Entonces se rebela contra el escenario que  caracterizaba su vida. Empieza a transgredir los códigos sociales, se acerca al socialismo, al alcohol, prueba el adulterio, hasta que una enfermedad de su mujer atempera sus rebeliones y regresa a su vida anterior y a unos amigos encantados de su vuelta al redil.

Sinclair Lewis retrata en Babbitt a un ser mediocre que vive los convencionalismos sociales dañados por la corrupción moral de la clase media. Cuando Babbitt llega a ser  vicepresidente del Booster’s Club de Zenith es el paradigma del hombre de negocios de clase media, pero también es mediocre como la pluralidad de sus colegas y resulta que los  hombres de negocios son los que rigen la nación.

La novela Babbitt, constituyó “la mayor documentación literaria de la cultura del American Business” escribió el prestigioso profesor Mark Schorer (1). Para el profesor norteamericano, documentación era la palabra clave, pues, la mayoría de los capítulos de la novela apenas desarrollan un argumento, sin embargo,  registran secuencias de la vida de Babbitt que van desde una cena en su casa a la cuestión del matrimonio, la cultura del automóvil, la utilización del tiempo libre en sus amplias posibilidades --desde el béisbol a ir al cine, jugar al golf o al bridge--, el fenómeno de las convenciones anuales, etc., etc. Desde esas y otras perspectivas Lewis realiza un cuidadoso análisis sociológico del mundo comercial americano al mismo tiempo que consuma una crítica formidable de la clase media.

Babbitt se convirtió en arquetipo de personajes similares creados después hasta que Citizen Kane (1941) presentó en pantalla la figura del magnate que, desde un escalón muy superior al de Babbitt, evoluciona desde el idealismo social hasta su busca obstinada de poder personal, por ejemplo, cuando manipula a la opinión americana sobre la guerra de Cuba a través de su periódico, matrimonia con una sobrina del presidente o pretende gobernar el estado de Nueva York.

La derrota de Mr. Kane hace que los de su especie se agrupen en sociedades financieras, en holdings, refugios donde se ocultan  para acometer sus objetivos de negocio e inversión, poder  y enriquecimiento al menor riesgo. Desde ese cobijo trasgreden los  límites impuestos por las leyes, influencian a  los gobiernos de los países más débiles, compran a sus  funcionarios y patrocinan actividades que beneficien sus intereses.

La virtud no ocupa lugar en este tipo de individuos que suelen adornarse de un patriotismo aparente para justificar sus empeños. Carecen de limitaciones en sus objetivos e incluso dan lugar al crimen. La palabra negocio equivale a corrupción en relación con ellos. Tales personajes y sus comportamientos a través de las empresas que controlan son los que retrata y combate La codicia de Guillermo de Orange (2).

En su comienzo, la novela de Germán Gullón alude a un hecho puntual: el jugador Iniesta marca un gol y España gana el Campeonato Mundial de fútbol del año 2010. La victoria  sobre Holanda, propicia un espíritu de revancha en algunos magnates del país y en la prensa holandesa prejuiciada que, además, manporrea –expresión del autor-- a los países del cinturón del ajo ocultándose convenientemente el propósito que tienen aquellos de enriquecerse cuanto más mejor de la crisis económica que padecen las naciones mediterráneas.  

En la novela de Germán Gullón brilla la ironía al narrar y al describir. Sobresale retratando personajes como los tres cerditos --Joost van der Linden, Peter-Paul Sloterdijk y Jan van der Toorn—socios de la financiera Willem van Oranje donde se cobijan.  La ironía actúa al describir su mirada verde turbia o su Jaguar verde oscuro (domina el color atribuido al dinero) e, igualmente,  al retratar sus planes de negocio, la defensa chusca que hacen de la hegemonía cultural holandesa denostando lo extranjero y al servirse de gente mezquina para todo. Respecto de España, activan el propósito de incrementar la desconfianza hacia  nuestro país para que crezca el interés pagadero por sus letras y bonos de estado.

Pero si los bonos son una inversión segura aunque aburrida, también tienen vaivenes positivos en tiempos de tormenta: los tres cerditos juegan con ventaja porque saben que los gobiernos atacados y la UE garantizan el pago de los intereses. Los beneficios que recibe la sociedad financiera Willem van Oranje se amplían adquiriendo compañías estatales a precios favorables, traficando con pistolas de plástico  convertidas que se fabrican en Lisboa, etc.,  negocios respaldados por el lobby que actúa en el Parlamento europeo con la pretensión de que los beneficios sean mayores e impidiendo que se aprueben normas que puedan resultar desfavorables.

Para lograr objetivos, los tres cerditos pretenden que los medios de comunicación destaquen cuantas noticias desfavorables se produzcan en  España silenciando las favorables.  Si el panfleto Apología de Guillermo de Orange contra Felipe II originó la Leyenda Negra de tan nefasto como largo recorrido, el plan secretísimo de la financiera Willem van Oranje persigue una actualización de temas y modos contando siempre con la ayuda a prestar por instituciones como la inglesa Battle of Trafalgar.

El clan de los antagonistas es estrecho en la cúspide –los tres cerditos-- y amplio en la base formada, entre otros, por un periodista impresentable de un gran periódico holandés en Madrid, un rector de universidad embaucado, las emperifolladas esposas y las carnales secretarias, un criminal bielorruso y sus secuaces serbios amigos del spray naranja y de los palos, así como la casposa banda madrileña Residuos Tóxicos más interesada en hacer bote  que en rasgar  la guitarra.

En el clan de los protagonistas sobresalen dos que lideran la batalla y desempeñan la función de introducir y hacer actuar a sus amigos. Ellen Viser,  una chica holandesa  autora de la tesina “La crisis financiera española vista por la prensa holandesa” y que, para ganarse la vida, será técnica en un equipo madrileño de hockey sobre hierba mientras estudia un master en periodismo de El País. Junto a  Ellen actúa su amigo Sebastian Wooda “Bas”, reportero del Amsterdam Revue y cachas part-time de un bar del barrio rojo, que proviene del club Los Mariachis, asociación de alumnos de español.

Gracias a Ellen y Bas conocemos a los profesores de español contra los que se ejerce violencia, a un par de entrenadores deportivos, a la avezada novia de “Bas” y al viejito francés  que preside el  Banco Central de la Unión Europea en Fráncfort, al productor televisivo que proyecta plantear el tema del enriquecimiento de la clase política, y policías, fiscales,  deportistas y hasta hackers honestos como Pepe Paredes, es decir,  una multitud de personajes que siempre da la cara y presenta batalla. El clan de los protagonistas se conduce como un personaje colectivo que, como si representara a la ciudadanía airada de nuestros días, denuncia y se enfrenta a los cerditos solapados en la Willem van Oranje, desenmascarándolos, actuando  contundentemente y con la intención de vencer.

La novela de Germán Gullón es brillante, optimista y esperanzadora, trabajada, valiente y honesta en su denuncia. Destaca asuntos y realidades ajenas a la novela tradicional incorporando de manera inteligible el lenguaje de la economía y de las finanzas, y dibuja personajes creíbles que viven azares tan enjundiosos como verosímiles. Y como sucede en la novela de caballerías, vencen los buenos y sus héroes obtienen el premio de la dama. Todo ello sin llegar a las trescientas páginas.

La codicia de Guillermo de Orange no es una novela anti holandesa. Su autor tiene familia directa de allí y vive la mitad del año en ese país. En una entrevista que le hizo Pablo Ojeda (3), Germán Gullón comentó que Holanda había cambiado mucho desde el comienzo de la crisis en 2008: “Ya no es el país ejemplo de libertad, civismo y apertura. Ha surgido un recelo hacia lo extranjero y en concreto hacia lo español.” Se refería después a la visión positiva que tienen de nosotros los holandeses que viven en nuestro país mientras el periódico más importante de Holanda publica crónicas de mala fe como las emitidas por el personaje de la novela. Respecto al mítico Guillermo de Orange aseguraba: “lo tenían un poco aparcado, porque querían parecer un país moderno y neutral. Pero con la crisis se ha vuelto a recuperar su discurso”. Finalmente explicaba su propósito al escribir la novela: no podemos desenterrar las rencillas del pasado que tanto daño hicieron en nuestro continente.” Y aseguraba que “la mayor parte de los holandeses, entre los que no han calado los prejuicios azuzados por la ultraderecha, están conmigo.



NOTAS
1.- Sinclair Lewis, Babbitt, Sixth Signet Classic Edition, New York, 1964. “Afterward” by Mark Schorer, p. 320.
2.-  Germán Gullón, La codicia de Guillermo de Orange, Ediciones Destino, Barcelona, 2013.
3.-  Pablo Ojeda, Germán Gullón, entrevista publicada en el suplemento “El Cultural” de EL MUNDO el 28 de enero, 2013 y en El Cultural.es pudiéndose leer en Google. 

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martes, 9 de abril de 2013


PALABRAS Y PLUMAS 
EL VIENTO LAS LLEVA



Ocurrió un atardecer. Entonces Nancy y Diana acostumbraban a ordeñar. Estaban sentadas y en la tarea, cuando  descendí del pajar y Nancy me dijo: 


--Te damos un cuenco de leche si coges antes dos o tres pajaritos de la alameda para nosotras. 


Aunque Diana se puso a reír,  respondí: 


--Pues claro. Un pájaro para ti y otro para tu hermana. ¿Qué preferís? ¿Un mirlo, un cardenal, o un pájaro azul?” 


--Correcaminos --me llamó la pequeña, que era Diana, alborozando su risa--. Te acompaño y elijo. 


Salimos hacia la alameda. Cuando llegamos se sentó a mi lado. Pájaros bellísimos volaban sobre nuestras cabezas. Diana levantaba los brazos y yo me alzaba para coger sus manos y tornarlas en puños que guardaban la caza fantástica, y así hicimos una y otra vez:


--¡Ahora el mirlo!


--¡Ahora el cardenal!


--¡Ahora el pájaro azul!


gritaba Diana… Luego, Nancy me trajo el cuenco de leche que tan merecido tenía.


Tiempo después estaba en la alameda de nuevo, repitiendo el juego con Nancy hasta que, noche de luna llena nacida, nos tumbamos en la hierba,  los pájaros ya posados en los árboles, mirando.


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